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El jueves 20 de setiembre de 1984, la Comisión Nacional sobre la desaparición de personas en Argentina (Conadep) presidida por el escritor Ernesto Sábato, entregó al presidente Raúl Alfonsín un extenso informe sobre las privaciones de libertad, torturas, secuestros de niños, desapariciones y todas las formas de violencia imaginables que caracterizaron a la dictadura argentina. Búsqueda (Nº 250, 10/10/1984) difundió el resumen entregado por el gobierno argentino a los medios, que, incluye, entre muchos otros, estos dos testimonios.
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“… La señora A.Z. (legajo 1127) fue secuestrada el sábado 20 de noviembre de 1976 a las 11 horas… La señora fue sometida a las torturas habituales (golpes, picana) además de otros procedimientos inéditos que ella observó aplicar a otras personas como el “enterramiento” que se describe en su relato.
“…Cuando las personas llegaban allí eran llevadas a fosos que cavaban en la tierra con anterioridad, enterraban allí a las personas hasta el cuello, a veces durante cuatro o más días hasta que pedían que los sacaran para ser recibidos a declarar. Los tenían sin agua y sin comida al sol o bajo la lluvia. Al desenterrarlos (los enterraban desnudos) salían con picaduras de insectos y hormigas. De allí los llevaban a la sala de torturas”.
El testimonio de J.A.M. (legajo 3721) nos introduce en el universo donde un refinamiento diabólico parece haber emulado a los torturadores: “… los interrogatorios se hicieron entonces más cortos pero la picana era más fuerte, persiguiendo con encarnizamiento los esfínteres, siendo verdaderamente horrendo, los electrodos en los dientes que parece que un trueno te hace volar la cabeza en pedazos y un delgado cordón con pequeñas bolitas que me introducían en la boca y que era muy difícil de tragar pues provocan arcadas y vómitos, intensificándose por ello los castigos para conseguir que uno los trague. Cada bolita era un electrodo y cuando funcionaban parecía que mil cristales se rompían, se astillaban en el interior de uno y se desplazaban por el cuerpo hiriéndolo todo.
Eran tan enloquecedores que no podía ni gritar ni gemir ni moverme. Un temblor convulsivo que de no estar atado, lo empujaba a uno a la posición fetal. Uno queda temblando por varias horas con todo el interior hecho una llaga y una sed que no se puede aguantar, pero el miedo al pasmo es superior y por ello en varios días uno no come ni bebe”.