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    Rincones de un reino ancestral y futurista

    Tailandia , la puerta de entrada al sudeste asiático, con su multitudinaria capital, sus playas de postal y sus templos ancestrales que conviven con rascacielos modernos, es un país de variedades, un laberinto ecléctico de imágenes y aromas que estimulan los sentidos a cada paso

    La inmensidad de la imagen contrasta con la pequeñez de sus escenas y los cientos de personajes que la protagonizan. El tapiz de casi 10 metros de largo por 4,3 de ancho se exhibe en el Museo de las Artes del Reino, en Bangkok, fue creado mediante una antigua técnica de bordado tailandesa que consiste en superponer hilos de seda para generar claroscuros, y narra al menos dieciocho episodios populares. En tonos pastel se ve una multitud en los alrededores del Gran Palacio y en el interior del Templo del Buda de Esmeralda; hay una procesión real, desfiles con trajes tradicionales, rezos en santuarios, y ríos y lagunas que atraviesan el paisaje. Aparecen, también, elefantes asiáticos, caballos, cisnes y jardines repletos de flores de hibisco, orquídeas y ratchaphruek, una especie autóctona de color amarillo.

    El tapiz impacta a primera vista. Impactan sus dimensiones, la cantidad de manos que moldearon los detalles ––en él trabajaron 143 artistas durante cuatro años–, y el realismo del mosaico que podría ser la síntesis de una vista panorámica de Tailandia: su muchedumbre, sus creencias, su orden ante el aparente caos, su cultura, su gobierno, su geografía y, sobre todo, su diversidad.

    Tailandia, la puerta de entrada al sudeste asiático, con 67,8 millones de habitantes y 514.000 km2 de tierra en forma de elefante, es un país de variedades, un laberinto ecléctico que constantemente estimula los sentidos. Al caminar por las calles de las ciudades más pobladas —por ejemplo la capital, Bangkok— es imposible predecir qué postal deparará la esquina siguiente. Puede haber un grupo de niñas practicando danzas sincronizadas con vestimentas tribales, o adolescentes de piel morena y ojos rasgados que con una pelota de mimbre imitan al tridente del Barcelona FC. O quizás haya un par de ancianos que juegan ajedrez asiático en el suelo, un local improvisado de masajes y reflexología, un vendedor ambulante de insectos asados, una pareja de turistas europeos desesperados por metros de sombra, una mujer con paraguas y sin lluvia rezando ante una estatuilla del Buda, un monje sacándose selfies o una familia entera almorzando en la vereda.

    Gran Palacio Real / El río Chao Phraya atraviesa Bangkok de norte a sur y, además de casas sobre el agua y transporte colectivo, en sus canales hay mercados flotantes de flores y alimentos / En Bangkok los mochileros tienen su lugar en la calle Khao San Road, tupida de comercios, tiendas ambulantes y boliches.

     

    Tampoco es posible anticipar los aromas —siempre penetrantes— por la abundancia de puestos de comida callejera y las miles de combinaciones de especias que propone la cocina thai. Y, como si ese revuelto de sensaciones fuera poco, cuesta acostumbrar la vista a la mezcla arquitectónica entre construcciones más clásicas y otras esencialmente futuristas. Hay pagodas rodeadas por hoteles cinco estrellas y shoppings de lujo; y hay centros tecnológicos y de diseño emplazados a pocos metros de templos milenarios.

    Más allá de cualquier escena costumbrista, la diversidad de Tailandia también radica en su naturaleza. Está dividida en cuatro regiones: la norte, donde predominan las montañas y los valles empinados; la noreste, con mesetas semiáridas que ocupan un tercio del país; la zona central, con llanuras que rodean el río Chao Phraya y que son terreno fértil para la cosecha del arroz; y la sur, que, de cara al golfo de Tailandia, se extiende hasta la frontera con Malasia y está repleta de playas e islas, como Phuket, Phi Phi y Chang. La zona más austral es, junto con Bangkok y la ciudad norteña de Chang Mai, uno de los destinos más visitados por turistas. Solo en 2015 entraron al país casi 30 millones de visitantes, principalmente asiáticos y europeos (de Latinoamérica fueron 100.000, la mayoría brasileños y argentinos).

    En Tailandia hace calor. Siempre. El clima es tropical, húmedo, con temperaturas que alternan entre los 19 y 38ºC. Hay solo tres estaciones: verano, entre febrero y mayo; temporada de lluvias, de junio a octubre; y durante el resto del año, dicen los tailandeses, es invierno, la única época en que el termómetro puede bajar de 20ºC, la más recomendable para viajar.

    En una de esas indescifrables esquinas de Bangkok, un estudiante de literatura tailandés intenta dar una definición aproximada de su país ante un grupo de turistas. “Tailandia es su propia antítesis elevada al infinito”, dice entre risas. Y tiene razón. Tierra repleta de templos budistas, rascacielos, festivales e influencias multiculturales, que, a diferencia de los demás países de la región, nunca en su historia fue colonizada. Sociedad liderada por un rey —Rama IX— dentro de una monarquía constitucional que desde 2014 está gobernada por una junta de militares. Escenario de jardines floreados y deportes alternativos con paraísos naturales, culturales, tecnológicos y gastronómicos. Hay que visitar y revisitar Tailandia. Porque aunque la mesa esté servida, un viaje no es suficiente para probar todos los condimentos que le siguen a un típico recibimiento thai. Ese que siempre empieza con la oración de bienvenida Sawasdee kha, acompañada por una leve inclinación de la cabeza y la unión de las palmas de las manos frente al mentón en señal de respeto.

    Invitada a tailandia

     

    VERSIONES DE UNA CAPITAL

    El templo del Buda de Esmeralda, en el Gran Palacio, está rodeado por edificaciones de arquitectura clásica tailandesa, con detalles en oro y piedras preciosas.

    En el mapa urbano de Bangkok ninguna manzana respeta las formas geométricas clásicas y cada cuadra parece sumar una vuelta más al laberinto de calles con nombres impronunciables. Aun así, moverse es sencillo. Primero porque el tránsito está tupido pero ordenado. Segundo porque abundan los taxis y los tuc-tuc, como se conoce a los triciclos motorizados que circulan hasta a 40 km/h. Y tercero por la existencia del Metro y el Skytrain, un tren que sobrevuela la ciudad sobre una estructura de hormigón que conecta varios puntos lejanos en pocos minutos. Además, toda la capital está atravesada de norte a sur por el río Chao Phraya, y eso ofrece alternativas de transporte fluvial: hay botes particulares y barcos colectivos circulando constantemente.

    Es una ciudad cosmopolita habitada por siete millones, entre tailandeses e inmigrantes principalmente provenientes de tres de sus países limítrofes, Laos, Myanmar y Camboya, además de China y Japón. Como en todo Tailandia, la población es mayoritariamente budista (94,6%) y eso se percibe en las calles, sobre todo en las del centro histórico. Ahí está el Templo del Buda de Esmeralda, que exhibe la imagen de Buda más venerada del país, creada en una única pieza de jade de 66 centímetros de altura, colocada sobre un altar y usualmente rodeada por monjes de todas las edades. Se ubica en el inmenso predio del Gran Palacio —construido en 1782 y utilizado entre el siglo XVIII y mediados del XX como residencia real de la dinastía Chakri— y está rodeado por edificaciones de arquitectura clásica tailandesa repletas de oro, piedras preciosas y simbolismos religiosos.

    Todos los días, el Gran Palacio abre las puertas al público a las 8.30 y las cierra a las 15.30 horas. Recibe, en promedio, ocho millones de visitas por año, casi 22.000 por día. En la puerta principal la fila suele extenderse por cuadras, donde los paraguas abiertos y los sombreros improvisados con telas se convierten en el mejor escudo contra los rayos del sol. Para entrar hay que respetar un código de vestimenta: cuanto menos piel al aire, mejor. Los zapatos tienen que ser cerrados, los pantalones, polleras o vestidos tienen que cubrir los tobillos, y las remeras o camisas deben tener mangas. Si no, no hay ingreso posible. Y eso no se puede negociar.

    Otros de los templos más emblemáticos de la capital son el del Buda Reclinado, con una escultura de 46 metros de largo cubierta con láminas de oro, donde también funciona un centro educativo de masajes y medicina tradicional tailandesa; y el Templo del Amanecer, una gran pagoda de 67 metros de altura, circunvalada por otras cuatro más pequeñas, todas creadas con cemento y piezas de porcelana china. La silueta del templo, su color grisáceo y sus detalles decorativos hacen que sea una de las imágenes más llamativas al navegar por los canales del río Chao Phraya, junto a las humildes casas de madera sobre el agua y los mercados flotantes.

    A pocos metros del río y cerca del Gran Palacio se encuentra la calle más bulliciosa de la ciudad: KhaoSan Road, el paraíso de los mochileros. El tránsito, la música, el pasaje de turistas, masajistas, artistas callejeros y vendedores ambulantes de camisetas estampadas, mochilas, carteras, camisetas deportivas falsificadas, comida thai y snacks exóticos (escorpiones, arañas, serpientes, gusanos, cucarachas) inunda toda la cuadra que se extiende por unos 400 metros entre hostels, casas de cambio, restaurantes y boliches.

    Para hacer compras de moda o tecnología hay que trasladarse cinco quilómetros hacia el este hasta llegar al distrito de Siam, a los complejos comerciales Siam Centre y Siam Paragon (uno de los shoppings más grandes del sudeste asiático), o el centro MBK, un monstruoso edificio de ocho plantas, 140.000 m2 y más de 2.500 tiendas de departamentos.

     

    ENTRE LAS MONTAÑAS Y BAJO AGUA

    En Chiang Mai, la principal ciudad norteña, hay más de 300 templos; entre ellos se destacan las pagodas Phra Mahathat Napha Methanidon y Phra Mahathat Naphaphon Bhumisiri, construidas en honor a los reyes.

    A poco más de una hora de vuelo de Bangkok está Chiang Mai, la principal ciudad de la región norte, donde predominan los pueblos antiguos, el paisaje agreste, los templos budistas —tiene más de 300—, los campos de elefantes y los mercados callejeros de artesanías tradicionales.

    En las afueras de la ciudad se encuentra el monte más alto de Tailandia, el Inthanon, que alcanza 2.500 metros sobre el nivel del mar y donde se extiende el Doi Inthanon National Park. Ahí, además de unas cuantas cascadas y senderos naturales, se pueden visitar las pagodas Phra Mahathat Napha Methanidon y Phra Mahathat Naphaphon Bhumisiri, enfrentadas a pocos metros de distancia, rodeadas por jardines coloridos y construidas en honor a los reyes. También está la Estación Agrícola Real “Inthanon”, un proyecto impulsado por la realeza en 2009 para educar a tribus locales sobre agricultura y cuidados de la tierra. Incluye un centro de investigación donde se producen más de 200 variedades de plantas, flores y hierbas para té.

    Chang Mai es sede de uno de los festivales que más turistas atraen en Tailandia, el Songkran, celebrado durante tres días a mediados de abril con motivo del año nuevo budista; este año es el 2.559.

    Son jornadas de rezos, sí, pero también de guerras de agua, porque durante los festejos, principalmente después del mediodía, la ciudad se transforma en un campo de batalla con millones de soldados de todas las edades con tanques, baldes y pistolas de agua en sus manos.

     

    EL CENTRO DEL DISEÑO

    En el quinto piso del céntrico Emporium Shopping se encuentra el Thailand Creative & Design Center, conocido como TCDC y fundado en 2004.

    Además de una moderna biblioteca dedicada al arte, el diseño gráfico, industrial y de moda, el centro cultural tiene varios puestos de venta de diseñadores thai y dos salas expositivas. La principal exhibe la muestra permanente “What is Design?”, con un recorrido histórico por los conceptos globales del diseño asociados a las ciudades en que fueron creados, y en la sala anexa los ejes temáticos varían, ahora, entre propuestas vinculadas a la cultura pop, el reciclaje y la incidencia de la tecnología en las sociedades contemporáneas.

     

    ANTE LOS OJOS DEL REY

    Están en todas las calles, en los comercios, en las oficinas públicas, en puntos turísticos, restaurantes e incluso en el interior de las casas. La imagen del rey Bhumibol Adulyadej —o Rama IX— y la de su esposa, la reina Sirikit, casi siempre en sus años de juventud, se torna omnipresente y es, junto a la del Buda, una de las más veneradas en el país. El rostro del rey aparece, también, en todos los billetes del baht tailandés, la moneda oficial. Sobre él, al igual que toda la Casa Real, está prohibido hablar públicamente en malos términos. Si lo consideran difamación, puede haber hasta 15 años de prisión.

    Este mes, Bhumibol Adulyadej, de 88 años, cumplió siete décadas en el trono. De los reinos contemporáneos, es el más largo del mundo. Supera incluso al de la reina Isabel II, que hace cinco meses alcanzó los 64 años en el poder. Rama IX, el noveno rey de la dinastía Chakri, nació en Cambridge, Massachusetts, en 1927; vivió algunos años de su infancia en Bangkok y cursó estudios secundarios y universitarios en Suiza. Heredó el trono de Tailandia a los 19 años, en junio de 1946, tras la muerte de su hermano, el rey Ananda Mahidol. Y a los 22 se casó con la reina Sirikit, también proveniente del círculo de nobleza thai. Juntos tuvieron cuatro hijos: la princesas Ubol Ratana, Maha Chakri Sirindhorn y Chulabhorn, y el cuestionado príncipe heredero Maha Vajiralongkorn.

     

    THAI FOOD

    En un plato tailandés todo es equilibrio. Porque una de las características esenciales de la comida thai es la combinación de cinco sabores en su medida exacta: ácidos, salados, dulces, picantes y amargos en una misma propuesta; y casi todas incluyen arroz, salsa de pescado y pimiento.

    Hay tres platos imprescindibles para acercarse a un típico menú thai: el Pad Thai, un salteado de fideos de arroz con huevo, camarones, brotes de soja, pollo y tofu, acompañado por maní tostado, pickles de rábano, cebollines, limas y ají molido; el Tom Yam Kung, una sopa a base de leche de coco, langostinos y champiñones, con salsa de pescado y hierbas aromáticas; y el Sticky Rice, elaborado con la fruta del mango y una especie de arroz dulce, pegajoso, cocinado con leche de coco.

     

    CANCHAS ALTERNATIVAS

    El torneo más seguido en Thailandia es la Premier League. Porque además de bádminton, rugby, voleyball y atletismo, el fútbol tiene un lugar primordial en el deporte thai. Este año, la camiseta del Leicester, actual campeón del fútbol inglés y propiedad del millonario tailandés Vichai Srivaddhanaprabha, está en la primera plana en vidrieras de centros comerciales y tiendas callejeras. Pero, más allá del deporte internacional, todo el sudeste asiático es un buen lugar para conocer disciplinas que cualquier occidental tildaría de alternativas. Y Tailandia tiene al menos dos autóctonas: el muay thai y el takraw.

    El takraw —que se puede ver en competencias públicas en ciertos puntos de la ciudad, como en los alrededores del Estadio Nacional— es casi malabarismo, porque en la cancha, de 13 por 6 metros, los equipos juegan como si fueran un trío de acróbatas. La dinámica se asemeja a la del futvoley pero la cancha está dividida por una red que apenas supera el metro y medio de altura. La esencia del juego radica en el control de la pelota —una esfera de fibra sintética o mimbre hueca— para que nunca tenga contacto con el suelo.

    El muay thai es un arte marcial ancestral que en sus orígenes se asoció a combates bélicos y hoy se lo considera deporte nacional. Es una especie de boxeo, incluso se compite de guantes y en un ring, pero con más técnicas y golpes permitidos. Se usan los puños, las rodillas, los codos y los pies. “Parece un vale todo, pero no lo es. Hay códigos”, dicen sus seguidores.

     

    ARTE DEL REINO

    En el Ananta Samakhom Throne Hall, el palacio renacentista donde funcionó el primer parlamento tailandés, actualmente se exhibe la majestuosa exposición Arts of the Kingdom de Bangkok. La muestra reúne una serie de piezas de artesanía fina, algunas históricas y otras creadas recientemente con el fin de recuperar las técnicas ancestrales.Dentro de la ruta de turismo de museos, en la capital hay otros dos centros imperdibles: el Bangkok Art & Culture Center (BACC), en la zona de Siam, y el MOCA, en el norte de ciudad, cerca del aeropuerto Don Muang, ambos enfocados en al arte contemporáneo tailandés y asiático.