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    Todos los libros del presidente

    Sin pretensiones de armar un museo, los hijos de Jorge Batlle mudaron la histórica oficina de su padre a un pequeño apartamento en Cordón; allí están sus libros favoritos y algunos objetos personales, como la banda presidencial o una foto con su perro

    La cita es a la hora 19 a pocas cuadras de la Facultad de Arquitectura. Al encuentro acuden Raúl Batlle, a quien todo el mundo conoce como Mono, y Andrés Linardi, socio junto a Álvaro Risso de la Librería Linardi y Risso. El primero conoce el lugar; para el segundo es toda una sorpresa. Allí, en un apartamento de pocos metros cuadrados al que se accede por escalera, acaba de cobrar forma la biblioteca de Jorge Batlle. Pero no solo se trata de libros, también hay fotos, objetos personales y recuerdos de todas las épocas.

    Luego de la muerte del expresidente, en octubre de 2016, la familia Batlle decidió mudar la histórica oficina de Bulevar Artigas a este pequeño apartamento en el barrio Cordón. La idea era darles a todos sus objetos un lugar, sin pretensiones de crear una fundación o un museo. También sin hablar de venta, de precio ni de herencia. “Esta es la realidad pura: cuando el viejo muere, queremos conservar las cosas más importantes de su escritorio, los libros, en particular. Esto es como la filatelia, quien no sabe lo que tiene en la mano puede tirarlo a la basura o que termine en cualquier lugar. Estamos estableciendo un orden entendible para nosotros. Pretendemos separar la lectura de los últimos días de lo que siempre coleccionó”, dice Raúl, Mono. De eso se trata: un lugar entre cuatro paredes que alberga los tesoros más preciados de Jorge Batlle.

    Cuadros antiguos y estanterías repletas de libros ocupan las paredes. Un par de listas de 1946 del Partido Colorado están encuadradas sobre un mesa de arrime. La histórica Lista 15 con el sublema Batllismo de 1946, que tiene a Tomás Berreta como candidato a presidente y a Luis Batlle Berres como vicepresidente, posa al lado de la Lista 14. Rivales y hermanos. Mapas del puerto del Montevideo que datan de mediados del siglo XIX y un árbol genealógico de la familia Batlle desde 1623 hasta 1927, con Jorge en la cima de la copa, son algunos de los cuadros a la vista. Sin embargo, lo que más abunda son libros. Cientos, o en realidad miles. Hay de todo tipo, forma y color. Es el festival para las polillas y el calvario de los alérgicos al polvo. Para cualquier lector rioplatense de mediados de 1800, sería como curiosear una biblioteca de contemporáneos. 

    “Vengan para acá”, dice el Mono, mientras dirige el recorrido. “Este cuarto lo mantenemos tal cual como tenía la oficina el viejo”, explica. Allí están los objetos que, por alguna razón, merecen un lugar destacado. Frente al viejo es critorio están los sillones de Baltasar Brum. Sobre los anaqueles de madera colmados de libros antiguos está la banda presidencial doblada con cuidado en una caja con tapa de vidrio. Estantes más arriba, Jorge Batlle aparece abrazado de su madre, Matilde Ibáñez. Allí también están un par de placas de bronce lustrado con los títulos de abogado y senador. Hay otra que llama la atención, con un grabado que reza Abogado Domingo Arena. Un poco más allá está la foto de un cachorro de galgo zaluki, la raza preferida del expresidente. Y, por supuesto, no falta la escultura de un caballo, otra de sus pasiones. Sobre el escritorio hay una única imagen, que apunta a la silla del anfitrión: su retrato el día que asumió la presidencia, el 1º de marzo de 2000.

    Libros de antaño. “Mostrémosles algunos emblemáticos”, le dice el Mono a Linardi. El librero comienza a elegir tomos de las diferentes estanterías. Lee el título en el lomo, lo abre y al hojear ya se da cuenta de si se trata de una primera edición o si el ejemplar tiene alguna particularidad. Enseguida comienzan a sucederse anécdotas relacionadas con Jorge Batlle y su pasión por los libros.

    Por ejemplo, cuando el lunes 29 de marzo de 1979, durante la dictadura militar, Batlle fue hasta Maroñas para presenciar una carrera de caballos y, a la salida, un hombre se le acercó y le asestó tres disparos. Una de las balas impactó en el fémur y le partió el hueso; fue necesaria una intervención quirúrgica para repararlo. El Mono se enteró por el director del Elbio Fernández, que lo fue a buscar a su salón de clases y le dijo que podía entrar y salir del aula si era necesario; estaba en 2º año de liceo. Su madre, Noemí Lamuraglia, lo fue a buscar para ir directo al Hospital Británico. Luego del alta médica, a Batlle le adecuaron un lugar en el dormitorio principal del apartamento para hacer la recuperación. “Estaba enyesado desde la punta del pie hasta la altura del pecho. Tenía para afuera una pierna y los brazos. Así debía permanecer durante siete meses. Al costado de la cama tenía una montaña de libros. Los agarraba y se los devoraba. Hoy cualquiera se lamentaría por estar postrado en una cama, pero el viejo aprovechaba la oportunidad para leer. Siempre fue así. Un ávido lector”, dice Mono.

    Lo singular de la biblioteca de Batlle es que contiene piezas particulares difícilmente asequibles, asegura Linardi. Para el librero, existen dos tipos de personas con relación a los libros de no ficción: aquellas a las que les interesa la historia y seguramente eligen una edición nueva por comodidad o practicidad, que tienen como objetivo pura y exclusivamente la lectura, y las que, “como en la generación de Batlle, tienen un doble interés: leer y coleccionar. Probablemente, cuenten con dos ejemplares de un mismo libro, una primera edición y otro para subrayar”, dice Linardi. 

    Linardi asegura que esta biblioteca, de más de 2.500 ejemplares, alberga un valor especial porque ya casi no existen de este tipo en Uruguay. Son una especie en extinción. Un coleccionista de libros es una persona que va detrás de un ejemplar y lo paga, no importa el costo ni la ubicación. En ese momento, al Mono le viene un recuerdo a la cabeza. Cuenta que durante un viaje por trabajo a Londres, su padre le pidió un ejemplar sobre la Guerra del Paraguay de una librería específica: “Costaba 500 libras. Dudé, pero lo tuve que comprar. Y cargarlo, era enorme”.

    Los coleccionistas uruguayos, por lo general, se especializan en Latinoamérica. “En ellos existe una necesidad de completar el álbum de figuritas, es decir, ciertos títulos clave. Siempre andan atrás de libros emblemáticos, por ejemplo, el de José María Reyes, Descripción geográfica del territorio de la República Oriental del Uruguay, Montevideo, 1859, que es el primer libro de geografía del país. Si sos un bibliófilo, tenés que tenerlo. Debe estar entre todos estos libros”, dice Linardi. Poco a poco, se completan los agujeros del álbum. Por supuesto que existe la sellada o la brillante.

    Los biblófilos se nutren entre sí y realizan a veces sanas competencias, alardeando de sus trofeos. “Eso existía en los años 40 o 50. Existían personas ávidas por conseguir ejemplares. Como hoy casi no hay coleccionistas, no hay tal dificultad. Sí lo veo en filatelistas o numismáticos, que siempre están detrás de algo singular. Yo colecciono fotografía y también persigo piezas”, cuenta Linardi.

    Pasión por la lectura. Mono recuerda que Jorge Batlle tenía una biblioteca con más títulos de los que se conservan actualmente. Poco a poco, los libros tomaban los espacios de la casa: primero algunos cajones, luego el cuarto de juegos, hasta aparecer desperdigados por todas las habitaciones. Sin embargo, asegura que la mayoría de los ejemplares son adquisiciones propias y pocos los que heredó de Luis Batlle Berres. Las numerosas mudanzas obligaron a que los anaqueles se redujeran y se concentraran, más que nada en los libros de historia del Río de la Plata del siglo XIX, Paraguay, José Gervasio Artigas y Juan Bautista Alberdi, los temas que lo apasionaban.

    ¿Cómo era la relación de Jorge Batlle con los libros?

    Siempre que el viejo estaba solo en casa, en su estudio o donde fuese, tenía varios libros a su alrededor. Leía muchísimo. Muchas veces, en los desvelos nocturnos, durante la dictadura o la presidencia, se devoraba tres o cuatro por noche.

    ¿A usted alguna vez le interesó alguno de estos ejemplares?

    Al ver la biblioteca es posible darse cuenta de cuáles son los temas que le interesaban. Para el viejo, los libros eran sagrados. Pero cuando querías uno, él te lo daba y después tenías que volver para que te tomara la lección. No era gratis. 

    ¿Así funcionaba el sistema de préstamo?

    Cada libro que entregaba lo anotaba en su libreta. A todos los jóvenes que tenía alrededor en los últimos años los llamaba para reclamar los préstamos.

    ¿Qué ventajas trae tener un padre bibliófilo?

    El viejo era como tener Wikipedia o Internet. Siempre que teníamos examen de Historia o Geografía lo esperábamos para hacerle preguntas. En la etapa del liceo, cuando hay que pensar y estudiar un poco más (ya no es un cuentito como en la escuela), a veces lo esperábamos hasta las tres de la mañana para que nos ayudara a mi hermana Mercedes y a mí. En facultad, mi hermana recurría más que yo. Ella empezó estudiando Derecho. Luego pasó a Psicología. Lo mío siempre fueron los números, la economía y las finanzas. 

    Esa área también la dominaba.

    Sí, es cierto, pero era otro tipo de conversación. De todas maneras, fue el que me hizo leer a David Picardo, Adam Smith, Juan Bautista Alberdi y demás. Seguramente, si no hubiera tenido un viejo como el viejo no los hubiera leído. Cuando estabas estudiando a algún autor en la facultad, por ejemplo, él te daba una edición especial. No era un librito nuevo. A todos los liberales me los hizo leer. 

    ¿Vienen amigos de Jorge?

    Sí, claro. Algunos generan un poco de nostalgia. Lo cierto es que esto lo hemos armado para nosotros, para poder disfrutarlo. Luego nos pondremos viejos y veremos qué hacemos. Obviamente, si el día de mañana tiene alguna salida, lo aprovecharemos.