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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáHay una voz, detrás del teléfono, que ríe al terminar cada frase, que mezcla acento criollo con destellos germánicos y que dice llevar una vida dividida entre partituras y capturas.Es martes, mediodía en Montevideo y media tarde en Viena, y a 11.000 km de su país de origen, donde se crió entre violas y violines, Nancy Horowitz recuerda su vuelta a Uruguay después de siete años desde su última visita. Hace 28 que vive en Austria; se fue tras cursar gran parte de la carrera de Arquitectura en la Universidad de la República y conseguir un cupo en el Conservatorio de Música de Viena; y este año volvió para presentar una muestra que recorre su trayectoria por otra de sus pasiones, convertida ya en profesión: la fotografía. La exposición se titula Music Stars, se presenta en el foyer del Teatro Solís y forma parte de la agenda de celebraciones por el 160º aniversario del centro cultural.
Pocos días antes de la inauguración en la noche del viernes 12 de agosto, Nancy llega al Solís. Pisa la explanada sobre la calle Buenos Aires, observa el templo desde afuera, y la historia de su familia de músicos, su infancia entera se le cruza por delante. Entra. Y por instinto sus ojos hacen un recorrido panorámico por el hall de ingreso que, enseguida, se transforma en una comparación, en un antes y un después de cómo se veía el teatro cuando de niña y adolescente conformaba las filas de la Orquesta Filarmónica de Montevideo y la Sinfónica del Sodre (fue la primera mujer en hacerlo), y cómo se ve en en la actualidad, tres décadas después.
Ahora su orquesta de imágenes, la de músicos que fue captando en medio de giras y ensayos por Europa, Asia y América, se extiende por el foyer y los cuatro pisos de escalera que desembocan en la última fila de la sala principal del Solís. Así, Music Stars presenta un recorrido por cincuenta fotografías que indagan en el vínculo visual entre las calles y los grandes escenarios. Hay retratos de artistas callejeros, bandas de boliche, intérpretes clásicos, orquestas enteras, directores, nombres propios dentro de la música internacional (aparece, por ejemplo, el pianista ruso Vladimir Ashkenazy, la mezzosoprano austríaca Elisabeth Kulman y el director, también austríaco, Hans Graf), y otros instrumentistas anónimos. Hay, en todos los casos, un juego de escenarios, de trasladar a intérpretes profesionales a rincones abiertos de la ciudad, y de darles la oportunidad a músicos callejeros de estar, al menos en el marco de un retrato, resguardados bajo el techo de un escenario clásico.
“Ser violista es una gran ventaja. Saber lo que pasa en un escenario desde adentro permite plasmar todo en la fotografía: el fuego, la sensibilidad, el poder de romper el silencio ante una sala llena, la sensualidad que hay que poner al desnudo ante el público sin perderse; y luego revivir todo en un disparo de la cámara. Hay que contar una historia entre el artista y su instrumento, y esa historia es siempre muy íntima”, cuenta la artista que, comenzando por un tímido “asumo”, explica que hace pocos años su ecuación se invirtió: “Ahora dedico 70% de mi vida a la fotografía y 30% a la música”, dice a galería.
¿Primero llegó la música o la fotografía?
La música primero. Las artes visuales siempre me atrajeron mucho y cuando estudié Arquitectura en Montevideo lo vi con mayor claridad. Siempre quise fotografiar, pero lo empecé a hacer ya en Viena. Un día conocí a un fotógrafo muy bueno que vio mis trabajos y me dijo que tenía que presentarlos a concursos. Al principio pensé que se estaba riendo de mí, pero sin contarle a nadie mandé fotos a certámenes internacionales y empecé a ganar primeros premios. Al tiempo el ambiente de la música en Austria se enteró de eso y varios músicos empezaron a preguntarme si podía retratarlos. Después me llamaron productores discográficos y me llegaron pedidos de distintas ciudades de Europa. La música llegó de niña, por el vínculo artístico de mi familia; mi padre era solista en la Filarmónica de Montevideo. Empecé a los 9 con el violín y a los 17 cambié a la viola.
¿Qué le atrajo de la viola?
Mi padre tocaba viola, un día me topé con el instrumento en algún rincón de casa y probé tocar un poco. Me fascinó, muchísimo más que el violín. Tiene un sonido más cálido, más grave. No es un instrumento tan solista y el papel que tiene en una orquesta me es más simpático.
En la exposición Music Stars vincula sus dos pasiones y profesiones. ¿Cómo fue la génesis de esta serie?
Son dos mundos paralelos. El mundo de los músicos callejeros lo fui retratando desde siempre, mayormente cuando estaba de gira. Tocaba en mis propios conciertos y en las pausas o entre ensayos me escapaba a ver qué había para escuchar en las calles. La otra parte (la de los músicos profesionales) consiste en retratos que casi todos surgieron por encargo. Hasta hoy me contratan artistas; me dicen, por ejemplo, que van a grabar un disco y necesitan fotografías. Ellos me explican y me muestran qué música hacen y en base a eso armo la imagen. Esta es una serie que vengo recopilando desde hace muchos años. Imaginate que es enorme, mucho más de lo que se muestra en la exposición.
¿Cuántas fotografías tiene en la serie completa?
No te lo sé decir (risas). Para seleccionar las 50 de la exposición traté de mostrar diversidad. Hay gente famosísima en el ambiente de la música clásica y otros artistas que son muy buenos, pero son o muy jóvenes y todavía no tan conocidos, o, simplemente, no tan conocidos.
¿Por qué decidió centrarse en el vínculo entre los grandes escenarios y las calles?
Porque me parece que el lugar de donde salen todos es el mismo: la pasión y la intención de hacer música. Después, donde aterrizan en sí, es cuestión de la suerte que tengan o factores como, por ejemplo, dónde nacieron. Trato de adaptar las fotografías a cada artista según lo que hace. Me gusta mucho integrarlos a la ciudad donde viven. A veces queda bien hacer escenografías o montajes. Siempre busco que no se pierda el humor. En el mundo de la música clásica, siempre tan serio, a veces se pierde, pero no por eso deja de formar parte del arte. Es algo que a veces el artista no puede mostrar en el escenario, en medio de una orquesta.
Muchas de sus fotografías resaltan el vínculo de los músicos con sus instrumentos. Algunos los acarician, otros los miran con más distancia.
Exacto, es que la relación que tiene un músico con su instrumento, a no ser con sus familiares más cercanos, es la más larga que tiene en su vida. Podés tener una pareja de 50 años, pero seguro al instrumento lo conociste antes (risas). Y es algo con lo que siempre te podés identificar. Pase lo que pase, el instrumento es como un ancla, uno se puede agarrar de eso cuando sea. Te pueden pasar las peores cosas en la vida, pero esa fidelidad no cambia nunca. Él está siempre ahí, firme.
En la exposición hay una imagen que retrata un violín apoyado sobre una butaca de la sala principal de la Orquesta Radio Sinfónica de Viena (ORF), que tiene como título el nombre de Marcos Horowitz, su padre. ¿Cuál es la historia del instrumento?
Es todo un símbolo para mí. Ese violín era de mi padre y ahora lo toca mi hermana (Mónica Horowitz, que también aparece en la serie de retratos). Mi padre falleció y creí que era una buena manera de rendirle homenaje. Es un instrumento que pasan las generaciones y sigue arriba de un escenario, por eso quise retratarlo solo y en la sala de la ORF. Es parte de esa fidelidad que te comentaba, parte de mi familia.