N° 1971 - 31 de Mayo al 06 de Junio de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáNuestro pasado inmediato, aun con cuarenta años de madurez, sigue siendo reciente. Uruguay es un país donde se escribe poco o corto de algunas cosas. Faltan biografías importantes de figuras clave, casi nadie publica sus memorias, ni sus diarios ni sus cartas. Jorge Batlle murió sin escribir un libro.
Hubo excepciones: recuperada la democracia, varios líderes tupamaros escribieron mucho y con éxito. Otros no escribieron pero supieron comunicarlo muy bien, como José Mujica. Después, muchos periodistas y escritores escribieron sobre ellos, libros testimoniales, de conversaciones. Varios fueron bestsellers, aquí y fuera de fronteras. Algunos incluso estaban muy bien. Pero son obras testimoniales, parciales, sesgadas. “En estos casos se recoge material —se entrevista— en todos los ámbitos (guerrilleros, dirigentes políticos, militares retirados, etc.) en un saludable esfuerzo de ecuanimidad y objetividad. Pero todo ese material, salvo excepciones, también termina por ser básicamente testimonial”, ha dicho Juan Martín Posadas.
Muchos hacían sonar la misma campana. Lo que contaban no es exacto, y esto fue reconocido incluso por historiadores de izquierda. El movimiento tupamaro no luchó contra la dictadura. Pero, como dice Leonardo Haberkorn en la entrevista con Elena Risso que publicamos en este número, fueron muy hábiles en vender ese discurso. “Mucha gente guardó silencio ante un discurso que no era verdadero y lo dejaron crecer y crecer hasta que quedó instalado. Hubo mucha pasividad de `bueno, no hay que confrontar´. Creo que los intelectuales fueron parte de esa complicidad de silencio porque también muchos de ellos habían participado de ese denostar la democracia y les quedaba incómodo criticar a los tupamaros”, dice el escritor y periodista.
Además del hecho de que la historia la escriben los vencedores, en nuestro país la mayor parte de los historiadores y académicos que tienen visibilidad pertenecen —a grandes rasgos— a la familia de la izquierda. Solo a medida que vayamos revisando la historia su complejidad se irá desenrollando y las versiones incompletas, maniqueas o falsas irán desapareciendo u ocupando un espacio menor. Un libro importante en el camino fue La revolución imposible, de Alfonso Lessa, editado en 2003. Al año siguiente, Hebert Gatto publicó otro título clave: El cielo por asalto. Le siguió en 2006 Donde hubo fuego, de Adolfo Garcé. Dos años más tarde, José Rilla presentó La actualidad del pasado. Allí dejaba claro que la izquierda dejó solo a Carlos Quijano, quien desde Marcha intentaba torcer las cosas. El prestigioso historiador escribió que los militares dieron el golpe después y no antes de haber derrotado a la guerrilla y que esta no tenía “preocupaciones democráticas”. Que se decidió “ayudar a la historia”. Dijo que Mario Benedetti era “responsable”, como ensayista, editorialista y dirigente político, de parte de lo que ocurrió: “Es responsable de la generosa locura de miles de jóvenes que se dedicaron a ‘ayudar a la historia’, como él decía, con una ilusión enorme que finalizó en una tragedia”. Remarca allí sus influyentes frases apocalípticas, como la de 1971: “Se acabó el juego aparentemente limpio, el lujo de la libertad”.
Pero además de los libros también están los documentales, los programas de televisión… y la mística sigue creciendo. Pronto llegarán películas basadas en libros escritos por dirigentes tupamaros (como Memorias del calabozo, de Mauricio Rosencof). Cuando no los están grabando, muchos historiadores e incluso personas allegadas a los principales líderes tupamaros hablan de la “fábula”. Ese libro, para muchos, es una media verdad, con mucho de incomprobable y romántico, pero no hay forma de hacerle contrapunto, con la cuota de fantasía que tiene.
Como el MPP sigue siendo el statu quo, hasta hoy soporta mal las críticas. De cualquiera, incluso de voces que desde dentro del partido refutan “la historia oficial”. Vale recordar que cuando el año pasado María Urruzola publicó el libro sobre Fernández Huidobro la propia gente de izquierda le montó una dura campaña que sorprendió a la autora.
Cada tanto trasciende que un libro de historia para liceales plantea que los tupamaros lucharon para defender la democracia. Porque consideraba que había que poner por escrito la otra campana, fue que el expresidente Julio Sanguinetti escribió La agonía de una democracia. En 2016 el extupamaro Luis Nieto publicó La guerrilla innecesaria, donde hizo una autocrítica.
Pero hace falta que la academia, los historiadores y los periodistas revisemos documentos. No es relevante para la historia ni para el relato periodístico que Emir Kusturica haga un documental sobre Mujica. Hay que estudiar mucho y hacen falta más voces, incluso las de personas que no tuvieron participación política, como el poeta y escritor Roberto Appratto, que escribió una estupenda memoria personal de aquellos años, Se hizo de noche. Es valiente Appratto, que comienza ubicándose a sí mismo en el pasado como un “adorador a distancia del MLN” pero termina mirando el panorama desde una distancia crítica que le permite hablar de la “opereta uruguaya de la posdictadura”, donde “se continuaron hábitos mentales” propios de los años de represión.
Habla de las líricas construcciones que levantamos para olvidar y sobre todo para no pensarlo, no hacer preguntas, aceptar el discurso heredado. Se pregunta qué era o qué es ser uruguayo, o qué es ser de izquierda, de esa izquierda “consciente de sí misma, y que después fue responsable de las mayores tonterías posibles, sobre todo en el terreno del arte, del ensayo, de la creación. Nada por ahí. Era, y es, otra cosa lo que quería decir con ‘izquierda”.
Izquierda, uruguayez, pasado, futuro. Términos sobre los que habrá que volver una y otra vez hasta que el camino quede medianamente limpio y transitable. Es probable —es deseable, necesario— que sigan surgiendo otras voces.