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    Yo soy mis libros

    En la previa del Día del Libro, que es este sábado 26, amantes de las letras hicieron el desafío del #Bookface

    Todo empezó como un juego. Hace cuatro años, la responsable de equipamiento de la Biblioteca Pública de Nueva York, Morgan Holzer, buscaba nuevas fórmulas para fomentar la lectura. Veía que muchos de los jóvenes lectores pasaban más tiempo con el celular que con un libro. También sentía que consideraban a las bibliotecas como lugares aburridos y sobrios. Entonces, inventó un juego para mezclar los dos elementos y, al mismo tiempo, fomentar la lectura: el bookface. El reto consiste en tomar una fotografía jugando con la profundidad de campo para hacer coincidir los tamaños de la portada de un libro con la persona. Es decir, una cuestión de perspectivas. Luego, solo resta publicarla en las redes.El creativo método fue reformulado en Instagram por usuarios que lo utilizan para recomendar libros y se volvió un fenómeno viral. Desde entonces, miles de imágenes con el hashtag #Bookface invaden los perfiles de los usuarios más jóvenes en las redes sociales. La iniciativa también se trasladó a librerías, que la impulsaron entre sus lectores. Con motivo del Día del Libro, galería convocó a personas de diferentes ámbitos para que hagan su propio #Bookface y cuenten cómo los libros forman parte de su rutina.

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    Leandro Delgado

    Escritor

    La lectura es parte de su rutina. A veces tiene que leer para formarse como profesor y otras  para nutrirse como escritor. Suele encontrar placer en las historias y en los documentos que lee. Pero no siempre fue así. Hace unos años, Delgado trabajaba como editor para un diario y estaba cansado de pasar sus días frente a una computadora corrigiendo textos. La edición  “exige una lectura muy distinta y que se me hizo muy poco placentera en cierto momento”, recuerda hoy, a los 51 años.

    Luego de dejar ese trabajo, recuperó el gusto por los libros académicos y las obras de ciencia ficción. “Tengo una rutina establecida. Lo que leo para investigar o dar clase lo hago en la pantalla. La ficción la leo en papel”, cuenta el escritor, que considera que no es una mala práctica dejar un libro sin terminar. “En algunos casos no es necesario leer el libro en su totalidad, principalmente cuando se trata de una recopilación de artículos de varios autores”, dice.

    Para continuar con su formación, Delgado armó una gran estantería con ensayos fundamentales para su carrera. “Las bibliotecas son un problema para los investigadores en Uruguay. Lo ideal sería que toda esa producción y todo ese volumen de libros no estuvieran en tu casa sino disponibles en bibliotecas para todos”, concluye.

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    Soledad Ortega

    Comunicadora

    La conductora de radio y televisión asegura que sus hijos están muy lejos de leer como lo hacía ella. “Son momentos distintos. Su era es digital y quizás allí hay una lectura diferente. Cuando tenía la edad de ellos (mis hijos mayores tienen 12 y 9 años) traía un libro de la escuela por semana, había competencia de lectura. Lo normal era leer todas las noches. Ellos cuentan con una biblioteca en su cuarto, pero el desafío del texto impreso es grande”.

    Ortega, de 38 años, no tiene ningún prurito en asegurar que lee best-sellers. Le genera curiosidad saber de qué habla la gente y su trabajo se lo demanda. A los uruguayos les gustan los libros, entiende la comunicadora, pero les atribuye a los medios la responsabilidad de generar espacios de recomendación, discusión sobre las obras, charlas, promover ferias e iniciativas que mantengan vivos los libros en estos tiempos. Aunque no concurre a una biblioteca desde que era estudiante de facultad, cree que en “Uruguay se comienzan a ver esas librerías-café que ayudan a combinar el amor por la lectura y la interacción social”.

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    Enrique Aguerre

    Director del Museo Nacional de Artes Visuales

    Nunca puede desprenderse de los libros. En su oficina del Museo Nacional de Artes Visuales, Aguerre tiene una estantería repleta de obras que cuentan la historia del arte moderno. También guarda ejemplares de sus colegas y colecciona trabajos de algunos escritores que tiene pendientes. “Leo a toda hora, dependiendo del tiempo que me vaya quedando. Y de noche mucho más”, cuenta el director del museo, de 53 años, quien también es conocido por sus transgresores videos. 

    En su casa sigue la misma rutina. Le gusta leer en la mesa de la cocina, en el sillón que le regaló su esposa para el cumpleaños y en la cama antes de dormir. Hace años empezó a armar una gran biblioteca que tiene en uno de los dormitorios. Y le encanta recorrerla para encontrar un personaje y una historia que lo atrapen para su próxima lectura. Cuando va a una librería, además, busca hallar nuevos géneros y autores. “A veces leo best- sellers si me interesa el libro y vendió mucho, como También esto pasará, de Milena Busquets o Vernon Subutex 1, de Virginie Despentes”.

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    Diego Velazco

    Artista visual

    Es conocido por sus exposiciones fotográficas, documentales y publicitarias. Sus obras recorren los museos de distintas partes del mundo, y en 2017 recibió el Premio Montevideo Artes Visuales. Pero su trabajo no solo se limita a la imagen. El fotógrafo uruguayo encuentra inspiración en las decenas de novelas y cuentos que hay en la editorial que lleva adelante. “Estoy todo el día con libros y también leo recomendaciones de prensa que siempre son bienvenidas”, cuenta Velazco, de 50 años, y siempre con varios libros bajo el brazo.

    Todos los días antes de dormir lee al menos un capítulo de un nuevo relato que le permita “viajar”. En su mesa de luz guarda Qué estás mirando: 150 años del arte moderno, de Will Gompertz, y Carlota Ferreira, de Diego Fischer. Los libros no tienen nada en común. Cuentan historias y hablan de personajes diferentes, pero cada uno tiene su encanto. “Siempre tengo dos libros al mismo tiempo bien diferentes y agarro el que me tiente más de acuerdo con cómo estoy”.

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    Sebastián Papelito Fernández

    Futbolista

    Cada vez que viaja a jugar al fútbol fuera de Uruguay, lleva un libro para entretenerse. Desde chico, sus padres le enseñaron a buscar respuestas en los cuentos y en las novelas de los grandes autores. “Siempre que tenía una inquietud me decían: ‘Tomá, en ese libro puede estar la explicación’”, recuerda Fernández, de 33 años. En la biblioteca de su casa, de hecho, se guardaron ejemplares de distintos géneros para que todos encontraran sus favoritos. “Nunca nos impusieron la lectura, pero nos incentivaban a estar detrás de una historia”, cuenta este deportista al que le interesan los cuentos clásicos y los libros modernos.

    Mientras se prepara para jugar el próximo partido de la Copa Libertadores, el jugador de Nacional está terminando de leer El hombre ilustrado, de Ray Bradbury. Todas las noches, después de acostar a sus cuatro hijos, se toma al menos media hora para dedicarles a los libros que tiene pendientes. “Cuando la casa está tranquila y el día está por terminar me gusta dedicarle un tiempo a la lectura. Para mí es una práctica importante que me permite relajarme y tener un momento de calma”, cuenta.

    Para su retrato de #Bookface, Sebastián eligió Antes que anochezca, una autobiografía escrita por el cubano Reinaldo Arenas antes de suicidarse en Nueva York. El novelista homosexual, que en ese momento luchaba contra el sida, también era conocido por su oposición al gobierno de Fidel Castro. El futbolista, que leyó varios de sus libros, eligió la autobiografía porque habla de la discriminación.

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    Mercedes Dubra

    Estudiante

    Al igual que muchos adolescentes, a Mercedes le gustan las trilogías como Maze Runner y Los juegos del hambre. Puede terminarse un libro en menos de una semana y estar un buen tiempo sin retomar la práctica. “Leo por períodos; encuentro muchos libros y cuando los consigo me los termino enseguida. El problema es que después me quedo sin leer por un tiempo bastante largo”, cuenta la joven de 16 años, que también está condicionada por la rutina del liceo. Cuando se libera de los parciales y de los libros que le exigen sus profesores, le gusta leer cuentos que narran casos judiciales, como los del escritor estadounidense John Grisham.

    Mercedes confiesa que le gusta estar en contacto con las ediciones en papel, pero que la ansiedad de leer una nueva historia la lleva a utilizar su Kindle. “No voy tanto a las bibliotecas, pero a veces voy a las de mi liceo para investigar algo sobre un proyecto”, cuenta esta chica que para el #Bookface eligió el libro Warhol, de David Bourdon. 

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    Álvaro Piro Fuentes

    Librero

    Es uno de los referentes de Gussi Libros, una de las empresas de distribución e importación de libros más importantes de Uruguay. Cualquiera diría que “en casa de herrero, cuchillo de palo”, pero Fuentes es un ávido lector que siempre aprovechó los círculos donde se mueve para adquirir ejemplares de todo tipo. Actualmente está leyendo Yo por dentro, el libro póstumo de Sam Shepard, el mismo autor que le dio un sacudón cuando tenía 20 años con Crónicas de motel.

    Fuentes, de 50 años, no solo sabe de libros, sino también del mercado editorial. Aunque no tiene un estudio cuantitativo sobre lo que leen los uruguayos, tiene el pulso del mostrador: “La literatura juvenil e infantil creció mucho. Actualmente, la ficción la está peleando y la no ficción funciona”, dice. Cuando se sale en busca de una nueva editorial no solo se puede tener en cuenta el gusto de los uruguayos, “los precios terminan determinando. En el mundo hay cosas hermosas, pero a veces al importar ciertos ejemplares a la plaza terminan quedando caros”.

    Fuentes trabaja desde el 20 de mayo de 1985 detrás del mostrador de Gussi. Su experiencia le dice que no hay que imponer la lectura en las casas, menos aun a los más chicos. “Cuando les insistí a mis hijos que lean cosas que a mí me encantaron, no logré una buena respuesta. Pero cuando les dejaba un libro en el cuarto, sin poner mucho énfasis sobre lo que significó para mí, tarde o temprano, o más tarde que temprano, lo terminaban leyendo”, asegura.

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    María Beer

    Docente de Filosofía

    Con un máster en Teología por la Universidad de Oxford (Inglaterra) y el comienzo próximo de un PhD en el área, para Beer, leer libros es un trabajo. Mientras estudiaba, se pasaba ocho horas por día en la biblioteca. Allí no solo encontraba el material que necesitaba, sino que también funcionaba como lugar de intercambio con otros estudiantes. Para ella, la originalidad de una obra no es el valor más grande en la vida intelectual. Al contrario, “a hombros de gigantes”, leyendo detenida y comprometidamente lo que otros ya dijeron, es como ella se sumerge en los libros.

    Los autores preferidos de esta académica de 26 años —que ahora dicta clases a estudiantes de liceo y universidad— son los llamados clásicos, ya que entiende que aún dicen cosas cercanas y actuales. “Me resulta más fácil confiar en ellos. Platón, Aristóteles, Santo Tomás, Descartes, Kant, Heidegger. Lo académico parece ‘erudito’ porque son textos complejos, pero la lectura siempre es subjetiva, propia. Y la filosofía trata sobre los problemas fundamentales de la vida humana”, asegura. Sin embargo, leer semejantes tomos no es sencillo. “La primera vez que nos endilgaron estudiar Metafísica de Aristóteles recuerdo que estuve todo un día leyendo el primer párrafo”, recuerda entre risas.

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    Ligia Almitrán

    Periodista y abogada

    La periodista y abogada lee al menos media hora diariamente en formato libro. Los fines de semana y en vacaciones ya es otra historia, y se vuelve casi una actividad de tiempo completo. Por lo general, no presta libros pero tampoco hay quien se los pida. Y tiene tantos que no sabe ya dónde colocarlos. Aunque para muchos comenzar un libro impone un compromiso que acaba en la última página, para Almitrán eso ya no es una carga. “Antes leía los libros hasta el final aunque no fueran buenos. Me obligaba a hacerlo. Ahora no quiero perder tiempo. Lo abandono casi de inmediato si está mal escrito, si la estructura no es interesante o es previsible. Lo dejo y me siento liviana”, dice.

    Para Almitrán, “la lectura es un acto íntimo, solitario y silencioso que requiere atención para sumergirse en un territorio desconocido. Una provocación del pensamiento”. Considera que los uruguayos dicen darles más importancia a los libros de la que verdaderamente le otorgan. Para ella, se le adjudica poco valor a la lectura en la educación. “Estamos ante una oscuridad educativa, no se los incentiva a leer ni a aprender. La lectura posibilita el ejercicio del pensamiento y el pensamiento permite la resolución de problemas. Y una persona que piensa siempre es una persona, finalmente, libre”, concluye.