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Eva Claessens: “Pueblo Garzón te elige o no te elige”

Formada en la Escuela de Bellas Artes de Perugia y radicada en Maldonado, la artista belga Eva Claessens se dedica a la pintura y la escultura, expone en Este Arte y sus obras son adquiridas por coleccionistas internacionales

Parejas desnudas que se abrazan. Mujeres paradas, algunas embarazadas, otras de espaldas con el pelo recogido. Rostros de mujeres, en general con los ojos cerrados y pestañas bien largas. Eso es lo que se puede ver, a simple vista, en las obras de Eva Claessens (50). La artista belga, nacida en el área rural de Amberes y radicada en Pueblo Garzón desde 2007, dibuja y pinta figuras humanas en pedazos de tela gigantes o los esculpe en mármol, originario de distintos países y que selecciona según su color. Algunas de las telas que elige son blancas, otras beige o color marfil. Las medidas de las telas que prefiere para crear son de 1,30 x 1,70 m o pueden llegar a 2 m x 2 m, tamaño perfecto para cubrir gran parte de una pared —donde más se lucen sus obras— o el suelo, donde elige instalarse para crear. Siempre dibuja el contorno de los cuerpos en negro y pinta su interior de colores neutros. 

Eva recibe a Galería en su casa garzoniana, que es blanca y está escondida detrás de unos matorrales. Lleva puesto un vestido negro, largo y sin hombros. Su pelo está recogido en una colita y camina descalza. Cuenta que visitó Garzón hace más de 16 años, casi por casualidad, cuando viajaba por el mundo. India, Israel, Jamaica, Estados Unidos, Italia, Francia y otros países más estamparon su pasaporte belga (aunque también tiene el uruguayo), hasta que un conocido le propuso visitar Uruguay. Flechada por el espíritu rústico y tranquilo de Pueblo Garzón, como le pasa a otros extranjeros que lo visitan, decidió comprar un terreno. A lo largo de un año construyó su casa-estudio, que es digna de figurar en cualquier revista creativa, de arquitectura o decoración. 

Dibujar, dibujar y dibujar. Como si de una extensión de su cuerpo se tratara, el dibujo es inherente al ser de Eva. “Dibujo desde que soy chiquita”, dice en español con fuerte acento. “En el colegio dibujaba cada centímetro de mis cuadernos, me gustaba dibujar las manos de mis amigas. Creo que con las manos decimos mucho más que con la cara”, señala. A los 18 años comenzó su carrera artística en la Escuela de Bellas Artes de Perugia, Italia, tras ganar una beca y, una vez recibida, viajó por el mundo mientras producía obras. 

Aunque sus profesores en Italia intentaron motivarla a incursionar en prácticas más modernas, como la instalación, característica del arte contemporáneo, a ella nunca le interesó nada más que el dibujo, la pintura y la escultura. “Desde pequeña me enamoré del dibujo, era todo lo que quería hacer. A los seis o siete años les dije a mis padres que quería ser artista. Todavía recuerdo la sensación de seguridad que sentía con respecto a querer ser artista, era una certeza absoluta”. Recuerda especialmente un viaje que hizo con sus padres a la fundación Vasarely, al sur de Francia. “Siento que fue ayer, pero tenía como 12 o 13 años. En ese museo confirmé que quería dedicarme al arte, no había otra opción”. 

Formas orgánicas. Su infancia en el norte de Bélgica, rodeada de naturaleza, explica su conexión con lo verde. “No puedo funcionar en la ciudad, necesito un entorno natural, un lugar con magia”, dice sentada en la mesa de madera de su patio trasero. Se escuchan gallinas, que son como 10 y pasean entre los árboles. “Son del vecino, a esta hora siempre vienen”. Como si de una puesta en escena se tratara, también vuela una mariposa y los pájaros se encargan de tapar la música, que cada tanto se escucha desde adentro. 

Sus esculturas en cerámica, granito y mármol están en todas las partes de la casa. En el piso, algunas en la biblioteca —donde conviven con muchos libros en francés— y otras sobre las mesas de afuera. La uniformidad, o “forma orgánica” como Eva la describe, de las esculturas hace evidente su impronta natural. Parecen rocas marinas o cristales. Ese sello es más sutil en sus pinturas, siempre sobre figuras humanas, que dibuja en vivo. 

El cuerpo desnudo, sus formas y movimientos, el ser vivo y su energía es lo que a Eva la cautiva y lo que intenta plasmar en cualquiera de sus obras. Cada semana invita a una pareja amiga o algún conocido para dibujar sus cuerpos, desnudos, en vivo. La cita, en general, es a la noche y a la luz de las velas. “Es un momento de intimidad no solo para los tres, en caso de que esté dibujando a una pareja, sino para la pareja en sí misma”, comenta Eva sobre los encuentros. “En general, se habla de la intimidad como si fuera solo sexo, y no es así. Una de las parejas que siempre dibujo es de llamarme para preguntarme cuándo pueden venir, ellos disfrutan del momento, lo quieren. El encuentro para dibujarlos no es nada sexual, yo lo que quiero exprimir ahí es la emoción de un momento”. Eva explica que la idea no es posar, sino estar, moverse, hacer lo que el modelo o los modelos quieran. Ella se encarga de prestar atención y de encontrar el movimiento o la postura que a ella la cautiva. Traza en papel todo lo que le gusta, para luego llevar a la tela o a la escultura lo que vio en sus modelos, que son los mismos desde hace muchos años.

Los trazos de Eva son relajados, delicados, suaves, y sus dibujos parecen, a veces, sin terminar. “Eso es por gusto, me gusta que no parezca terminado, es más natural”. Es por esa misma razón que presenta sus pinturas sin enmarcar. Sin embargo, definir su obra o describirla con palabras sería ir en contra de lo que la artista busca con sus creaciones. “Creo que mi obra es más para sentir que para definir, no es intelectual. Por eso me gusta darle la apariencia de que no está terminada, como la vida misma, y la idea de que el individuo puede concluir la pieza con sus ojos”. 

Sus obras se vieron en la feria Este Arte de hace apenas unos días, que las exhibió la galería de Alexander y Carrie Vik, Galleria Vik, también fundadores de La Susana, Playa Vik, Estancia Vik y Bahía Vik, y clientes fieles de Eva. La artista expone, además, alrededor del mundo, desde Los Ángeles hasta Lisboa. 

Atelier soñado. “Garzón te elige o no te elige”, reflexiona Eva sobre por qué decidió mudarse del campo en Francia, donde vivió por varios años, a Pueblo Garzón. Siente que el pueblo hace su propia “selección natural” de habitantes, ya que algunos se ven completamente atraídos por él, en pocos casos hasta el punto de provocar una mudanza, y no genera nada en otros. La decisión no cesa de sorprender a varios uruguayos, que hasta la fecha le preguntan por qué tomó tal decisión, a lo que ella responde que fue pura intuición. “Sentí algo en la panza, sentí que tenía que instalarme acá. Me llamó”, explica. Suma a eso que no es un tema de costo de vida, ya que el uruguayo es más elevado que el que podría tener en Francia o Bélgica. 

Su casa apenas se ve desde la calle. Si no se la está buscando, pasa totalmente desapercibida. Comenta que así lo quiso cuando diseñó todo, respuesta que dará con cada pregunta relacionada con los detalles extraordinarios del espacio. Luego de entrar por la portera de hierro, que es pequeña, delgada y está sumergida entre dos arbustos de aspecto salvaje, se sigue un camino corto hacia la puerta de la casa, que es grande, también de hierro y no da hacia la calle, sino hacia el costado. 

Lo que vendría a ser un living-comedor en una casa común, es un estudio artístico para Eva. Se trata de un lugar espacioso y casi libre de muebles; hay más que nada sillas antiguas y sillones de una plaza. Además de la delicadeza de cada pieza que recubre el espacio y da armonía al ambiente, lo que llama la atención son sus ventanas: están muy cerca del suelo. La respuesta ante esa curiosidad fue la misma que la anterior: quería completa intimidad. Además, cuenta que la ubicación de cada ventana está perfectamente pensada para que la luz del atardecer, en verano, bañe el interior de su casa-estudio casi por completo. 

A los pocos muebles del lugar, los acompañan un bastidor sin cuadro, varias esculturas hechas por ella y lámparas sobre el piso. En el medio hay alfombras y varias de sus obras en tela, pinceles y pintura. “Acá paso mis días, pintando en el piso”, dice mientras señala sus 11 obras desperdigadas por el suelo. Luego agarra un CD y lo pone en el reproductor de música, que también está en el piso. Empieza a sonar Chopin. Eva regula el volumen hasta dejarlo bajo, a un nivel perfecto para seguir conversando.