Tengo un recuerdo de que con 15 años le dije a mi madre que quería
estudiar maquillaje. Cuando era niña mi padre tenía una productora, y se ve que
eso me latía. A mi madre le pareció un poco extraño que quisiera estudiar
maquillaje y trabajar en cine en Uruguay. Cuando cumplí 18 empecé a estudiar
Maquillaje Integral en la UTU. En el segundo año me crucé con Estela Vallegra,
una maquilladora que es una de mis madrinas en esto, y empecé a trabajar en (la
película) La Redota (de 2011, dirigida por el uruguayo César Charlone)
como asistente. Ese rodaje se hizo en 2008 y, desde entonces, no paré de
trabajar en el rubro audiovisual.
¿Qué otros primeros trabajos recuerda?
Empecé
trabajando en películas y algunas publicidades. En 2008 e incluso antes no
había tanta industria audiovisual y de servicios como hay ahora, con
plataformas de streaming. Ese boom en Uruguay se dio después de
la pandemia. A nivel regional, en Argentina y Brasil, no se podía filmar mucho,
entonces Uruguay pasó a estar en el ojo de las plataformas. Se hizo un
protocolo para poder filmar con pandemia y además fue posible porque somos
menos. Empezó a haber más producciones de series y ahora tenemos muchísimas. En
cuanto a maquillaje, las producciones grandes tienen más posibilidades de
caracterización por su presupuesto para probar pelucas, barbas, heridas,
tatuajes, manchas. En películas nacionales, con dos actores hay continuidades y
maquillajes mucho más sutiles. A nivel profesional y particular me desafían
mucho más los proyectos grandes.
Al ser Uruguay un mercado pequeño, en el que recién pospandemia se
empezaron a realizar más producciones audiovisuales, ¿existen dificultades para
conseguir los materiales para maquillaje y caracterización?
Tengo la posibilidad y la suerte de siempre trabajar con muchísimos
colegas de todo el mundo. Cada vez que viene un servicio que se filma en otro
país y además acá, como La sociedad de la nieve o Cometierra (de
Dolores Reyes), una serie que se filmó hace un par de meses, siempre viene un
jefe de área de otro país y hay uno local. Muchas veces me toca ser la de este
país, entonces se genera un intercambio muy rico. Es una posibilidad enorme y
que no la tiene mucha gente. Uruguay es un país donde se filman muchas cosas,
por las locaciones y la posibilidad de las políticas públicas del PUA (Programa
Uruguay Audiovisual del Ministerio de Industria, Energía y Minería), que
permiten que sea más fácil hacer producciones audiovisuales. En esas instancias
se produce también un intercambio de materiales. A su vez, en internet se puede
acceder a tiendas de distintos países e investigar qué productos se pueden
utilizar. En pintura las técnicas son las mismas, lo que cambian son los
resultados, la finalización y la imperceptibilidad, que es lo que hace que el
maquillaje sea verosímil. La terminación y el acabado del trabajo capa a capa,
para que no se note que es maquillaje con la tecnología que tenemos de cámara,
es lo que más nos interesa a los maquilladores.
¿Trae de afuera porque en Uruguay hay cosas que no se consiguen?
Sí, en Uruguay es casi imposible conseguir materiales. Incluso también
para lo social.
¿Cómo surgió la idea de crear su propio laboratorio de trabajo, La Pecera
Lab?
Surgió de la idea de tener mi lugar y a partir de muchas cosas que he
logrado. También de la necesidad de, como caracterizadora uruguaya, tener
implementos que se puedan fabricar a nivel local y no necesitar traerlos de
Argentina o de Brasil.
¿Por ejemplo?
Prótesis, una cabeza, una mano, un dedo, manchas, tatuajes. Hay momentos
en los que no tenés la posibilidad de hacer a mano cada cosa y necesitás poder
hacer 15 tatuajes que siempre queden iguales. En Uruguay no existía eso,
entonces surgió por mi propia necesidad de tener un lugar donde construir esas
prótesis, manchas, cicatrices, para poder caracterizar actores y reproducir
esas cosas en muchos días de rodaje. Surgió de mi necesidad y la de una
industria que cada vez crece más.
¿Cuánto hace que abrió el laboratorio?
Lo abrí en junio del año pasado, hace muy poquito.
¿Hay mucha gente trabajando en caracterización para el rubro audiovisual
en Uruguay?
Somos pocos, nos conocemos entre todos. En maquillaje y pelo tenemos un
grupo de WhatsApp en el que hay 50 personas, más o menos. El rubro está
creciendo, con varias cosas que se están filmando al mismo tiempo, entonces se
abre la cancha y puede entrar mucha más gente a trabajar. Pero en la cotidiana
siempre hay uno o dos proyectos, entonces los que estamos constantemente
trabajando somos seis. Eso, más que nada, en ficción. Después está el área de
publicidad. Seremos 20 o 25 personas las que vivimos del maquillaje y pelo para
audiovisual en Uruguay durante todo el año. Los otros, más que nada, picotean
en diferentes rubros como moda, social. Hay que tener varias puertas abiertas,
porque con una sola no siempre alcanza.
Cuando uno piensa en maquillaje o busca la definición de la palabra,
siempre se habla de “embellecer” o “cubrir imperfecciones”. Sin embargo, existe
este otro tipo, que podría considerarse como lo contrario: hacer que una
persona luzca más deteriorada, golpeada, cansada. ¿Por qué le atrae más este
tipo de maquillaje?
El maquillaje lo vemos como embellecer, sin duda. Pero está bueno tener
la capacidad de pensar que estamos en un punto medio sin maquillaje, y poder
tener la amplitud tanto hacia un lado como hacia el otro. Eso me parece
reinteresante, porque en audiovisual muchas veces lo que pasa es que, cuando
se quiere “bajar” un poco, deteriorar, se embellece un poquito y se corrigen
imperfecciones para poder después ir para atrás. Concebir al maquillaje como
herramienta completa me parece reinteresante. Además, lograr la verosimilitud
y que no se note. Hay muchas producciones en las que no es protagonista el
maquillaje porque realmente no se ve.
¿Cómo surgió la posibilidad de integrar el equipo de maquillaje de La
sociedad de la nieve?
Yo trabajo hace muchos años en Cimarrón, la productora que se encargó del
servicio para La sociedad de la nieve en el Cono Sur, y primero me
llamaron para un callback. Después me llamó Javier Barboza (productor).
Venían dos áreas separadas —a veces en Uruguay hacemos un área entera de
maquillaje y pelo— y me ofrecieron integrar la de maquillaje, y dije que sí,
que me alucinaba. Me puse en contacto con Ana López Puigcerver (española
encargada del equipo de maquillaje de La sociedad de la nieve) y
empezamos a trabajar como un mes y medio o dos antes de que ella viniera a
Uruguay. Idas y vueltas, me iba mandando fotos de los actores, me mostraba cómo
venía haciendo el trabajo, qué materiales usaban. Eso estuvo muy bueno porque
sin haber empezado a trabajar ya nos íbamos familiarizando con las caras de los
actores. Entonces, al momento de empezar a trabajar había cosas que teníamos ya
digeridas.
¿Cómo fue el trabajo de investigación y búsqueda de referencias?
Fue en conjunto con Claudine Saint Hubert (estilista uruguaya), que
estaba como coordinadora de pelo. Lo que estuvo bueno fue que nos sentimos
parte, porque vinieron una diseñadora de maquillaje y una diseñadora de pelo de
España, pero la película es sobre una historia de acá. No es lo mismo lo que
pasaba en España en 1972 que lo que pasaba en Uruguay. No eran exactamente las
mismas modas. Había muchas cosas en común, pero otras no. Fue entender que nos
tocaba a nosotros ser responsables de eso y poder tener toda la información
sobre la mesa. Empezamos, primero, por conseguir fotos. A mí me gusta siempre
consultar personas, tener un diálogo: “¿y vos qué usabas? ¿Tu padre qué usaba?
¿Tu tío qué usaba?”. Preguntarles a mis padres, a padres de amigos. El largo
del bigote, de las patillas. Hay elementos de maquillaje que son
característicos de la época. También estaban los uniformados, los policías, los
enfermeros. Tuvimos una comunicación y un Zoom con la guardia y el sargento de
Chile; nos contaron las referencias, qué usaba un cabo, qué usaban otros
militares, si llevaban bigote, si no, los comandantes, los pilotos. Fue
superminucioso. Se hizo todo un estudio de fotografía y un estudio de consulta
sobre la historia. Después se juntó toda la información recabada y se compartió
con los equipos grandes.
¿Qué parte del trabajo de maquillaje y caracterización se hizo en
Uruguay?
Acá teníamos que recrear todo lo que en la película no es nieve. Teníamos
a los familiares y a todos los extras que hacen real la época, que te hacen
creer que estás en los años 70. En el hospital, cuando estaban llegando los
sobrevivientes, eran 350 extras y los empezamos a preparar muy temprano. Éramos
un equipo de 10 personas en maquillaje, y algunos tampoco tenían tanto la
historia, entonces armamos un grupo de WhatsApp, fuimos mandando las
referencias, explicando cómo íbamos a manejarnos. Como eran tantas personas y
no teníamos tanto rato les escribimos a los extras, les dijimos quiénes tenían
que venir afeitados, quiénes no. Hicimos toda una coordinación previa para
llegar al momento y que el trabajo fuera más simple. Armamos una estación de autoservice
de afeitado con tres o cuatro espejos, agua calentita y espuma de afeitar. Ya
en la fila, cuando iban llegando, les íbamos diciendo si tenían que pasar por
ahí o no. Porque si vas afeitando a cada uno, con el tiempo que te lleva, no
alcanzás a prepararlos a todos. Una vez que estaban prontos hicimos un chequeo
de todos los extras junto con vestuario y los equipos que coordinaban todo eso,
para ver si alguno había quedado para atrás, algún tatuaje que se veía y no se
debía ver, una ceja superperfilada, más de 2023, de 2024. Elementos de la época
actual que no podían existir bajo ningún concepto.
¿Surgió algún inconveniente en ese sentido?
Hicimos el chequeo y todo estaba perfecto. Fueron a set y vimos que el
chofer de la ambulancia, cuando la cámara se acercaba, tenía una barba toda
delineada y estaban por filmar. En set siempre estábamos nosotros con el
elenco, pero yo estaba coordinando también el equipo de extras. Vimos a ese
actor, lo señalamos, y una de las colegas que estaba con los extras salió
corriendo con la afeitadora, le puso una capa para no ensuciar el vestuario y
lo empezamos a afeitar rapidísimo ahí. Hace poco comentamos que justo ese actor
tiene un plano que se ve, cuando vienen llegando los sobrevivientes. Ahí
dijimos: ¡perfecto, zafamos! (ríe).
¿Tuvieron también que reproducir y continuar maquillajes que ya se habían
hecho en España?
Sí, tuvimos que reproducir la llegada de los sobrevivientes. Cuando
llegan los helicópteros a buscarlos en la montaña, que salen Nando (Parrado) y
Roberto (Canessa), en la última expedición, todo eso lo filmamos en Uruguay.
Ellos tenían un equipo de cuatro españoles que habían venido, cinco con el
encargado de efectos especiales, y éramos cuatro acá. Eran 16 sobrevivientes y
cada uno maquillaba a dos, más o menos en 40 minutos o una hora. En general,
las personas que venían de allá hacían a los mismos, siempre a los
protagonistas, porque tienen más detalles. Un día nos mostraron y trabajamos
con algunas capas, hicimos una prueba, y después nos probamos a nosotras mismas
en la etapa de preproducción. Fuimos a la cancha, tocó hacerlo, y nos fue
superbién. Las españolas quedaron muy contentas y nos decían: “Hay gente que en
España hizo esto en dos meses y ustedes lo hicieron en un día, lo hicieron
espectacular, increíble”. El nivel que tenemos en la industria audiovisual es
muy bueno, podemos hacer maquillajes que a otra gente le cuesta muchísimo.
Desde su experiencia y su contacto con colegas de otros países, ¿nota que
Uruguay está al mismo nivel que el resto del mundo?
Sí. No voy a decir que estamos mejor que el resto, pero estamos a un
nivel increíble. También considero que es una industria pequeña, entonces cada
técnico es muy bueno. La estructura la tenemos a nivel de equipos, cámaras,
luces... Y a nivel de técnicos también, porque todo el tiempo estamos
contactándonos con gente de distintos países. Eso también nos hace estar sumamente nutridos y con
mucha formación. Eso es lo lindo de esta película. El 30% de lo filmado se hizo
en Uruguay. Acá se filmaron 17 días y allá 120, o por ahí. Estamos nominados (al Oscar) por una película de
Hollywood, por una producción en la que hubo mucha fase de equipos, pero mucho
de lo que aparece en la película se hizo en Uruguay. Estamos compitiendo al
mismo nivel que el resto de Hollywood y eso está buenísimo para nosotros.
Cuando se conoció la noticia de la nominación de La sociedad de la
nieve al Oscar por mejor maquillaje y peinado, ¿desde el equipo español los
hicieron sentir parte a los uruguayos? ¿Se compartió como un logro de
internacional?
Sí, tenemos un grupo en WhatsApp donde están las españolas y las
uruguayas, y ahí nos mandamos las felicitaciones. Yo tengo un diálogo con Ana
bastante cercano también, porque trabajamos muy de cerca, entonces enseguida
nos mandamos mensajes. Cuando se estrenó la película también me escribió a ver
si la había visto. Para ellos también ese día fue una locura porque, si bien
sabían que podía pasar, las repercusiones que tuvo y no caer en la realidad lo
hizo un día muy movido.
¿Qué cree que representa esta nominación para Uruguay y para el rubro
maquillaje y peinado?
Nos permite tener mayor visibilidad, tanto en la industria como en el
país, en los espectadores. Que se conozca un poquito más del área. A mí, en
particular, me alucina y me parece que es un área que no se conoce tanto,
porque muchas veces es un trabajo imperceptible, y eso es lo interesante.
También es un rubro en el que se puede vivir de eso o trabajar de eso. Está
bueno darlo a conocer y darle más visibilidad a la industria también. En
Uruguay lo que se está filmando cotidianamente no se informa, no es visible, no
nos enteramos. Está bueno saber que la industria nacional es grande, que
funciona, que hay un equipo técnico y de infraestructura, productoras, casas
que arriendan equipos, depósitos donde se alquilan, un laboratorio de
maquillaje donde se puede producir. Suceden un montón de cosas para que esta
industria funcione a un nivel profesional y al nivel de una película de
Hollywood. Hoy, por los Oscar, la mirada está en la industria, está en Uruguay,
y está bueno que eso pase, porque no es algo que ocurra cotidianamente.