N° 2052 - 26 de Diciembre de 2019 al 01 de Enero de 2020
N° 2052 - 26 de Diciembre de 2019 al 01 de Enero de 2020
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa renuncia de Mario Ferreiro a la intendencia de Asunción la semana pasada cierra un ciclo de cambios de mano que ha signado los últimos tiempos en la región. Según nuestras fuentes, el Partido Colorado marcha a paso de vencedor a ocupar el cargo de Ferreiro, reinstalando a la derecha en la capital paraguaya, el último bastión progresista guaraní luego de la caída de Fernando Lugo.
El episodio pasó desapercibido para la “gran prensa” del Río de la Plata, a pesar de que esconde un profundo significado sobre lo que está sucediendo en el vecindario y, más importante aún, acerca de las prospectivas para el año entrante. La caída de la izquierda en la capital paraguaya es un síntoma más de período de transformaciones políticas, tan graves como críticas.
Si bien los cambios de signos de los gobiernos son normales en cualquier democracia, en la región se procesaron de manera dramática y singular. Cuando Michel Temer aceptó que el proceso contra Dilma Roussef fue un golpe de Estado, quedó claro que la séptima economía del mundo no pudo aún sacarse de encima los atavismos de la violencia política. El ascenso de Jair Bolsonaro es el producto de la implosión del sistema de partidos, de larga data en Brasil, del descreimiento de la sociedad en la política y en la democracia, apostando a soluciones fundadas en las vulgatas y no en ideologías más o menos elaboradas. Las derechas latinoamericanas no se caracterizan hoy por tener concepciones ni esmeradas ni sorprendentes.
La liberación de Lula, su nuevo resurgir en la política, pone contra las cuerdas a un gobierno reaccionario en el sentido histórico y político del término, que no sabe cómo responder a la campaña del expresidente. Mientras Bolsonaro se embreta más en sus discursos, tan contradictorios como fuera de época, Brasil no reacciona, y su economía entró en una meseta, mientras las brechas sociales que el PT había logrado atemperar se ensanchan de manera tan dramática como peligrosa. Bolsonaro quedó prisionero de su apoyo fundamental, los militares, que no le permitirán ni excesos, ni riesgos. La presencia del vicepresidente, general Hamilton Mourão, en la asunción de Alberto Fernández, luego de los berrinches del presidente que juró que Brasil no participaría, muestra claramente los límites castrenses a las reacciones intempestivas de un gobernante poco confiable tanto hacia adentro como a escala mundial.
Si el apotegma de Henry Kissenger, “hacia dónde va Brasil, va a América Latina” es real en algún sentido, entonces el futuro inmediato no es muy promisorio, ni llevadero, ni siquiera educado… mucho menos elegante. Pero hoy aquel aserto del exsecretario de Estado tiene varios entredichos que, por lo menos, cuestionan sus posibilidades homogéneas. A fin de cuentas, en los últimos dos años las crisis y las caídas valieron para ambos lados del espectro político creando una coyuntura variada, multicolor.
Sebastián Piñera y Mauricio Macri muestran los límites de las políticas de las nuevas “derechas de gestión”. Amables, tan casual en sus aspectos como en sus dichos y en sus formas, amablemente presentaron propuestas de mercado en clave empresarial, donde la política era gestión sin opciones ideológicas. Las consecuencias fueron caídas abruptas de los indicadores económicos y sociales, respuestas sociales que iban desde las movilizaciones hasta los estallidos, además del aislamiento interno de sus opciones que primero quedaron solas y luego derrotadas, como en el caso de Argentina. El proceso chileno busca, al borde del colapso, una salida política reformando la constitución, intentando abrirse a la integración en el último minuto, mientas la violencia continúa enseñoreándose de las calles. La carrera contra reloj de Sebastián Piñera dependerá tanto de los acuerdos políticos como de la capacidad para reactivar la economía y poder distribuir en serio, no sólo a base de aumentos salariales.
Mientras tanto, el gobierno conservador de Mario Abdo Benítez en Paraguay regresó al fraude, a la presión indebida, y logró la caída de Mario Ferreiro. Luego del derrocamiento de Fernando Lugo, la derecha volvió para quedarse y el abanico de alianzas que tejió en la región tiene en el gobierno de Brasil su pilar central. Benítez recibe ese apoyo tanto para intentar guiar a su país en una grave crisis –en octubre entró en recesión y perdió un 3% del PBI— como, principalmente, para eliminar a sus contendientes políticos. El requerimiento de la justicia brasileña contra Horacio Cartes no es inocente.
Pero si las derechas no dan muestras de eficacia, las izquierdas regionales no dejan de estar en problemas. Si bien la victoria del kirchnerismo ofrece oxígeno al progresismo del vecindario, el colapso boliviano interpela en la raíz las concepciones de un tipo de izquierda que no tiene mucha consideración por las formas y las maneras. La caída de Evo Morales conjuga sus graves errores con el resurgimiento de una derecha racista y rústica, que se afirmó en las fallas políticas del expresidente, que, además, dejó mal parados a sus aliados históricos. Un buen gobierno se dilapidó por no respetar la democracia, por no calibrar la realidad y por ciertos sueños de omnipotencia que abrieron la puerta a una reacción que tuvo, de nuevo, una clave militar innegable y preocupante. ¿Hasta dónde manda la sociedad, hasta donde mandan los fusiles? La postergación de las elecciones y los cambios en las autoridades electorales no ofrecen garantías de transparencia, con el agregado de la persecución política, la represión, las amenaza de proscribir al MAS, en definitiva, la revancha. ¿Cuánto de la mano brasileña hay en esas acciones?
La derrota del Frente Amplio en Uruguay significa mucho para las izquierdas regionales. Considerado como ejemplo a tomar por todas las izquierdas del continente, el Frente Amplio era una suerte de “metro” en las conductas de aquellos que se podían salir de madre en situaciones problemáticas. La izquierda uruguaya hizo bien las cosas, tanto del punto de vista económico como democrático, sin embargo sufrió una derrota política, y por ser política interpela muchas de las herramientas de análisis clásicas de los progresistas. El ascenso de Luis Lacalle Pou, en ancas de una coalición variopinta de liberales, católicos conservadores, derechistas clásicos y de la extrema derecha con tonos militaristas, muestra un gobierno prendido con alfileres en una circunstancia tanto nacional como regional que no es muy promisoria. La crisis del sistema de partidos uruguaya se muestra en una fragmentación muy amplia –el partido del presidente tuvo apenas un 28%— mientras que el ahora opositor Frente Amplio quedó en la puerta, con el 40% de apoyo, el mayor partido del país.
La región del 2020 presenta un escenario tenso, demasiado tenso. Ni las restauraciones ni los progresismos han satisfecho las necesidades de la gente, que cada vez exige más y mejor gobierno, cosa lógica, pero que además fiscaliza y demanda que sus gobernantes cumplan con los mandatos y los programas. ¿Estará naciendo así una nueva manera de encarar la política en la región? ¿Estaremos entrando, a trancas y barrancas, en la modernidad política definitiva? Nos espera un período de tensiones y de contraposición de proyectos. Nunca en las últimas tres décadas tuvimos un panorama tan diverso en el Río de la Plata. El desafío es transformar la coyuntura y lograr una manera de relacionamiento nueva y creativa. Para eso, los políticos se deben transformar en estadistas.