Los objetivos de la estrategia de paridad de género para el Sistema de
las Naciones Unidas apuntan a superar el 10% de mujeres desplegadas para fines
de 2024. Para ello la ONU apostó a la Iniciativa Elsie para Mujeres en
Operaciones de Paz, impulsada en 2017 por el gobierno canadiense. Se trata de
un fondo internacional para el cual los países compiten, destinado al desarrollo
de programas, estrategias y actividades que ayuden a incrementar el número de
mujeres que participan en las operaciones de paz.
En 2019 Uruguay fue escogido como país piloto para la prueba del
proyecto, convirtiéndose en el primero de Latinoamérica y el Caribe en
implementar la Metodología de Evaluación de las Oportunidades para Mujeres en
Operaciones de Paz (MOWIP, por su sigla en inglés); un estudio de
identificación de barreras con una metodología que puede aplicarse
indistintamente en cualquier país. La evaluación fue llevada a cabo en Uruguay
por el Ministerio de Defensa y las Fuerzas Armadas (FF.AA.), con apoyo de ONU
Mujeres y la Agencia Uruguaya de Cooperación Internacional.
Sus resultados mostraron que los factores que más obstaculizan la participación
de mujeres en misiones son la desinformación o falta de información sobre los
operativos y las restricciones que supone su rol doméstico de género; dos
problemas de matriz sociocultural a los que se intenta buscar una solución
institucional, como la implementación de actividades y políticas financiadas
por el fondo: un subsidio por hijo para el cual ya hay cuatro beneficiarios, la
posibilidad de un período de rotación por seis meses —cuando las misiones son
por un año— para madres y padres y la realización de actividades formativas
para todos.
El Ministerio de Defensa, que deberá rendir cuentas sobre el proyecto en
2026, cuenta con una especialista de monitoreo de evaluación que hoy está
trabajando en analizar el impacto de cada una de estas actividades. Hasta el
momento, lo que se conoce es que el período de operaciones 2021-2022 cerró para
Uruguay con 94 efectivos desplegados, de los cuales 25 eran mujeres. “Es un
buen número”, señaló la coordinadora del Proyecto Elsie para las FF.AA. de
Uruguay, Carina de los Santos.
Carina de los Santos Gilomén e Ivanna Chiarlone del proyecto Elsie para las FF.AA uruguayas. Foto: Mauricio Rodríguez
Con respecto
a la aspiración del 10%, indica que no se trata solamente de aumentar el número
de mujeres efectivamente desplegadas en operaciones de paz, sino, y en
relación, de aumentar la cantidad de mujeres en condición de despliegue para
asegurar la sostenibilidad del porcentaje en el tiempo.
Todas son cifras ambiciosas, señala De los Santos, pero no por eso
deberían opacar el hecho de que Uruguay se encuentra a la vanguardia con su
representación femenina. Las tenientes primero de la Fuerza Aérea Natalia
Zuluaga y del Ejército Yumae Amicone, desplegadas recientemente en misiones en
el Congo, compartieron la experiencia con contingentes pakistaníes y cuentan
que sus mujeres tenían una formación completamente diferente a la de ellas.
Mientras en Pakistán las mujeres deben cursar una universidad militar
para convertirse en oficiales, es decir que se trata de abogadas, doctoras o
psicólogas militares que no pueden formar parte del cuerpo de comando (manejar
armamento o hacer guardias), en Uruguay la llamada escuela de comando es igual
para cualquier oficial sin importar el género. “Les contábamos lo que hacíamos
en nuestras prácticas, nos veían salir a correr, armadas, y ya éramos un rango
para ellas”, expresaron a Galería.
Pero el lugar de las mujeres uruguayas militares se fue haciendo “sobre
la marcha y con la experiencia” de precursoras como Valeria Sorrenti. Hoy capitán
de Fragata, fue la primera oficial egresada de la Escuela Naval y les abrió las
puertas a muchas otras mujeres al convertirse en la primera comandante de un
buque de la Armada Nacional. Desde que Sorrenti se lanzó al mar, cualquier
embarcación de las Fuerzas Armadas cuenta con camarotes diferenciales y un baño
pensado especialmente para mujeres.
Hoy capitán de Fragata, Valeria Sorrenti, fue la primer oficial egresada de la Escuela Naval y la primera mujer comandante de un buque de la Armada Nacional.
Sorrenti se recibió en 2003 —antecedida por mujeres en la Fuerza Aérea
(1997) y el Ejército (1998)— cuando todavía no era demasiado común enviar
mujeres a misiones de paz. Se anotó a la lista de voluntarias siendo
guardiamarina, llegó al puesto de alférez sin quedar seleccionada y para cuando
la llamaron tuvo que escoger entre participar en las misiones y embarcarse en
la búsqueda de unos navíos, lo que la haría avanzar varios casilleros en su
carrera.
Optó por esto último. La vocación por crecer jerárquicamente hasta
convertirse en comandante la alejó cada vez más de las misiones, y es que el
progreso profesional puede ponerse por momentos también como una barrera. Eso,
y que se convirtió en madre de dos hijos de ocho y cuatro años. Pero aunque
nunca se desplegó como pacificadora, muchas de las mujeres que sí lo hicieron,
como Zuluaga o Amicone, admiran la perseverancia de Sorrenti, quien les preparó
el terreno para que la desenvoltura femenina fuese más cómoda y pudiera darse
naturalmente, desde demandar un baño de mujeres en los buques hasta permitir
usar caravanas a sus subalternas. “No podemos perder la feminidad”, reivindicó,
mientras conversaba con Galería maquillada y con el uniforme puesto.
Primera barrera: la falta de información. De los Santos
cuenta que el primer paso de la implementación del proyecto fue una encuesta
dentro de las FF.AA. a casi 400 hombres y mujeres con y sin experiencia en
misiones de paz. Era una encuesta cerrada en la que se les preguntaba si
conocían los escenarios y requisitos de despliegue. El resultado sorprendió a
todo el equipo de coordinación, que se encontró con que la desestimación de las
capacidades propias sumado a la falta de información hacía que militares de
todos los géneros se autoexcluyeran de la experiencia.
Dentro de las FF.AA. lo que es una misión de paz se transmite sobre todo
por el boca a boca, que nunca es del todo preciso. Así es como una importante
mayoría de los encuestados ignora cuál es la población elegible y cree que las
exigencias del reclutamiento son en realidad mucho mayores de lo que son, pero
vienen estandarizadas por ONU.
Además de estar inscripto como voluntario, ser menor de 55 años y cumplir
con las autorizaciones médicas y vacunaciones necesarias, ni siquiera se
requiere pertenecer a rangos altos para postularse. Subalternos con un año de
servicio ya pueden hacerlo, aunque oficiales que aspiren a formar parte del staff
o ser enviados como observadores militares necesitan un mínimo de ocho años de
experiencia. Este es el puesto al que más demoraron en llegar las mujeres;
individuos que viajan sin armamento y forman pequeños grupos con otros
observadores militares de otros países. La primera observadora participó en
misiones en 2016. Hoy la ONU tiene seis observadores desplegados, de los cuales
una es mujer.
Teniente Zuluaga en entrenamiento en zona de despliegue.
Pero lo más preocupante de los resultados es la poca información que
tienen los propios militares sobre las zonas de despliegue. Por mencionar las
dos más importantes, Haití y la República Democrática del Congo son áreas de
pobreza generalizada en las que más de la mitad de la población no tiene acceso
a agua, saneamiento y servicios de salud, y las enfermedades por el mal estado
de los alimentos, el agua y el entorno —como la malaria, fiebres de lassa o
amarilla y enfermedades de transmisión sexual— se cobran muchas vidas, así como
las catástrofes naturales. Muchas veces producto de la actividad ilícita que
tiene como sistema motor la explotación de los recursos naturales. Todo esto
sin mencionar la gran preocupación por el crimen organizado, el aumento de
armas en circulación, el tráfico de drogas y la violencia contra mujeres, niños
y niñas, que va desde la trata hasta violaciones y abusos sexuales.
Teniente Yumae Amicone.
El primer paso en el área es instalar los alojamientos —todos los
contingentes tienen conexión a internet para poder videollamar a sus
familiares— y designar los cargos según los establecidos por ONU.
Las unidades deben detectar violaciones a los derechos humanos, tomar
nota del incidente, documentar evidencia e intentar intervenir, pero
reportándose al comando que inmediatamente lo comunicará a las autoridades del
territorio. Así sería en la teoría. Desde la práctica “una cosa es lo que está
escrito en un manual, en un reglamento, y otra muy distinta es lo que pasamos”,
dicen.
Entonces, conocer los escenarios de despliegue es clave para el manejo de
las expectativas y frustraciones. Los encargados del proyecto diseñaron
sesiones informativas —que cumplían con un 60% de participación femenina para
intentar paliar la subrepresentación de mujeres en roles operacionales— en las
que, además, los testimonios como los de Zuluaga o Amicone son importantes tanto
para valorar el país en el que están formadas y representar su bandera, como
para ayudar a dimensionar que esa es la verdadera oportunidad de poner en
práctica todo aquello para lo que fueron entrenadas, en un territorio con
realidades y desafíos que, afortunadamente, a Uruguay le son ajenos. Zuluaga,
quien participa activamente de estas sesiones, contó que la idea es “sacarle el
velo“ a las misiones de paz, a las que les ponen un status demasiado
alto. “Algunos no se arriman porque ven que otro tiene un curso que él no,
cuando los requisitos mínimos los cumplimos la mayoría. Son los mismos que para
ingresar a las FF.AA.”. Contó además que la idea es “desacostumbrar” a que las
mujeres vayan “en automático” a posiciones de oficina: “Usted también tiene
entrenamiento con armamento, puede hacer exactamente lo mismo (que un hombre
desplegado)”, señaló Zuluaga.
La segunda barrera: familia. Sorrenti
siempre quiso ser comandante, y lo consiguió con un hijo de apenas un año. Para
ella la mujer no tiene techo en las FF.AA., sino que se trata de “elecciones
personales”, asegura. “He visto muchas mujeres en la Armada que han tenido
familia y no han vuelto a embarcar. Yo, por ejemplo,quiero volver a embarcar”.
En su caso, destaca el apoyo constante de su esposo, que siempre la impulsó a
que no relegara su profesión.
Y es que la contención del entorno es crucial para superar la barrera del
amarre al núcleo familiar. “Una puede desarrollarse si tiene el apoyo, porque
la prioridad siempre son los hijos”, señala Sorrenti. Lo mismo corre para los
hombres jefe de hogares monoparentales.
Sin embargo, ambas tenientes aseguran que siempre está mejor visto que el
padre de familia se vaya de misión por un año, porque objetivamente lo que
genera es un ingreso importante para la casa además de la experiencia que le
significa. Mientras, las mujeres sufren un mayor estigma por el despliegue y
casi inmediatamente se las tilda de “abandonadoras”.
Las tenientes
se desplegaron con 28 y 25 años. En la primera misión de Zuluaga, en 2019, su
madre, a regañadientes, le dijo que lo mejor era que viajara “ahora que no era
mamá”. Por otro lado, el argumento con el que Amicone convenció a la suya, que
también “puso el grito en el cielo“, era bastante coherente: “Me va a pasar algo cruzando la calle a dos
cuadras de casa como me puede pasar algo en el Congo. Es mi profesión y es lo
que yo amo hacer”.
Mujeres en acción. Tanto Zuluaga como Amicone siempre
quisieron, desde la Escuela Militar, participar en una misión de la ONU por la
experiencia profesional y aquello de “aplicar lo que uno ve en el pizarrón”.
Pero claramente nunca iba a ser lo mismo un error durante una operación que
durante una práctica en las pistas de entrenamiento.
Las tenientes ocupaban cargos importantes de las Naciones Unidas,
entonces, que el personal del contingente estuviera esperando que fuera una de
ellas quien decidiera marcaba la verdadera diferencia. “¿Qué hacemos?”, era la
pregunta que daba luz de largada a las gotas de sudor frío. Y había que saber
qué hacer. No se podía dudar. “Nos tienen que ver seguras”.
Amicone
indica que no es una cuestión de verse o no verse reflejadas en el rol. “Nos
sentimos preparadas porque me preparé para eso”, concluyó, lo que quedó
demostrado en el campo.
Debido a la
erupción de un volcán, Amicone tuvo que evacuar a un batallón y 600 civiles
hacia otra ciudad durante un convoy de 38 horas que recorrió 200 kilómetros.
“El coronel me puso a cargo y no dudé. Las mujeres locales me decían: ‘¿Vos
estás a cargo?’, y se quedaban sorprendidas viendo que llevaba chaleco, casco y
fusil. ¡Me pedían para sacarnos fotos!”, recordó.
Zuluaga
menciona que durante las misiones aprendió cómo su palabra, lo que dice y cómo
lo dice, influye o deja de influir en su personal. A ella le tocó eludir
algunas manifestaciones de rebeldes en el Congo: “No son como las
manifestaciones acá, que te cortan el tránsito y listo. Estos vienen con
armamento, vienen con todas. Y todo lo que aprendiste lo tenés que decidir y
hacer en 10 minutos para evitar una catástrofe o posible catástrofe”, cuenta.
Lo primero es
calmar a la gente, contactar a la base y encontrar la manera de volver. La
teniente no la tuvo nada fácil, porque las manifestaciones estaban justo entre
la ubicación de su convoy y la base.
Allí puso en práctica su entrenamiento de embarque y desembarque táctico
de vehículos, encontró a través de sus redes de contactos las rutas desocupadas
y mejores caminos para llegar a la zona segura de la ciudad, y logró llevar a
toda la gente a salvo y sin incidentes a la base del contingente. Zuluaga
estaba preparada.
Por fuera de
lo que la ONU establece, los contingentes uruguayos suelen dedicarse a muchas
más tareas que las reglamentadas. Para la Navidad de 2019 el contingente
uruguayo logró juntar cinco toneladas de juguetes para dar a los niños del
Congo, que con ayuda del Ejército repartieron en hospitales, orfanatos y
escuelas. “Es una de las actividades extra que nadie nos pide pero el Ejército
uruguayo siempre hace”, cuenta la teniente.
Durante la
misión, no existe tener horario laboral. No son ocho horas y volverse a casa o
armarse un mate para tomar en la rambla. “Allá no tenemos rambla. Nos
levantamos, desayunamos, almorzamos y merendamos todos juntos”. Y aunque a la
tarde también baja la actividad, hay veces en que no queda nada para hacer.
“Entonces les pienso actividades”, contó Zuluaga. “Cosas que nos mantengan
entretenidos y activos y no permita a la mente empezar con eso que hace siempre
cuando la persona está quieta y sin nada que hacer. Yo no tengo las herramientas
para guiar a mi personal cuando extrañan o las cosas no están yendo bien, no
soy psicóloga (aunque siempre se viaja con una, que atiende antes, durante y
después de la misión), no estoy especializada, entonces lo que me queda es
entretenerlos”.
Estas mujeres
se convirtieron en un modelo para las personas locales y otras mujeres
militares sin siquiera darse cuenta. “Con cambiar la forma de pensar de una
sola persona que haya conocido en el Congo, ya creo que lo logré”, dice
Amicone.
Al compartir
el té con Zuluaga, sus compañeras oficiales notaron que mientras ellas hacían a
lo sumo una o dos tareas, la teniente cumplía más de 20. Pero gracias a verla a
ella comenzaron a pedir más. “Venía el jefe a decirme que fulana había ido a
pedirle más trabajo después de hablar conmigo. Una abre oportunidades a otras
mujeres sin saberlo”.
Lo mismo
ocurría con los entrenamientos de la teniente Amicone, que salía a correr con
su arma a cuestas. Cuando pasaba el asombro, sus compañeras contingentes,
aunque no armadas, también salían a trotar a pesar de que en su país no
hubiesen pasado por ninguna escuela de comando. “Basta con que solo una persona
se dé cuenta de que su realidad puede estar mejor”, dice. “Ni nos
imaginamos capaces de darles ese sentimiento de fuerza a otras mujeres que nos
ven, se sienten empoderadas y aspiran a una vida mejor”.
El objetivo
del proyecto Elsie es justamente visibilizar todo este despliegue de humanidad
en acciones, alentando a que se postulen más mujeres a las misiones y
reivindicando su importancia.
Las mujeres
son un factor pacificador muy importante, sobre todo porque son capaces de
lograr un acercamiento hacia la población para recabar información que hombres
uniformados no pueden. Las mujeres locales muchas veces sufren ataques y abusos
de hombres con uniforme, entonces sienten más confianza en oficiales mujeres.
“Nos veían como malaicas, que en swahili significa ángel”, contó la teniente Amicone. “Nos
llenó el corazón porque vimos de primera mano que donde pisa la mujer allí
queda la huella de la esperanza de una paz sostenible”.