En ese documental dice que su único camino era ser artista. ¿Contra qué tuvo que luchar para llegar a ser considerado hoy uno de los escultores contemporáneos más importantes?
Yo soy disléxico, y eso, en el tiempo en que yo era estudiante, no se conocía mucho, entonces tenía grandes dificultades escolares. La maestra decía en un dictado 18 y yo escribía 81; había barreras muy fuertes que superar a esa joven edad. Y también era muy lento para escribir. A su vez era muy tímido, entonces todo eso hacía que la escolaridad fuera muy dificultosa. Tal vez eso me hizo refugiarme en mi mundo interior y así después encontré al artista que está dentro de mí.
¿Y cuáles fueron sus primeros refugios? ¿Dibujos?
Sí, eran dibujos. Como todos los niños dibujan, hacen cosas en plasticina, yo seguí ese camino. Me acuerdo de que mi padre presentó dos dibujos en una exposición de arte infantil; a los 11 años ya estaba exponiendo, digamos. Esas cosas fueron marcando un poco el inicio de mi camino.
¿Qué lugar ocupa la familia en ese camino y en sus logros?
Uno muy importante. Primero porque con esas grandes dificultades encontré el apoyo en el seno familiar, de mi madre, de mi padre, que me hicieron descubrir el mundo de la expresión plástica. Mi padre pintaba y yo miraba y pintaba al lado de él. Siempre estuvo ese apoyo incondicional, y eso me fue llenando de seguridad y, a su vez, de no querer defraudar a quien tanto me había apoyado. Luego siguió con mis hermanos, con Alejandro y con Marcos, que siempre me apoyaron. Y después, Silvana, una compañera de ruta, de todas las aventuras por el mundo y con gran capacidad de cerrar filas, de hacer posible también estos sueños que pasan por mi mente.
“La familia era los límites de mi universo”, dice en Atchugarry monumental. ¿Cómo fue partir hacia Europa por primera vez? ¿En qué condiciones viajaba?
Fue en el año 77 y todo era nuevo para mí; era muy joven, entonces era una primera aventura, pero también una aventura de descubrimiento, de tocar con la mano los museos, ver las obras, algunos talleres de artistas; descubrir todo lo que significa para un joven un mundo desconocido. Y recordemos que muchas veces tenemos a Europa, Francia, Italia, España como países de referencia, sobre todo en el mundo de las artes.
¿Su primera visita fue exploratoria entonces?
Sí, pero quería trabajar al mismo tiempo, quería hacer obra. No quería solamente ver, aprender, tener vivencias, sino que quería pintar. Hasta ese momento yo había hecho algunas esculturas pero más que nada pintaba, así que me fui como pintor y volví como escultor.
Foto: Documental Atchugarry Monumental Cuando empezó, trabajando con hormigón, “no soñaba con el mármol”, cuenta.
A los 12 años, en la escuela, ya había hablado del mármol de Carrara y del lago de Como, y actualmente vivo en el lago de Como y trabajo el mármol de Carrara, entre otros mármoles. Así que ya había quedado como descubrimiento a los 12 años, pero de una manera llamémosle virtual. Luego quise lo que tantos artistas quieren: manifestarse en ese mármol, que fue tratado tan admirablemente por tantos artistas en toda la historia del arte —entre ellos el gran Miguel Ángel—; pienso que no era solamente un sentimiento propio sino un sentimiento de muchos escultores que, tarde o temprano, quieren tocar el mármol, que el mármol haga parte de su vida.
Y cuando dice que comprar el material es “comprar vida”, ¿habla de la posibilidad que le brinda ese material en bruto?
Claro, porque de alguna manera es una especie de danza entre el escultor y la materia; en una danza hay una coralidad, en este sentido metafóricamente hay dos entidades, dos bailarines: uno es el mármol y el otro es el escultor. Esto significa que, después de 45 años de trabajar sobre el mármol, me sigue dando no solo esa misma emoción, sino alegría y también dramatismo al trabajarlo, porque es un material que no permite errores, porque los errores se pagan muy caro. Ese diálogo me sigue despertando la sensación de desafío constante.
Para llegar a la belleza de la pieza definitiva se pasa por todo un proceso de trabajo en el que lo que predomina es el polvo y el ruido. ¿Cuál es su método para concentrarse y abstraerse?
El trabajo empieza eligiendo el bloque en la cantera. Muchas veces lo hago cortar en bloques más pequeños, de acuerdo a la escultura que quiera hacer. Después viene el transporte y luego empieza ese momento donde el appagamento (satisfacción en italiano) mayor es mantener la curiosidad y tratar de saber a dónde va esa escultura, cómo va a salir del bloque. Cada obra es única, pero cada vez el proceso se vuelve a repetir. Podría ser el mismo, pero la escultura es diferente.
Algunos galeristas en el documental dicen que es “un artista que sigue su propio discurso” y que una obra suya “se reconoce”. ¿En qué momento de su carrera siente que encontró su estilo, su voz?
El punto es que hay que hacer todo un largo camino. Hay una expresión de Picasso que dice: “Cuando la genialidad te encuentre, que te encuentre trabajando”. Eso significa que hay una continuidad en el trabajo, y teniendo esa continuidad va a aparecer esa voz interior, esa parte única; todos tenemos un ADN diferente, una huella digital diferente y, por lo tanto, todos tenemos una manera de expresarnos diferente. Pero que realmente se reconozca la mía yo creo que fue a partir de los años 90. Ya estaba presente en los años 70, en los 80, pero en los 90 tal vez la imagen se consolidó más, y es ahora muy reconocible.
Usted participa también en el montaje de las muestras y hasta en la iluminación. ¿Hay algo en eso de ser uruguayo y estar acostumbrado a estar en todo o es que por perfeccionista le cuesta delegar?
Soy muy perfeccionista. Todo esto hace parte de un circuito alargado de la obra. La obra es independiente, pero también es importantísimo el transporte, la colocación en una muestra. A su vez tienen que ver mis orígenes: yo tenía que hacer todo por necesidad. No tenía un núcleo de personas que pudieran ocupar esos cargos. Eso después se transformó en el querer estar, en querer meter la cuchara (risas)y ver el resultado.
Foto: Adrián Echeverriaga Ha dicho que se pierden años con las exposiciones. ¿Lo sigue viviendo así?
Sí, sobre todo porque hay mucho riesgo en mover las grandes esculturas, porque no es algo que se mueva a mano, sino con grúas; está la responsabilidad de decidir de dónde se toma la escultura, de qué manera se va a cargar, a poner en pie. Son decisiones bastante dramáticas porque el mármol es duro pero es muy frágil al mismo tiempo.
Para la construcción del MACA, ¿cómo fue el proceso de diseño con Carlos Ott?
El encuentro con Carlos Ott —con quien ahora tenemos una gran amistad— fue muy lindo, porque yo, siendo artista y al mismo tiempo el que encarga la obra y sabiendo lo importante que es para un artista tener la libertad absoluta de hacer lo que piensa, lo que cree, le dije: “Carlos, tenés carta blanca”. Fue muy lindo y de crecimiento personal ese estar juntos cambiando ideas y aprendiendo a conocerlo más. Carlos es muy detallista, es un genio de la arquitectura y le puso una pasión y un profesionalismo y un tiempo increíbles a este proyecto. Estoy realmente muy feliz con el resultado que obtuvo Carlos en esta obra, que es un poco para beneficio de todo el país, y de los que nos visitan también.
¿Alguien le dijo alguna vez que el MACA era demasiado ambicioso?
Bueno, en casa mirábamos los números y cada vez se empezaba a desbordar más (risas). Hubo momentos de apremios económicos, pero yo nunca lo quise vincular... En las obras de arte y en esto, el edificio de Carlos, que es arquitectura arte, lo importante no es tener un vínculo de necesidad económica y entrar dentro de un presupuesto, lo importante es el resultado. Es una obra que va a permanecer y, por lo tanto, dentro de algunos años, a quién le puede importar si costó o no costó. El resultado está en sí mismo, en la forma, en la funcionalidad.
¿Cómo es ahora verlo concretado, recibiendo visitantes?
Es una especie de sueño que se realiza. Hay muchísima gente que lo visita, números increíbles, miles y miles desde la inauguración. Seguimos el camino ese de todos los días, trabajando. Todos los días vienen familias, con niños, que lo viven con gran entusiasmo. También creo que da una lección, que es que hay obras diferentes, de diferentes autores, y hay que respetarlas y apreciarlas, aunque sean distintas entre sí. Eso es una lección de vida, porque todos tenemos que respetar al prójimo y apreciarlo y conocerlo. Cuando conocemos algo lo apreciamos y lo amamos.
¿Está disfrutando más de la temporada en el MACA este año, ya sin las corridas contra el tiempo de la inauguración del verano pasado?
Siempre hay estrés. Hace unos días inauguramos tres grandes muestras que son de Emil Lukas, un pintor de Estados Unidos, de Guillermo Kuitca, artista argentino, y de Julio Le Parc, otro artista argentino que vive en París, un joven de 94 años que ha venido desde allá con gran entusiasmo. Para estas muestras vinieron 77 obras de París, que había que ver si llegaban en tiempo, empaquetarlas; es una muestra muy compleja. La de Kuitca también, tenía obras en préstamo de museos y de instituciones públicas y de muchos privados. Siempre hay estrés, pero llegamos muy bien. Se hizo un gran trabajo en las salas de reestructuración. Cada vez que hay una gran muestra se reestructuran los paneles, se hacen nuevas paredes, se pinta todo de negro o se coloca un piso flotante; hay una producción muy grande en cada una de estas muestras para lograr el efecto que se quiere lograr. Todo esto muy bien curado y organizado por nuestro director, Leonardo Nogués, que ha hecho un esfuerzo enorme, porque hay que lidiar con artistas consagrados, que vienen con muchas exigencias, y él con mucha cintura ha logrado que tengamos este resultado extraordinario.
Foto: Documental Atchugarry Monumental En alguna parte de Atchugarry monumental alguien dice que su obra es “la explicitación de su alegría de vivir”. ¿Se identifica con eso?
Sí, tal vez sí, porque siempre tengo proyectos, alegría, y eso de alguna manera se refleja en la obra. La obra se está liberando del peso de la materia, entonces prevalecen los sueños que están dentro.
¿Hasta cuándo se quedará en Punta del Este?
Espero quedarme todo abril, porque en mayo ya voy a colocar una obra para un espectáculo que hace Andrea Bocelli en el Teatro del Silenzio, en Lajatico, la Toscana. Es una obra en acero inoxidable que estamos pensando traerla después para Uruguay. Mide 11 metros y medio de altura, por casi seis metros de ancho, así que es una obra muy importante, de mucho esfuerzo. También estaré en una muestra que organizan en el lago de Como, en el museo de la ciudad, así que siguen los proyectos.
El MACA será sin duda un legado. ¿Estos documentales son también una forma de legado personal, de dejar registrada su vida para quienes la quieran ver y encuentren en ella inspiración?
Pienso que sí. Puede ser que el documental sea inspirador, porque a veces uno se queda en la última etapa de una persona, pero hay que ver las etapas precedentes. Las dificultades están en el ser humano, en recorrer esta aventura que llamamos vida. ¿Cómo el chico que tenía tantas dificultades, tantos problemas, iba a tener dentro algo de él que lo iba a hacer reconocido? Eso pienso que es lindo para todos estos chicos que están asomando a la vida y a veces necesitan estímulos. Como decía siempre un amigo, Ferruccio Musitelli: “Si lo pudo hacer una persona, lo puede hacer otra”.