En realidad conocí primero Montevideo. Fue hace más de 40 años. Uruguay
fue el primer país que pisé en América, antes que Argentina, y Montevideo fue
la primera ciudad que conocí porque con mi familia llegamos a visitar a nuestro
tío que vivía en Montevideo. Desde allí vinimos a conocer Punta del Este y me
acuerdo que había un viento tremendo. Tan tremendo que te levantaba la pollera.
Después el viento se fue apagando y este año nuevamente fue un verano muy
ventoso.
¿Cuánto hace que se instaló en Punta del Este?
Antes de la pandemia, en 2019, decidimos con Gustavo venir a vivir acá,
aunque yo ya había vivido cuando mi hija era chica. María Toscana hizo parte de
primaria y secundaria acá. Se podría decir que soy casi uruguaya. Gustavo
también venía a Punta del Este de toda la vida. Al principio, él trabajaba más
en Buenos Aires y venía los fines de semana, pero después fue acomodando su
forma de trabajar, aunque todavía tiene obras de teatro allá. Venir a Punta del
Este fue un pequeño cambio de estilo de vida y después con la pandemia hubo que
reformular el trabajo a la fuerza. Entonces ahora vamos y venimos, aunque
Buenos Aires es muy cerca.
Además, viaja para ver a su hija, ¿dónde vive?
Ahora vive en Londres. Se casó y vive allá. Ella ya había ido a Londres
porque cuando le faltaban los últimos dos años del secundario quiso ir a
estudiar a Inglaterra y hacer el sixth form college en Inglaterra. Se
fue a un internado en un pueblito de cuatro casas en el sur de Inglaterra. Y
después estudió idiomas y literatura extranjera, la misma carrera que hice yo,
en Milán. De Milán volvió a Londres a hacer un máster, conoció a su actual
marido y después se volcó a la literatura. Hoy enseña y está terminando su
doctorado en Londres. La verdad es un bocho. Estoy totalmente orgullosa de mi
hija y la admiro mucho.
¿Y usted por qué eligió estudiar idiomas?
Realmente estoy orgullosa de ser italiana pero yo siempre miré hacia
afuera y soy anglófila. ¿Se dice así? Creo que la elección de mi hija para
estudiar y vivir en Inglaterra fue influenciada por mí. En realidad llegué a
Argentina cuando terminé mi doctorado y fui a trabajar como asistente del
agregado cultural de la Embajada de Italia en 1991, justo el año anterior a los
festejos de los 500 años del descubrimiento de América, entonces había un
programa muy nutrido de actividades. A los 15 días conocí al que fue el papá de
mi hija (Jorge Garfunkel). A los seis meses la embajada me quería renovar el
contrato pero me casé, después quedé embarazada, entonces fueron muchas cosas
que cambiaron a partir de mis estudios.
¿Y dejó de trabajar?
Sí, lamentablemente dejé de trabajar. Después mi marido se enfermó, lo
cuidé durante toda la enfermedad con mi hija chiquita. Fueron años intensos
donde tuve que criar sola a María Toscana.
¿Ese fue el momento más duro que vivió?
Sí, fue el
momento más difícil porque, gracias a Dios, en mi familia hasta ese momento,
que yo tenía 30 años, no sabíamos lo que era enfermarse. Jorge era rejoven,
tenía 50 años, y fue un shock muy fuerte. María Toscana tenía dos años,
estábamos llevando una vida plena de felicidad. Fueron dos años que sobrevivió
a fuerza de voluntad y yo lo acompañé al pie del cañón, en cada una de las 22
quimioterapias. Y si hoy miro para atrás, digo: “¿Cómo hice con la niña tan
chica?”. Pero fue natural hacerlo y de verdad fue un momento realmente complicado,
pero la vida da vueltas y te va dando muchas sorpresas. Yo soy un poco
estructurada, entonces los cambios a veces, sobre todo antes de la enfermedad
de Jorge, me paralizaban un poco.
Esa experiencia fue un aprendizaje…
Totalmente, después uno se da cuenta de que se enoja y se molesta por
estupideces, pero tendría que vivir tranquilo y aprovechar la vida porque nunca
sabés lo que puede pasar. Por suerte en ese momento estuve muy acompañada por
la familia de mi marido, a mi cuñado lo considero mi hermano, un hermano de la
vida. Pero además María Toscana es una chica muy inteligente, ya desde chica
nos hicimos muy compañeras, tenemos una relación muy fuerte. En ese momento
pensé en volverme a Italia, porque al fin y al cabo yo tenía a mis padres allá,
pero después conocí a Gustavo y me quedé en la Argentina.
¿Y qué situaciones le dan miedo?
Viste que en fin de año todos te desean éxitos y felicidad. Pues yo solo
pido salud, con salud todo viene después. De hecho, le doy mucha importancia a
la actividad física y soy muy estricta con la alimentación y no tomo alcohol.
No es una cuestión estética, lo hago para tener salud, aunque después estamos
en las manos de Dios, pero hay que hacer todo lo posible para tener una vida
sana, eso es lo que me da más miedo: perder la salud.
Foto: Mauricio Rodríguez
¿Cómo es su rutina?
Acá en Punta del Este la rutina cambia entre verano e invierno. En el
verano está lleno de gente, tenés cosas para hacer todo el tiempo, pero en el
invierno es un poquito más tranquilo. Pero como soy una obsesiva del entrenamiento
físico me creé un team de entrenamiento con mi profesor de musculación,
que hace 10 años que lo tengo, una profesora de pilates de Maldonado, que es
una genia total, y este año tengo una profesora de spinning, otra genia,
entonces acá tengo mi propio spa. Además, siempre me duermo temprano y
me despierto temprano. También leo bastante, miro series. O sea, yo disfruto
Punta del Este y para Gustavo es un nuevo ámbito de trabajo, porque el teatro
en invierno en Enjoy ha sido importante para él. Además, está constantemente
buscando cosas para hacer, corre todas las mañanas sus 10 km y trabaja mucho
por videollamada con Buenos Aires. También viajamos bastante. Entonces, Punta
del Este es mi cable a tierra.
Se comenta que usted solo come lechuga para estar en línea.
No, no, yo soy de buen comer, como alimentos de calidad porque, si comes
bien, automáticamente llegas a un equilibrio. Me gusta un buen salmón, sashimi
de salmón con un puré de palta, con un buen boniato, todo eso es muy
satisfactorio para mí. Fui adoptando un régimen que a mí me funciona. Por
ejemplo, no como postre porque para mí el azúcar es mala, no existe en mi vida.
Nunca como de más pero me alimento bien, tengo que desayunar, almorzar y cenar,
eso del ayuno intermitente conmigo no funciona, me siento mal, necesito comer.
Con Gustavo tienen una familia ensamblada, ¿se llevan bien?
La verdad que sí, somos una gran familia ensamblada. Ahora están dos de
sus nietos, pero hasta los primeros días de enero estaban todos, el hijo de
Gustavo de Estados Unidos con su mujer y sus hijos, la otra nieta, o sea,
estamos todos y nos acompañamos.
¿Y cómo fue que Gustavo terminó siendo el padrino de bodas de su hija?
Fue muy emocionante el pedido y muy graciosa la situación. Gustavo ha
sido una parte muy importante en el crecimiento de María Toscana. Fíjate cómo
es la vida, ella perdió un papá y Gustavo perdió una hija. El casamiento fue en
2021 y con la pandemia era complicado viajar. Primero se casó en Londres y
después la fiesta fue en Italia. Fui la única de la familia que pudo ir a
Londres porque había que hacer la cuarentena, todos los demás fueron directo a
la fiesta. Pero me acuerdo de que antes del casamiento mi hija vino acá y
mientras cenábamos todos juntos ella, que es muy organizada, dijo que tenía
pronto el schedule de la boda. Mi cuñado iba a decir unas palabras, yo
tenía que decir unas palabras y pensamos que Gustavo también diría unas
palabras. Y ella dijo: “No, para Gustavo tengo otra tarea: me va a llevar él al
altar”. Fue muy fuerte para Gustavo y no sabés cómo se emocionó cuando la llevó
al altar. Y que a María Toscana no le toquen a Gustavo porque es sagrado para
ella, y lo mismo le pasa a Gustavo, él la considera como si fuera su hija.
¿Cuánto hace que está en pareja?
Hace 23 años. No estamos casados, somos concubinos, como dicen acá en
Uruguay.
¿Cuál es el secreto para estar juntos por más de 20 años?
Por supuesto que primero nos amamos y después somos muy pacientes. Para
mí Gustavo es un punto firme en mi vida, así como lo fue por un breve tiempo el
papá de María Toscana. Por mucho tiempo vivimos separados en Buenos Aires, yo
en mi departamento y él en el suyo. Pero ahora, que ya estamos un poquito más
grandes y la vida cambia, estamos viviendo juntos. Y otra cosa que creo que
ayuda es que vivimos con mucha libertad. O sea, cuando yo tengo ganas de ir a
ver a mi hija tomo un avión y le digo Gustavo: “Chao”. O Gustavo me dice:
“Tengo que hacer tal cosa”, y yo nunca interfiero en su trabajo, sí lo
acompaño. Esa es otra cosa importante, acompañarse. A veces hay que renunciar a
cosas en función del otro. Pero en 23 años pasamos de todo, sin ir más lejos la
pérdida de su hija, que fue tremendo. Y bueno, en esos momentos hay que estar
acompañando, y es ahí donde se consolida la pareja, en los momentos duros.
¿Son felices?
Sí, sí, somos muy felices. Gustavo es un tipazo, una persona maravillosa,
un hombre fantástico. De hecho, mirá que trabaja en un medio muy complicado
pero no hay persona que hable mal de él. Lo quieren porque es un tipo leal,
serio, comprometido. Así es en el trabajo y en la vida.
Foto: Valentina Weikert
Su vida siempre ha girado alrededor de la moda.
Sí, la moda es mi gran pasión.
¿De dónde salió el gusto por la moda?
De mi mamá, Eny. Desde chiquita, a los cinco años me llevaba con mi
hermana (Patricia Della Giovampaola) a la modista. Era un suplicio porque desde
que tengo uso de razón recuerdo que mi mamá nos llevaba a comprar telas y
después pasábamos tres o cuatro horas en la modista probándonos ropa. Pero a veces
pienso que si mi madre no hubiera sido así yo habría estado en jeans y remera
toda la vida. Lo sufrí de chiquita pero después el resultado era totalmente
gratificante, tener esos vestidos tan lindos. Mi mamá y su hermana tenían una
relación muy cercana, como la que tengo con mi hermana, las dos eran fashionistas.
Ella no salía y ni te abría la puerta si no estaba pintada, peinada y vestida.
Hoy en día yo no me pinto para ir a gimnasia y en Punta del Este estoy en
zapatillas. Mi mamá hubiera gritado de horror: “¿Cómo puedes estar así?”. Ella
siempre fue una mujer de muy buen gusto. Era espléndida y siempre estaba
superelegante, así que ella nos alimentó esa pasión por la moda.
¿Y cuál es su diseñador favorito?
Valentino, en absoluto. Óscar de la Renta también me encanta, pero viste
que hoy la moda cambió, así como cambió el mundo. Ahora todo es genderless,
todo globalizado, te ponés cualquier cosa y está bien, entonces las marcas
están un poco desvirtuadas. Antes entrabas en Óscar de la Renta y decías “párenme
que me voy a comprar todo”, y hoy lo pensás porque perdió en calidad. Siempre
digo que para ver la calidad de un vestido hay que darlo vuelta para ver las
costuras, los ruedos, los forros… Ahí sale la modista de mi mamá (ríe).
Entonces ahora es una búsqueda más atenta, más minuciosa.
¿Cuántos vestidos y zapatos tiene?
Muchos, no los conté. Soy acumuladora. Son vestidos que por ahí nunca más
me los voy a poner en la vida, pero son tan maravillosos que los conservo en fundas, con papel seda
adentro, están supercuidados, y confieso que a mi hija, aunque sea mucho más
alta que yo, cuando quiere, con mucho gusto se los presto. Además, como siempre
hay retrospectivas de todos los diseñadores, veo que tengo unos abrigos o una
falda que se usaron hace tiempo. Y ahora con el tema de la moda circular los
dejo en el placard para usarlos en algún momento.
Foto: Mauricio Rodríguez
¿Repite los vestidos?
Por supuesto que sí, hay que repetirlos porque es más lindo volver a
usarlos, volver a sentirlos. Conozco mujeres que los compran y los dejan
colgados con la etiqueta. Eso me parece hasta ofensivo porque en la vida hay
que usar las cosas todo el tiempo.
¿Nunca se le dio por diseñar sus propios vestidos?
No, creo que no tendría la paciencia necesaria. Reconozco que tengo
sentido de la estética pero necesitaría a alguien que concretara mis ideas.
¿Se cambian ropa con su hermana?
No, jamás. Hasta tenemos vestidos iguales, lo que es ridículo, pero
tampoco los podemos intercambiar porque mi hermana tiene más busto que yo,
tenemos un cuerpo diferente. Además ella tiene un gusto más audaz, a mí me
gusta más lo clásico. Todos dicen que somos iguales, pero somos iguales a
primera vista, después somos profundamente diferentes. Patricia es muy
diferente.
¿Siempre fueron unidas?
Con mi hermana nos llevamos cuatro años, no es mucha diferencia pero de
niñas es un montón. Nacimos en Montepulciano, un pueblo medieval cerca de
Siena, en donde pasamos una infancia maravillosa pero no jugábamos mucho
juntas. Te diría que nos acercamos de grandes, cuando se vino a vivir a la
Argentina. Antes de eso yo la visitaba en mis vacaciones de invierno y ella
venía en las vacaciones de verano. Ahora hablamos 20 veces por día, aunque ella
esté en la China y yo en Australia.
Foto: Mauricio Rodríguez
¿El teatro es otra de sus pasiones?
Sí, por supuesto. En Buenos Aires integro la Fundación Amigos del Teatro
San Martín, que es la cuna del teatro, y lo hago por pasión. Recaudamos fondos
y, como es teatro nacional, siempre falta algo. En los últimos años, por
ejemplo, compramos aparatos para los no videntes y los que no escuchan,
entonces hay funciones a las que pueden ir personas con esas discapacidades.
Fue muy gratificante colaborar porque algunos nunca habían ido al teatro y no
pensaban que pudieran ir. Nosotros ayudamos al teatro San Martín, que es un
tesoro de talentos.
Pero usted también estudió teatro, ¿dónde lo hizo?
Cuando terminé mi secundario en Montepulciano me fui a vivir a Florencia
para ir a la universidad, pero como mi pasión era la actuación decidí estudiar
teatro. Fui seleccionada para integrar la escuela de Vittorio Gassman en
Florencia. Pasé dos años hermosos, de mucho aprendizaje, una experiencia única,
aunque después no me dediqué a la actuación. En Italia, la vida de la actriz es
muy sacrificada porque te hacés todas las ciudades de arriba a abajo en tren.
¿Cómo fue estudiar con Vittorio Gassman?
Él daba las clases, fue increíble aprender de él. Además, había
seminarios que daban actores y directores como Anthony Quinn o Ettore Scola y
otros italianos que por ahí no son tan famosos en el exterior. Fue muy muy
enriquecedor, pero mi papá no quería que fuera actriz. No le veía mucho futuro,
pero era mi pasión.
¿Y su madre qué opinaba?
A mi madre le gustaba. No fui actriz pero mi crecimiento fue muy
importante. Creo que estudiar literatura e idiomas fue una consecuencia por
haber abandonado lo que era mi pasión. La vida te lleva por caminos impensados,
seguramente no era para mí, pero igual siempre estuve en contacto con el teatro
en Buenos Aires y por Gustavo. Cuando conocí a Gustavo estaba con la televisión
y después cuando se saturó se volcó al teatro, entonces yo lo acompaño a ver
sus obras 4 millones de veces, le comento lo que me parece, me gusta el olor de
las tablas.
¿No se animaría a actuar en una obra producida por su pareja?
Nunca es tarde, pero no.
¿Qué le queda pendiente en la vida?
Qué sé yo, por ahí ser abuela. Mi hija tiene 30 años, pero creo que
todavía le falta porque tiene que terminar su doctorado. Pero ser abuela sería
muy gratificante. Y lo que me queda pendiente es correr una maratón. Yo fui una
gran corredora pero me lastimé la cadera. Mi hija, que también es una
maratonista, fue a una clínica en Londres y le aseguraron que yo podría volver
a correr, incluso una maratón. Sin dudas tengo resistencia física, lo que pasa
es que soy muy compulsiva, antes corría 15 km diarios y no estiraba, entonces
al final el cuerpo te pasa factura. Y pensé que nunca más podría correr.
Entonces correr una maratón será mi objetivo para este año.
¿Cuál correría?
La maratón de Nueva York y con mi hija, por supuesto.