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Rossella Della Giovampaola: “La elegancia es sentirse cómoda con vos misma, porque eso te da seguridad y se nota”

Entre moda, ejercicio y teatro, la socialite encontró en Punta del Este el lugar para una nueva etapa de su vida junto a Gustavo Yankelevich
Coordinadora de Sociales

Hace más de 40 años que la socialite italiana Rossella Della Giovampaola pisó por primera vez suelo uruguayo cuando visitó a sus tíos en Montevideo. Con su familia recorrieron aquel Punta del Este del que recuerda el viento que levantaba las polleras. Su espíritu la llevó a soñar con ser actriz y a estudiar literatura e idiomas. Cruzó el Atlántico para trabajar en Buenos Aires, donde se radicó y formó una familia pero sin perder nunca las ganas de volar por el mundo.

En esas andanzas el balneario esteño la albergó en varias oportunidades, cuando quedó viuda con su hija pequeña y actualmente con su actual pareja, el productor argentino Gustavo Yankelevich, con quien formó una gran familia ensamblada. Instalados en el este desde hace cinco años, el cambio de estilo de vida les permitió mantener sus rutinas personales y al mismo tiempo compartir momentos juntos, con sus hijos y sus nietos.

Como referente de la moda y la sociedad rioplatense, Rossella debe su buen gusto y elegancia a su madre, una verdadera fashionista que no atendía ni la puerta de su casa sin estar maquillada, peinada y vestida. Se declara apasionada por la ropa y los accesorios, pero considera que los vestidos están para usarse y disfrutarlos. Aunque siempre se la ve impecable con trajes de diseñador, confiesa que para estar en su casa basta con calzarse unas zapatillas y disfrutar de la compañía de su pareja en su casa junto al mar.

Foto: Mauricio Rodríguez Foto: Mauricio Rodríguez

¿Cuándo visitó Punta del Este por primera vez?

En realidad conocí primero Montevideo. Fue hace más de 40 años. Uruguay fue el primer país que pisé en América, antes que Argentina, y Montevideo fue la primera ciudad que conocí porque con mi familia llegamos a visitar a nuestro tío que vivía en Montevideo. Desde allí vinimos a conocer Punta del Este y me acuerdo que había un viento tremendo. Tan tremendo que te levantaba la pollera. Después el viento se fue apagando y este año nuevamente fue un verano muy ventoso.

¿Cuánto hace que se instaló en Punta del Este?

Antes de la pandemia, en 2019, decidimos con Gustavo venir a vivir acá, aunque yo ya había vivido cuando mi hija era chica. María Toscana hizo parte de primaria y secundaria acá. Se podría decir que soy casi uruguaya. Gustavo también venía a Punta del Este de toda la vida. Al principio, él trabajaba más en Buenos Aires y venía los fines de semana, pero después fue acomodando su forma de trabajar, aunque todavía tiene obras de teatro allá. Venir a Punta del Este fue un pequeño cambio de estilo de vida y después con la pandemia hubo que reformular el trabajo a la fuerza. Entonces ahora vamos y venimos, aunque Buenos Aires es muy cerca.

Además, viaja para ver a su hija, ¿dónde vive?

Ahora vive en Londres. Se casó y vive allá. Ella ya había ido a Londres porque cuando le faltaban los últimos dos años del secundario quiso ir a estudiar a Inglaterra y hacer el sixth form college en Inglaterra. Se fue a un internado en un pueblito de cuatro casas en el sur de Inglaterra. Y después estudió idiomas y literatura extranjera, la misma carrera que hice yo, en Milán. De Milán volvió a Londres a hacer un máster, conoció a su actual marido y después se volcó a la literatura. Hoy enseña y está terminando su doctorado en Londres. La verdad es un bocho. Estoy totalmente orgullosa de mi hija y la admiro mucho. 

¿Y usted por qué eligió estudiar idiomas?

Realmente estoy orgullosa de ser italiana pero yo siempre miré hacia afuera y soy anglófila. ¿Se dice así? Creo que la elección de mi hija para estudiar y vivir en Inglaterra fue influenciada por mí. En realidad llegué a Argentina cuando terminé mi doctorado y fui a trabajar como asistente del agregado cultural de la Embajada de Italia en 1991, justo el año anterior a los festejos de los 500 años del descubrimiento de América, entonces había un programa muy nutrido de actividades. A los 15 días conocí al que fue el papá de mi hija (Jorge Garfunkel). A los seis meses la embajada me quería renovar el contrato pero me casé, después quedé embarazada, entonces fueron muchas cosas que cambiaron a partir de mis estudios.

¿Y dejó de trabajar?

Sí, lamentablemente dejé de trabajar. Después mi marido se enfermó, lo cuidé durante toda la enfermedad con mi hija chiquita. Fueron años intensos donde tuve que criar sola a María Toscana.

¿Ese fue el momento más duro que vivió?

Sí, fue el momento más difícil porque, gracias a Dios, en mi familia hasta ese momento, que yo tenía 30 años, no sabíamos lo que era enfermarse. Jorge era rejoven, tenía 50 años, y fue un shock muy fuerte. María Toscana tenía dos años, estábamos llevando una vida plena de felicidad. Fueron dos años que sobrevivió a fuerza de voluntad y yo lo acompañé al pie del cañón, en cada una de las 22 quimioterapias. Y si hoy miro para atrás, digo: “¿Cómo hice con la niña tan chica?”. Pero fue natural hacerlo y de verdad fue un momento realmente complicado, pero la vida da vueltas y te va dando muchas sorpresas. Yo soy un poco estructurada, entonces los cambios a veces, sobre todo antes de la enfermedad de Jorge, me paralizaban un poco.

Esa experiencia fue un aprendizaje…

Totalmente, después uno se da cuenta de que se enoja y se molesta por estupideces, pero tendría que vivir tranquilo y aprovechar la vida porque nunca sabés lo que puede pasar. Por suerte en ese momento estuve muy acompañada por la familia de mi marido, a mi cuñado lo considero mi hermano, un hermano de la vida. Pero además María Toscana es una chica muy inteligente, ya desde chica nos hicimos muy compañeras, tenemos una relación muy fuerte. En ese momento pensé en volverme a Italia, porque al fin y al cabo yo tenía a mis padres allá, pero después conocí a Gustavo y me quedé en la Argentina.

¿Y qué situaciones le dan miedo?

Viste que en fin de año todos te desean éxitos y felicidad. Pues yo solo pido salud, con salud todo viene después. De hecho, le doy mucha importancia a la actividad física y soy muy estricta con la alimentación y no tomo alcohol. No es una cuestión estética, lo hago para tener salud, aunque después estamos en las manos de Dios, pero hay que hacer todo lo posible para tener una vida sana, eso es lo que me da más miedo: perder la salud.

Foto: Mauricio Rodríguez Foto: Mauricio Rodríguez

¿Cómo es su rutina?

Acá en Punta del Este la rutina cambia entre verano e invierno. En el verano está lleno de gente, tenés cosas para hacer todo el tiempo, pero en el invierno es un poquito más tranquilo. Pero como soy una obsesiva del entrenamiento físico me creé un team de entrenamiento con mi profesor de musculación, que hace 10 años que lo tengo, una profesora de pilates de Maldonado, que es una genia total, y este año tengo una profesora de spinning, otra genia, entonces acá tengo mi propio spa. Además, siempre me duermo temprano y me despierto temprano. También leo bastante, miro series. O sea, yo disfruto Punta del Este y para Gustavo es un nuevo ámbito de trabajo, porque el teatro en invierno en Enjoy ha sido importante para él. Además, está constantemente buscando cosas para hacer, corre todas las mañanas sus 10 km y trabaja mucho por videollamada con Buenos Aires. También viajamos bastante. Entonces, Punta del Este es mi cable a tierra.

Se comenta que usted solo come lechuga para estar en línea.

No, no, yo soy de buen comer, como alimentos de calidad porque, si comes bien, automáticamente llegas a un equilibrio. Me gusta un buen salmón, sashimi de salmón con un puré de palta, con un buen boniato, todo eso es muy satisfactorio para mí. Fui adoptando un régimen que a mí me funciona. Por ejemplo, no como postre porque para mí el azúcar es mala, no existe en mi vida. Nunca como de más pero me alimento bien, tengo que desayunar, almorzar y cenar, eso del ayuno intermitente conmigo no funciona, me siento mal, necesito comer.

Con Gustavo tienen una familia ensamblada, ¿se llevan bien?

La verdad que sí, somos una gran familia ensamblada. Ahora están dos de sus nietos, pero hasta los primeros días de enero estaban todos, el hijo de Gustavo de Estados Unidos con su mujer y sus hijos, la otra nieta, o sea, estamos todos y nos acompañamos.

¿Y cómo fue que Gustavo terminó siendo el padrino de bodas de su hija?

Fue muy emocionante el pedido y muy graciosa la situación. Gustavo ha sido una parte muy importante en el crecimiento de María Toscana. Fíjate cómo es la vida, ella perdió un papá y Gustavo perdió una hija. El casamiento fue en 2021 y con la pandemia era complicado viajar. Primero se casó en Londres y después la fiesta fue en Italia. Fui la única de la familia que pudo ir a Londres porque había que hacer la cuarentena, todos los demás fueron directo a la fiesta. Pero me acuerdo de que antes del casamiento mi hija vino acá y mientras cenábamos todos juntos ella, que es muy organizada, dijo que tenía pronto el schedule de la boda. Mi cuñado iba a decir unas palabras, yo tenía que decir unas palabras y pensamos que Gustavo también diría unas palabras. Y ella dijo: “No, para Gustavo tengo otra tarea: me va a llevar él al altar”. Fue muy fuerte para Gustavo y no sabés cómo se emocionó cuando la llevó al altar. Y que a María Toscana no le toquen a Gustavo porque es sagrado para ella, y lo mismo le pasa a Gustavo, él la considera como si fuera su hija.

¿Cuánto hace que está en pareja?

Hace 23 años. No estamos casados, somos concubinos, como dicen acá en Uruguay.

¿Cuál es el secreto para estar juntos por más de 20 años?

Por supuesto que primero nos amamos y después somos muy pacientes. Para mí Gustavo es un punto firme en mi vida, así como lo fue por un breve tiempo el papá de María Toscana. Por mucho tiempo vivimos separados en Buenos Aires, yo en mi departamento y él en el suyo. Pero ahora, que ya estamos un poquito más grandes y la vida cambia, estamos viviendo juntos. Y otra cosa que creo que ayuda es que vivimos con mucha libertad. O sea, cuando yo tengo ganas de ir a ver a mi hija tomo un avión y le digo Gustavo: “Chao”. O Gustavo me dice: “Tengo que hacer tal cosa”, y yo nunca interfiero en su trabajo, sí lo acompaño. Esa es otra cosa importante, acompañarse. A veces hay que renunciar a cosas en función del otro. Pero en 23 años pasamos de todo, sin ir más lejos la pérdida de su hija, que fue tremendo. Y bueno, en esos momentos hay que estar acompañando, y es ahí donde se consolida la pareja, en los momentos duros.

¿Son felices?

Sí, sí, somos muy felices. Gustavo es un tipazo, una persona maravillosa, un hombre fantástico. De hecho, mirá que trabaja en un medio muy complicado pero no hay persona que hable mal de él. Lo quieren porque es un tipo leal, serio, comprometido. Así es en el trabajo y en la vida.

Foto: Valentina Weikert Foto: Valentina Weikert

Su vida siempre ha girado alrededor de la moda.

Sí, la moda es mi gran pasión.

¿De dónde salió el gusto por la moda?

De mi mamá, Eny. Desde chiquita, a los cinco años me llevaba con mi hermana (Patricia Della Giovampaola) a la modista. Era un suplicio porque desde que tengo uso de razón recuerdo que mi mamá nos llevaba a comprar telas y después pasábamos tres o cuatro horas en la modista probándonos ropa. Pero a veces pienso que si mi madre no hubiera sido así yo habría estado en jeans y remera toda la vida. Lo sufrí de chiquita pero después el resultado era totalmente gratificante, tener esos vestidos tan lindos. Mi mamá y su hermana tenían una relación muy cercana, como la que tengo con mi hermana, las dos eran fashionistas. Ella no salía y ni te abría la puerta si no estaba pintada, peinada y vestida. Hoy en día yo no me pinto para ir a gimnasia y en Punta del Este estoy en zapatillas. Mi mamá hubiera gritado de horror: “¿Cómo puedes estar así?”. Ella siempre fue una mujer de muy buen gusto. Era espléndida y siempre estaba superelegante, así que ella nos alimentó esa pasión por la moda.

¿Y cuál es su diseñador favorito?

Valentino, en absoluto. Óscar de la Renta también me encanta, pero viste que hoy la moda cambió, así como cambió el mundo. Ahora todo es genderless, todo globalizado, te ponés cualquier cosa y está bien, entonces las marcas están un poco desvirtuadas. Antes entrabas en Óscar de la Renta y decías “párenme que me voy a comprar todo”, y hoy lo pensás porque perdió en calidad. Siempre digo que para ver la calidad de un vestido hay que darlo vuelta para ver las costuras, los ruedos, los forros… Ahí sale la modista de mi mamá (ríe). Entonces ahora es una búsqueda más atenta, más minuciosa.

¿Cuántos vestidos y zapatos tiene?

Muchos, no los conté. Soy acumuladora. Son vestidos que por ahí nunca más me los voy a poner en la vida, pero son tan maravillosos que  los conservo en fundas, con papel seda adentro, están supercuidados, y confieso que a mi hija, aunque sea mucho más alta que yo, cuando quiere, con mucho gusto se los presto. Además, como siempre hay retrospectivas de todos los diseñadores, veo que tengo unos abrigos o una falda que se usaron hace tiempo. Y ahora con el tema de la moda circular los dejo en el placard para usarlos en algún momento.

Foto: Mauricio Rodríguez Foto: Mauricio Rodríguez

¿Repite los vestidos?

Por supuesto que sí, hay que repetirlos porque es más lindo volver a usarlos, volver a sentirlos. Conozco mujeres que los compran y los dejan colgados con la etiqueta. Eso me parece hasta ofensivo porque en la vida hay que usar las cosas todo el tiempo.

¿Nunca se le dio por diseñar sus propios vestidos?

No, creo que no tendría la paciencia necesaria. Reconozco que tengo sentido de la estética pero necesitaría a alguien que concretara mis ideas.

¿Se cambian ropa con su hermana?

No, jamás. Hasta tenemos vestidos iguales, lo que es ridículo, pero tampoco los podemos intercambiar porque mi hermana tiene más busto que yo, tenemos un cuerpo diferente. Además ella tiene un gusto más audaz, a mí me gusta más lo clásico. Todos dicen que somos iguales, pero somos iguales a primera vista, después somos profundamente diferentes. Patricia es muy diferente.

¿Siempre fueron unidas?

Con mi hermana nos llevamos cuatro años, no es mucha diferencia pero de niñas es un montón. Nacimos en Montepulciano, un pueblo medieval cerca de Siena, en donde pasamos una infancia maravillosa pero no jugábamos mucho juntas. Te diría que nos acercamos de grandes, cuando se vino a vivir a la Argentina. Antes de eso yo la visitaba en mis vacaciones de invierno y ella venía en las vacaciones de verano. Ahora hablamos 20 veces por día, aunque ella esté en la China y yo en Australia.

Foto: Mauricio Rodríguez Foto: Mauricio Rodríguez

¿El teatro es otra de sus pasiones?

Sí, por supuesto. En Buenos Aires integro la Fundación Amigos del Teatro San Martín, que es la cuna del teatro, y lo hago por pasión. Recaudamos fondos y, como es teatro nacional, siempre falta algo. En los últimos años, por ejemplo, compramos aparatos para los no videntes y los que no escuchan, entonces hay funciones a las que pueden ir personas con esas discapacidades. Fue muy gratificante colaborar porque algunos nunca habían ido al teatro y no pensaban que pudieran ir. Nosotros ayudamos al teatro San Martín, que es un tesoro de talentos.

Pero usted también estudió teatro, ¿dónde lo hizo?

Cuando terminé mi secundario en Montepulciano me fui a vivir a Florencia para ir a la universidad, pero como mi pasión era la actuación decidí estudiar teatro. Fui seleccionada para integrar la escuela de Vittorio Gassman en Florencia. Pasé dos años hermosos, de mucho aprendizaje, una experiencia única, aunque después no me dediqué a la actuación. En Italia, la vida de la actriz es muy sacrificada porque te hacés todas las ciudades de arriba a abajo en tren.

¿Cómo fue estudiar con Vittorio Gassman?

Él daba las clases, fue increíble aprender de él. Además, había seminarios que daban actores y directores como Anthony Quinn o Ettore Scola y otros italianos que por ahí no son tan famosos en el exterior. Fue muy muy enriquecedor, pero mi papá no quería que fuera actriz. No le veía mucho futuro, pero era mi pasión.

¿Y su madre qué opinaba?

A mi madre le gustaba. No fui actriz pero mi crecimiento fue muy importante. Creo que estudiar literatura e idiomas fue una consecuencia por haber abandonado lo que era mi pasión. La vida te lleva por caminos impensados, seguramente no era para mí, pero igual siempre estuve en contacto con el teatro en Buenos Aires y por Gustavo. Cuando conocí a Gustavo estaba con la televisión y después cuando se saturó se volcó al teatro, entonces yo lo acompaño a ver sus obras 4 millones de veces, le comento lo que me parece, me gusta el olor de las tablas.

¿No se animaría a actuar en una obra producida por su pareja?

Nunca es tarde, pero no.

¿Qué le queda pendiente en la vida?

Qué sé yo, por ahí ser abuela. Mi hija tiene 30 años, pero creo que todavía le falta porque tiene que terminar su doctorado. Pero ser abuela sería muy gratificante. Y lo que me queda pendiente es correr una maratón. Yo fui una gran corredora pero me lastimé la cadera. Mi hija, que también es una maratonista, fue a una clínica en Londres y le aseguraron que yo podría volver a correr, incluso una maratón. Sin dudas tengo resistencia física, lo que pasa es que soy muy compulsiva, antes corría 15 km diarios y no estiraba, entonces al final el cuerpo te pasa factura. Y pensé que nunca más podría correr. Entonces correr una maratón será mi objetivo para este año.

¿Cuál correría?

La maratón de Nueva York y con mi hija, por supuesto.