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Sebastián Da Silva: “Soy la cara visible de un tipo que no le tiene miedo a la cancelación”

Redactora de Galería

Nombre: Sebastián Da Silva • Edad: 51 • Ocupación: Senador por el Partido Nacional, licenciado en Relaciones Exteriores, administrador agropecuario • Señas particulares: Se define como “antigourmet”; escribió Invasor, un libro sobre el purasangre de carreras; le puso Beatriz a una de sus yeguas por la vicepresidenta; es muy buen anfitrión

Es licenciado en Relaciones Exteriores, ¿alguna vez se pensó como ministro, cónsul o embajador? Capaz como canciller, pero no creo tener el areté. Uno tiene que ser ubicado. A mí los test vocacionales me daban abogado o ingeniero agrónomo, pero justo había aparecido el Mercosur y mi viejo me decía que la cosa era por ahí. No sé por qué estudié eso, daddy issues. Me terminó dando cultura general como para ir a un vernissage. Igual lo que la gente no sabe es que soy muy buen negociador, trabajo de eso, y hago de la palabra un sacramento.

¿Y para estar en el Parlamento hay que ser ubicado? La modernidad hace que los políticos estén cada día más alejados de la realidad y entran en ese franeleo parlamentario que es una pérdida de tiempo. Te dicen que es la forma de conseguir consensos, pero hay que escuchar también lo de afuera y la actividad privada, que es mucho más inteligente que la pública y es la que genera riqueza, la que avanza.

¿En algún momento suelta el celular? Este aparato me ha absorbido, lamentablemente. Me tiene absorbida la vida, en realidad, pero dentro de la vida está Twitter. Sumado a que todo lo que antes leía en papel ahora lo hago desde el celular, lo cual es espantoso porque después llegás recontracansado a las noches. Tengo por ahí la biografía de Keith Richards esperando, que me la regalaron para los 50, y todavía no tuve tiempo de tocarla.

Es un poco todólogo en Twitter. Solo digo cosas de sentido común, pero no soy ni estructurado ni políticamente correcto. Y ahora que todo depende de los clics yo vendo bastante, entonces es como un círculo vicioso que a mí me genera más exposición y a los periodistas una cierta zona segura. Uno tiene sentido del humor, ocurrencias, y la verdad es que la izquierda no está acostumbrada a que la enfrenten directamente. Mi primera viralización fue cuando le dije a un gremialista estudiantil “tupita­ con Iphone”. Ahora estoy acostumbrado pero la hiperexposición me afecta, aunque yo la provoque. Igual me da para adelante el paisano, el conductor de ómnibus, a diferencia de los que frecuentan el bar Brecha, que es un ambiente un poco más woke.

¿Cómo le afectan las repercusiones de lo que dice? A mi familia le afecta pésimamente. Mis hijos tienen prohibido tener Twitter porque es una cloaca y me dicen cualquier cosa. Puedo estar asistiendo un parto que me van a putear, por provocar, porque soy la cara visible de un tipo que no le tiene miedo a la cancelación.

¿Le gustaría volver a los tiempos del papel? Me gustaría volver a tener una vida ordenada. Cuando entré al Senado me prometí que no iba a ser dependiente de la política y que iba a seguir con mis actividades privadas y personales. No es nada fácil, te enloquece. Menos pelos y más arrugas todos los días. Yo soy muy metódico, de usar pizarrones, blocks, entonces me saca olvidarme de cosas por el sobregiro. ¿Cómo voy a estar perdiendo el tiempo en una discusión random y olvidarme de vender soja hoy que subió 15 dólares? Para cuando me acuerde ya bajó otra vez…

¿Tampoco tiene el espacio que quisiera para dedicarse a sus caballos? Tengo un domador y un cabañero, son demasiados, y mi mayor frustración es no poder disfrutarlos. Me apasiona la genética. Estamos en medio de los nacimientos y yo tengo un potrillo en el que tengo cifradas esperanzas, que lo debo haber visto dos veces. Jugar al rugby me cambió el cuerpo entonces quedé hecho un pésimo jinete, un jinete gordo, pero los caballos son una terapia. Eso sí, es sacramental que cuando me subo a uno este aparatito maldito (el celular) no se sube conmigo. No voy a envejecer en el Parlamento. Cosas mucho más lindas pasan en el campo.

Nació en Montevideo, ¿de dónde viene ese amor por la campaña? Vengo de una familia de campo, de La Paloma, Durazno. Seguimos una empresa familiar de más de 50 años dedicada a inversiones agropecuarias y siempre decimos que somos wilsonistas no por Wilson, sino por llevar la vida como una W, un día arriba y otro en bajada. Yo me hice agricultor porque veía que la mano iba por ahí cuando venían a invertir los argentinos con sus Blackberry. Aprendí y arrendé 50 hectáreas en Colonia, que las tengo hasta el día de hoy. Después atendemos empresas agrícolas y administramos algunos campos, todas SRL: Valle del Bolso, Colinas Tricolor, Maíces de Nacional... La condición es que tienen que ser bolso. Tengo 35.000 hectáreas a mi espalda y cero propiedades.

Tiene dos hijas fanáticas de Taylor­ Swift, ¿consiguieron que también le gustara alguna canción? Fue a la inversa. Soy un swiftie­ dad porque yo impuse a Taylor­ Swift en la casa. Trabajé para una familia de California vinculada al negocio de la música en Hollywood­ y en 2007 me regalaron un disco para mis hijas. Era el primer álbum de Taylor y a partir de ahí nació un amor familiar hacia ella promovido por esta gente que en cada viaje me traía un CD nuevo. Me he ido hasta Bariloche manejando solo escuchando Taylor. En la camioneta de la familia es lo que se escucha, cantado además.

¿Es una persona sensible? Soy terriblemente sensible y llorón. Para no hacerlo a moco tendido, me acuerdo que el día anterior a mi casamiento mis amigos me habían hecho un asado y uno se tiró en una piscina que era de 2 × 2 pero no sabía nadar. Fue tan ridícula la situación que la traigo de vuelta para distraerme cuando algo me causa emoción. Me conmueve mucho el paisano, esas manos grandotas de alambrar... Lloré mucho el 1º de marzo.