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El guionista y descendiente de judíos polacos Daniel Burman nació hace 38 años en Buenos Aires y realizó películas como “Dos hermanos”, “El nido vacío” y “El abrazo partido”. Tiene dos hijos y está a la espera de una niña. “Tenía muchas ganas de hacer una comedia romántica, como las que me gusta ver a mí”, dijo a Búsqueda el ganador de los premios Konex y Cóndor de Plata. “Y tenía muchas ganas de profundizar en dos temas: el misterio de lo femenino, con un personaje femenino fuerte y complejo, y la identidad masculina de la mediana edad, que tiene que ver con la imprecisión, con lo que las mujeres llaman ‘un tipo’, que en realidad no es un pibito ni un señor. Es alguien que ya tiene un pasado y que todavía tiene futuro, pero a quien no vas a cambiar ni loco”.
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A Burman le interesa un fenómeno que se da en hombres de esta edad y que tiene que ver con el escape. “Construimos grandes escenarios con muchísimo esfuerzo y después queremos irnos al bar de la esquina. Eso es una cosa increíble y rara”, asegura.
En relación a la trama de la película, en la que una pareja se reencuentra luego de muchos años, señala: “Uno a cierta edad sabe que el otro no va a cambiar. Y eso es un gran cambio para uno, porque la fantasía de todas las relaciones es transformar al otro en algo totalmente adaptable a uno, como si fuera un guante. Pero seguramente a los 40 ya somos lo que somos, para bien o para mal, entonces lo mejor es modificar nuestra mirada”.
Otro centro del filme es la experiencia de ser padre. “A mí la paternidad me salvó la vida, en el sentido de que el ego es asesino y lo que ha dominado mi narcisismo desbordante ha sido la paternidad. Si yo no fuera padre, sería hijo de mi narcisismo. Lo que no implica que uno en cierto momento no diga ‘no quiero decidir más nada”, afirma. Y añade: “Cuando estoy filmando me pasa algo curioso: a la noche me gusta ir a restaurantes de menú fijo porque, si tengo que elegir entre una milanesa o un plato de pasta, me vuelvo loco”. Según el cineasta, el hecho de no decidir “es una fantasía masculina que tiene que ver con poder dejar todo librado al azar en un momento”.
La paternidad es, entonces, una conexión necesaria con la vida cotidiana, concreta. “Todos los artistas estamos alimentados por nuestro narcisismo, pero ese alimento en exceso también nos puede envenenar. Es muy importante tener una conexión con el mundo real, y los hijos son una forma de lograrlo. Cuando vos te creés gran cosa, es salvador tener que cambiar un pañal todo cagado o ayudar a explicarle a un pibe chico por qué dos más dos es cuatro a las once de la noche, mientras en realidad querés hacer otra cosa”.
Parte de esta nueva obra transcurre en la ciudad de Rosario, y otra zona es el popular barrio comercial del Once, sobre el que Burman hizo un documental. “Nací y pasé ahí toda mi vida hasta los 20 años. Es un barrio que amo y que me remite a la infancia. Filmar allí es una manera de volver a la raíz, de escaparme de la definitiva adultez y de volver un poquito para atrás. O también mirar de dónde vengo para ver adónde voy”.