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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn la pasada edición de Búsqueda, Andrés Danza, tras un acertado análisis, afirma que el resultado de las próximas elecciones dependerá del éxito de los candidatos colorados por recuperar el voto batllista, que en los tres últimos períodos habría acompañado al Frente Amplio. Esa conclusión es cierta si se refiere a la primera vuelta de octubre, que define el mapa legislativo. Pero por las mismas razones que invoca Danza, no aplica para la segunda vuelta de noviembre. En efecto, los ciudadanos de talante batllista que se resolvieran a votar al Partido Colorado en primera, en noviembre volverían a sucumbir ante el llamado de la “batllidad” (como llama el Dr. Washington Bado a ese temperamento uruguayo que traspasa los partidos), que hace tres elecciones resulta mejor encarnada en el candidato del FA que en el candidato contendor (que también para las próximas, según cualquier perspectiva razonable, volverá a ser del Partido Nacional). El Partido Colorado, pues, aunque recuperase buena parte de su caudal de votos batllistas, no sería el árbitro de la elección presidencial. Tampoco lo sería el batllismo sino, acaso, la “batllidad”.
Por su parte, en reciente columna de El País, Javier García especula con una victoria del Partido Nacional en el balotaje, pese a la evidencia en contrario de las tres últimas elecciones, en las que no pudo superar el 35%. Acierta García cuando dice que, caso de ganar, la única forma de gobernar sería armando una coalición entre todas las fuerzas opositoras; combo que imagina posible si los partidos de oposición anticipan cuál habrá de ser su voto en segunda vuelta, sobre el eje “cambio o continuidad”. Pero también aquí la evidencia disponible juega en contra: la definición de los dirigentes no obliga al ciudadano. Habrá una porción que acompañe la sugerencia, y otra porción que no lo haga; los votos de primera no se trasladan a segunda en bloque. Y para ganar el balotaje, hace falta hasta el último votito opositor. Entonces, ¿cómo hacemos para que todos los ciudadanos que en primera vuelta votan a la oposición, encarnada en candidatos tan distintos, voten al que pasa al balotaje, que en principio les resulta repelente? ¿Cómo hacemos para superar el tan recurrido “Yo a Fulanito no lo voto”? ¿Cómo hacemos para competir con la “batllidad” frenteamplista en el próximo balotaje? Por ahí asoma un posible amortiguador, que es el candidato a vicepresidente, por cuanto en segunda vuelta se vota la fórmula completa, y no solo al primer mandatario. Para atar estos cabos tenemos que seguir zurciendo, con los apremios que imponen el calendario y la legislación electoral, y con el sentido de emergencia que impone la agobiante perspectiva de un cuarto gobierno del Frente Amplio. Los trabajos, creo, deben tener en cuenta estos márgenes que dicta la realidad: el balotaje (un artificio electoral) solito no alcanza para ganar, y una coalición es indispensable para gobernar. Quedamos a las puertas del silogismo.
Miguel Manzi
CI 1.337.437-7