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Para Aldo Garay (Montevideo, 1969), el cine “no tiene por qué aclarar todo ni decirlo todo”. Tiene que cerrar algunas cuestiones fundamentales. “Quién es, cómo fue, cómo vino el personaje, todo eso en esta película está planteado”, sostiene el realizador. La película es El hombre nuevo, que se estrena en Montevideo el 20 de agosto. El filme se exhibió en el Festival de Berlín, donde ganó el premio Teddy al mejor documental LGBT (lésbico, gay, bisexual, trans), y triunfó en el Festival Asterisco de Buenos Aires, enfocado al cine de la comunidad LGBTIQ (lésbica, gay, bisexual, trans, intersex y queer), distinguido como Mejor largometraje.
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El filme es un retrato de Stephania Mirza. Que antes se llamó —todavía se llama— Roberto. Que nació en Managua, Nicaragua, parte de una familia pobre y numerosa, y fue un estudiante modelo, maestro alfabetizador a los 12. En el apogeo de la Revolución Sandinista (1979-1990) fue adoptado por una pareja de militantes tupamaros que lo trajo a Montevideo. Hasta que él reveló que se sentía mejor siendo ella. Y ya no hubo lugar en la casa. Y Stephania se dedicó a la prostitución, vivió en pensiones y en la calle. Parte de su historia aparece en la primera película documental de Garay, Yo la más tremendo, de 1995. Dos décadas más tarde, todavía quedaban asuntos que tratar. “Hay una historia escabrosa, verdades que empiezan a cuestionarse, un hermano recuerda una cosa, ella dice otra, la madre recuerda algo diferente que ella no”, dice el director, el mismo de las notables Mi gringa, retrato inconcluso (1998) y El casamiento (2011). “La verdad pasa a ser patrimonio de cada uno de los retratados, y no quiere decir que sea la verdad definitiva sobre toda la historia. Cuando hago un documental, no busco ni la verdad ni la realidad, eso es algo que construye la propia película con una cantidad de factores, lo construyen las personas que reflejan su imaginario”.
—En el pre estreno realizado el 27 de julio en la Sala Zitarrosa habló de la película como “un pequeño acto de reparación biográfico”. ¿Fue esta la principal motivación para hacer el documental?
—En esas instancias se dicen cosas que intentan simplificar un montón de ideas. Lo que pretende la película, no a nivel de historia, sí a nivel de intención, es tener una construcción dramática junto al personaje. Si uno la ve a Stephania en la calle, ni la más rebuscada y espléndida imaginación le puede adjudicar la épica que tiene. Yo, cuando la conocí, no le creí todo lo que contaba, por eso El hombre nuevo es un pequeño gesto de reparación social y de los demás hacia ella, y también hacia sí misma. Están condensados algunos aspectos de su vida, no todos. Es como decir: “Vos me prestaste el saber de tu vida, el conocimiento de todos estos años, yo me encargo de recopilarlos y en 80 minutos cuento esto”. El asunto iba por ese lado. Me cuesta definir qué es El hombre nuevo. Si es una película sobre la identidad, sobre la memoria, sobre el pasado reciente, sobre un viaje y un reencuentro familiar, sobre lo que se dice y sobre lo que no se dice y sin embargo está ahí. Y según el espectador, según la historia. Es entonces cuando perdés el control de las premisas fundamentales. Porque en el cine, por más que la lectura está apoyada en imágenes, y la imagen de por sí es muy poderosa para acentuar que eso es así, la misma imagen genera otras imágenes. Creo que hay un efecto literario fascinante en el cine.
—La película comienza con Stephania buscando habitación en pensiones, casi sin rumbo.
—Es algo que hace frecuentemente. Cuando se va de un refugio, sale con su carro, con sus pertenencias, a buscar un lugar. No quiere decir que el equipo de rodaje la tomó justo cuando salió a la calle a buscar un lugar. Es una autorrepresentación. Últimamente lo que he hecho, sobre todo en El casamiento, es mezclar las autorrepresentaciones con situaciones que ocurran realmente. Tener la actitud clásica del cine documental, esperar con la cámara a que las cosas sucedan y proponer a los personajes que representen acciones que hacen dentro de su vida cotidiana.
—Lo que no estaba en la vida de Stephania era precisamente el viaje a Nicaragua.
—Siempre quedó pendiente ir a Nicaragua. El viaje físico y emocional. Durante muchos años me encontraba con Stephania en la calle y hablábamos de su familia allá. Había que ir. A partir de ahí hay un corte, la película se parte en dos, aparecen otros recursos, más entrevistas. A nivel de relato, hay dos películas distintas dentro de una misma película. En esa segunda parte lo más importante, lo que tenía que tener claro durante el rodaje en Nicaragua era lo que no había que mostrar, más que lo que tenía que mostrar. Algo que tuve bien claro desde el comienzo, antes de filmar un plano en Montevideo, era que el encuentro con el hermano mayor no fuera como los programas de televisión sobre gente que se reencuentra. Uno se pone en la cabeza de los hermanos o de los padres, de cualquiera, y el reflejo de generar un momento emotivo está tan instalado, que efectivamente pasó así: algunas hermanas lloraban porque sentían casi la obligación de hacerlo. Se parecía mucho a esos programas de televisión. Y la verdad, no aporta nada. Por eso, cuando te metés en una familia, el asunto es qué no mostrar, qué momentos, hasta dónde, cómo.
—Es curioso cómo Stephania lucha por hacerse reconocer como mujer y a veces tiene que apelar al hombre que fue para que la reconozcan.
—La lucha interna que vive es una de las cosas que más me interesan de esta historia. La lucha entre la mujer y el hombre dentro de una misma persona. Y ni hablar cuando las dos identidades se diluyen y en Nicaragua vuelve Roberto con mucha fuerza. Desde el momento que escribí el proyecto, la lucha por querer ser otro es algo que me conmueve: que el otro esté todo el tiempo acechando.
—¿La familia adoptiva no quiso participar?
—No quiso. La mamá adoptiva, con la que nos contactamos, no quiso hacerlo, y está en su derecho. La película en ningún momento juzga a nadie. Sería una pérdida de tiempo hacer una película para juzgar o atacar a alguien. No está dentro de mis intereses, ¿quién soy para juzgar?
—¿Cómo se llegó al título?
—Lo pensé con mucho respeto. Por lo que creyeron y por los que creen en esas premisas. Y por ella misma. Sé que es muy delicado. Muchas veces se va al bulto, y se asume como algo irónico, y no, no tiene nada de irónico. Yo creo que ella sí es “el hombre nuevo”, en el sentido de representación de “humanidad nueva”. De hecho, en la película se ve al niño como proyecto de “hombre nuevo”.
—El material de archivo tiene un gran valor en la película.
—El material de archivo parte de dos fuentes. Yo la más tremendo, cuando ella era una travesti recién iniciada, y luego lo que se encontró en la cineteca de Nicaragua, el programa De cara al pueblo, que producía la televisión nicaragüense, que registraban estos encuentros de la comandancia de los dirigentes con el pueblo para hablar sobre diferentes temas. En uno de esos encuentros, la convocatoria era sobre la educación, y Stephania, Roberto en ese momento, concurre y plantea una inquietud que tienen sus alumnos. En ese entonces tenía 12 años y era maestro alfabetizador, daba clases a mayores analfabetos. Les pregunta a los nueve comandantes qué va a pasar con los alumnos después de que pasen por él. Ese archivo, creo yo, es brutal, había que ponerlo. Es ella.