• Cotizaciones
    domingo 09 de noviembre de 2025

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
    $ Al año*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
    $ por 3 meses*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * A partir del cuarto mes por al mes. Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
    stopper description + stopper description

    Tu aporte contribuye a la Búsqueda de la verdad

    Suscribite ahora y obtené acceso ilimitado a los contenidos de Búsqueda y Galería.

    Suscribite a Búsqueda
    DESDE

    UYU

    299

    /mes*

    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá

    “La memoria de Borges me permitió despedirme de mí mismo”

    No es casualidad que se haya ido a vivir a Maldonado. Roberto Jones tiene una larga historia vinculada al teatro en esa ciudad. En 1990 fue convocado por el entonces intendente Domingo Burgueño, del Partido Nacional, para que fundara una escuela de arte dramático, con la idea de preparar un plantel de docentes locales en dos años. El compromiso era que si lo lograba, la intendencia construía un teatro y una escuela. Jones dio el sí y se instaló con su familia en 1991. Armó un programa a partir de su método y a los dos años estaba formado un cuerpo de 12 profesores. Burgueño cumplió y construyó en la Casa de la Cultura una sala de espectáculos, que sigue activa, y una escuela con cuatro aulas. El actor, nacido en Montevideo en el verano de 1942, dirigió la escuela fernandina hasta 2005. Sus hijos se quedaron a vivir. Y tres años atrás se volvió a instalar allí, con su esposa, y cerca de sus nietos, a los que puede ver extremando los cuidados. Cuenta que no se puede vacunar por ser alérgico a algunos componentes de las vacunas. Mientras tanto, espera. En una videoconferencia con Búsqueda habló largo y tendido sobre su historia con Jorge Luis Borges, y sobre cómo conocerlo desató en su vida una profunda búsqueda espiritual. También contó que aguarda una próxima actualización de la vacuna para poder recibirla, y espera que en algún momento sea posible volver a actuar en una sala. Años atrás le había declarado la guerra a los celulares y ahora dice que no piensa actuar frente a espectadores con tapabocas. A continuación, un resumen de la charla.

    —¿Cómo era esa carrera de actuación que diseñaste en Maldonado?

    —Tenía tres años, armamos cursos para adultos y jóvenes. Llegamos a tener 250 alumnos, a cargo de actores y directores de Maldonado. Funcionó muy bien. Incluso se formó un elenco local, La Ballena, que actuó en Montevideo y en Brasil. Era el método que aprendí de Pepe Estruch (actor y director español radicado en Uruguay), mi maestro. No inventé nada. Primero trabajábamos con textos hechos por los alumnos desde su realidad. A fin de año se armaba un espectáculo a partir de esos textos. Después trabajábamos con autores contemporáneos como Tennessee Williams, Eugene O’Neill y Florencio Sánchez. Y en el último año íbamos a los clásicos: Shakespeare, Lope de Vega, Molière, Chéjov, Ibsen, con una puesta en escena de una obra entera.

    —Vos sabías lo que era fundar y dirigir una escuela...

    —Claro, en 1977, cuando la dictadura cerró la EMAD les propuse a sus docentes que formáramos una escuela privada, y nació el Ictus, donde seguíamos este método. Eran otros nombres: Nelly Goitiño, Eduardo Schinca, Elena Zuasti, Armando Halty, Medina Vidal, Adriana De Luca, los mejores docentes.

    —¿De dónde venía ese nombre?

    —El Ictus es el signo del cristianismo clandestino. El pez. En latín, Jesús Cristo Dios Hijo Salvador. La sigla quería decir Instituto Cultural Teatral Uruguayo y no sé qué más, pero era una excusa (ríe). Cuando salí de la cárcel (por su pertenencia al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros), me cobijé en la Iglesia. Fui a la curia a pedir ayuda, les dije que no lo podíamos hacer en cualquier lado porque nos reprimirían. Entonces nos dieron un local en Los Vascos, en Julio Herrera y Mercedes, justo frente al Ministerio del Interior (ríe). Fue un éxito enorme. Vinieron jóvenes a patadas a estudiar teatro. Tan grande fue aquello que los militares volvieron a abrir la EMAD. La curia se retiró y yo me fui a la Asociación Cristiana de Jóvenes.

    —Tus convicciones espirituales siempre han estado cerca de tu camino artístico...

    —Siempre. De muy joven era católico militante. Fui miembro de organizaciones católicas. Estuve unido a la Iglesia hasta que en 1973 conocí a Borges. Ese encuentro me cambió, marcó mi vida. No dejé de ser cristiano pero ya no católico. Primero adquirí conocimientos de la cábala, de todo lo vinculado al misticismo judeocristiano. Después empecé a estudiar historia y cultura griega, romana, egipcia. Desde entonces me siento un cristiano cabalístico universal. Siento que trascendí al catolicismo porque lo que aprendí trasciende los dogmas fundamentales. El misticismo te permite una comunicación personal, que no acepta intermediarios entre el individuo y lo que considero que es Dios, para ponerle un nombre.

    —Pero la figura de Cristo sigue presente...

    —Sí. Un místico, un cabalista, un iniciado no acepta que las escrituras sagradas sean tomadas como documentos históricos, literales, sino que son símbolos, metáforas, analogías a estudiar para extraer conocimiento. Entonces, para mí, Jesús es un maestro judío, rabino, sobre quien otros han escrito de todo. Para mí Jesús existió, históricamente, pero también es un símbolo. La Iglesia católica, así como la Iglesia judía, como el islam, son iguales en el sentido teológico de que son literalistas. Para un ortodoxo el mundo fue hecho en seis días, el mar Rojo se abrió y por ahí pasó Moisés. Y de ahí no lo sacás.

    —¿Cómo fue ese encuentro con Borges?

    —Evidentemente, estaba buscando algo. Estaba exiliado, recién salido de la cárcel, ya estaba despegado del MLN y me había ido para Argentina. Pero todavía no había internalizado que no quería más nada con la lucha armada. Un día fui a ver a Borges a una sinagoga, donde dio una conferencia sobre la cábala hebrea, y me despertó internamente algo que yo estaba esperando. Me impresionó su imagen, hablando de algo sobre lo que yo no tenía idea, pero me daba cuenta de que era algo muy profundo. Después me lo encontré de casualidad, en una confitería en la calle Florida. Lo vi ahí sentado y entré, lo saludé, me senté, conversamos un rato y me provocó un shock.

    —Ese episodio lo narrás en la La memoria de Borges, escrita por Hugo Burel y dirigida por Álvaro Ahunchain.

    —Claro. En esa charla me dio su teléfono y tuvimos comunicación directa por un buen tiempo. En 1975 comencé mi camino espiritual y de estudio constante, que mantengo hasta hoy. Luego, en 1982, la BBC de Londres me contrató cuando Borges vino a Montevideo para ese documental llamado Borges y yo, rodado en la Fortaleza del Cerro. En ese reencuentro ya me había metido a fondo en la Cábala. En esa charla le silbé Milonga de ojos dorados, de Zitarrosa, y hablamos de su cuento El otro, que era lo que quería el director. Hablamos como en una charla de bar, Borges no sabía cuándo filmaban y cuándo no. María Kodama estaba muda, a un costado. No habló en toda la tarde. Los ingleses se llevaron material a patadas, pero en el documental quedó un poquito nomás. Fue la última vez que lo vi.

    —Ese periplo está en la obra que estrenaste en 2008 y que narra tu historia con Borges.

    —Exacto. Es el relato tal cual de mi vínculo con él. Es que Borges era un hombre muy espiritual. El espíritu no tiene que ver necesariamente con lo religioso ni con la creencia en una divinidad sino con la trascendencia. Y Borges fue un ser muy trascendente. Tenía cierta idea de la reencarnación. Le pregunté si creía en la reencarnación y me respondió: “No, con esta vida tengo suficiente” (ríe), pero respondía “sí, claro” cuando le preguntaba si creía en Jesús. Sostenía que Jesús había roto la rueda de las reencarnaciones y que por eso era considerado el Salvador. Es una opinión muy personal de alguien que estudió todos los evangelios. Su creencia en la trascendencia lo hacía decir, muy seguro, que no le importaba morirse. Cuando lo entrevistaba un periodista, él se divertía mucho, a pura ironía. Nadie sabe realmente lo que pensaba.

    —¿Vos lograste entrar en su pensamiento?

    —Sí, porque encontré un ser humano, no un genio. Íbamos a comer juntos, se le caía la comida y lo ayudaba. Lo acompañaba al baño porque se le complicaba por su ceguera. Más allá de su obra imponente, digna de Homero, pude descubrir a un ser humano, con las mismas dudas, creencias y limitaciones que tenemos todos. Una cosa es el artista, el actor, el dramaturgo, el poeta, el pintor, y otra es una persona en el mano a mano, cuando hablás de cosas trascendentales: ¿Existe la vida más allá? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Qué es el ser humano? (enfatiza) ¿Qué es? Y esa espiritualidad está en la obra.

    —¿Con la obra cerraste el círculo y te sacaste las ganas de contar todo esto en el escenario, 25 años después?

    —Lo que pasó es que decidí dejar de actuar. Ya estaba enfermo de párkinson. Me temblaba todo. Me dije: no puedo hacer más teatro. Y me saqué las ganas de hacer dos cosas. Actuar un unipersonal, una hora y media solo con el público, y homenajear al tipo que me cambió la vida, me abrió la puerta a un camino al que le dediqué el resto de mi vida. La memoria de Borges me permitió despedirme de mí mismo. Y bueno (respira fuerte).

    —La obra recorrió América y Europa pero no llegó a Argentina. ¿Fue rechazada por los borgianos más duros?

    —El núcleo duro borgiano quedó encantado. Vino a verla mucha gente de teatro argentina, y me escribían en forma muy elogiosa. La que nunca vino fue María Kodama. Pero los que no quedaron encantados fueron los peronistas, que odian a Borges. Los actores y escritores que la veían me decían: “Está buenísima, pero allá no la hagas” (ríe). En pleno gobierno kirchnerista, y además hecha por un uruguayo, lo entendí perfectamente. Hubo tentativas de llevarla, pero no cuajaron. Nos fue muy bien en todos lados, la vieron más de 16.000 personas. La llegamos a hacer en Chicago, pero en Buenos Aires nunca.

    —Más allá de Borges, ¿qué otra motivación tuviste para esa búsqueda espiritual?

    —Hubo algo muy personal, una especie de visión que es muy difícil de transmitir. Algo muy fuerte, como una revelación. Y eso me sacó de la confusión en la que estaba sobre seguir con la lucha armada y me hizo abrazar ese camino de estudio de la trascendencia. Empecé con la cábala hebrea y si bien no soy judío, la entendí. Conocí la diversidad del misticismo a través de 16 escuelas místicas que van hasta 3.500 años antes de Jesús. En la escuela griega descubrí los misterios de Eleusis, de donde surge el teatro. Pude entender algo que le había escuchado al maestro Estruch: “Mirá que la tragedia, coño, no nace de la dionisíaca sino de los misterios de Eleusis”. En aquel tiempo no sabía de qué carajo hablaba, y cuando los estudié me cerró todo, entendí por qué la Escuela de Eleusis se mantuvo activa durante 1.200 años. Y entendí la génesis de la tragedia.

    —¿Lo podés explicar brevemente?

    —Aprendí que los estudiantes místicos de Eleusis fueron una congregación muy importante para entender lo que después fue el cristianismo, y además las que la comenzaron fueron, en su mayoría, mujeres. La tragedia nace bajo el principio de cerrar los ojos físicos para conectarse con la realidad auténtica, extraer de allí la información, construir un personaje y salir a la vida. De ahí viene el drama, que es la acción: la capacidad del ser humano de transformarse en otra cosa, sin dejar de ser él mismo. Jesús bien puede ser un rabino que hizo el personaje de Cristo. Todos construimos personajes, todo el tiempo, en forma consciente o inconsciente: padre, hijo, actor, periodista. Pero cuando vos encontrás tu yo íntimo, ya no podés actuar, no tenés personaje, el personaje es la información que te llega cuando te conectás con una realidad superior a la tuya. El hombre que cree eso no se cree superior a la naturaleza. El error del hombre actual es que como todo lo de abajo se considera inferior, y arriba no hay nada, soy César. Soy el más inteligente, el único. Y el más poderoso manda. Destruye la naturaleza porque la cree inferior. Ahora, cuando descubrís que lo de abajo es tan importante como el ser humano, y que arriba no hay vacío sino un todo eterno en constante cambio, te cambia la vida. Pasé de ser un socialista ultranacionalista, anticapitalista y antiimperialista a una persona que no dejó entrar más la política ni la economía ni la filosofía ni la religión en su interior. Lo único que está dentro de mí soy yo y el ser al que llamo existencia.

    —Dejaste de identificarte con banderas.

    —Exacto. Uno tiene que darle bola a la política y a la economía, podés abrazar creencias religiosas que respeto y quiero mucho, y hay filosofías e ideologías. Todo eso lo vivo porque estoy parado en este mundo. No me retiré a una montaña. Soy actor. Pero no me convierto en nada de eso.

    —En política estuviste vinculado a administraciones coloradas, blancas y frenteamplistas, en el gobierno y en las intendencias.

    —Así es. Con el Partido Nacional en Maldonado, con el Frente Amplio como actor en la Comedia y con el Partido Colorado como coordinador del Servicio de Teatros Municipales, en la transición posdictadura. Después, Lowy me nombró director de Actividades Escénicas en el MEC. Mirá, desde que salí del MLN siempre tuve claro que quería dedicarme a tirar puentes. Se critica mucho a Mujica y al resto de los tupamaros que llegaron a altos cargos. Sin embargo, ayudaron mucho al país. A Mujica, a Fernández Huidobro, a Rosencof se les pueden hacer muchas críticas como gobernantes, pero se les debe reconocer que con su transición a la política, pacificaron el país. Por supuesto que los partidos aportaron mucho, pero el esfuerzo de esos presos que fueron rehenes, que sufrieron mil suplicios, de integrarse a la sociedad, entrar al sistema político y llegar a gobernar, hay que reconocerlo de una vez para siempre, y no seguir con este palo y palo entre milicos y tupas. Basta, bo.

    —¿Cómo ha evolucionado tu ideología en estos años?

    —Siempre fui nacionalista. A los 16 años me uní a la juventud del Partido Nacional, en el Movimiento Popular Nacionalista de Fernández Crespo. Siempre fui blanco y nunca dejé de serlo. Cuando empecé a simpatizar con la lucha armada, obviamente dejé de pertenecer al Partido Nacional, pero desde mi perspectiva me seguí sintiendo blanco. Y después, también. Ser blanco significa ser latinoamericanista y panamericanista.

    —Y desde ese sentimiento blanco, ¿cómo vivís este tiempo?

    —Estoy apartado físicamente, pero espiritualmente siento que está bravo porque para los blancos es fundamental la libertad. La libertad individual y la colectiva. Entonces, que en un gobierno blanco se tengan que tomar medidas para restringir la libertad, es complicado. Para los gobernantes, que no tienen más remedio que hacerlo, no es tan complicado. Ahora, para el blanco de a pie, es complejo. Un blanco no podría haber aceptado nunca todo eso que querían instaurar con el artículo 224 (del Código Penal, que establece el delito de peligro), que podía incluir llevar preso a alguien por no usar mascarilla o por hacer una reunión.

    —Pero no salió.

    —Porque el presidente no quiso. Quienes están en el gobierno saben cómo piensa mucha gente que no quiere llegar a ese extremo.

    —¿Pero una pandemia como esta no podría ser una razón de fuerza mayor para esas limitaciones?

    —Seguramente desde la óptica de los caciques, sí, pero no desde los indios. Es muy difícil que alguien que conoce bien a Oribe, Leandro Gómez y Aparicio Saravia, tipos que dieron la vida por la libertad, pueda avalar medidas como las que se han impuesto en otros países. De todos modos, aquí se han creado protocolos muy fuertes. ¡El teatro y gran parte de la cultura artística está liquidado! Un problema económico lo arreglás con un préstamo. Un problema cultural como este que estamos viviendo no lo arreglás más. No se arregla con plata, sáquenselo de la cabeza.

    —Sin embargo, los cultos religiosos siguen abiertos.

    —Un desastre. No solo eso. Si tomo un ómnibus de Maldonado a Montevideo, voy codo a codo con 30 personas. Ahora, en un espacio 20 veces mayor como una sala, no puedo estar con las mismas 30 personas. Hay protocolos ilógicos. No tiene sentido unos cerrados y otros abiertos. Lo que no quiero es juzgar al presidente en este momento. No quisiera estar en sus zapatos.

    —En los últimos diez años volviste a dirigir y actuar cuando tu salud te lo permitió. Hiciste clásicos como Un tranvía llamado deseo, que dirigiste, y Viaje de un largo día hacia la noche, en la que actuaste dirigido por Jorge Denevi. ¿Eran cuentas pendientes que querías saldar?

    —Así es, también dirigí Chéjov, Ibsen, García Lorca y Neil Simon. No sé si pendientes. Eran los títulos que siempre había trabajado como docente. Son obras que hablan del ser humano a cabalidad. Y siempre me gustó hacer mis propias versiones de esos clásicos. Adaptarlos al público local. Y me quedé muy contento con estos últimos trabajos.

    —¿Te quedó algo pendiente?

    —Bueno, sí. En agosto del año pasado tenía previsto estrenar Variaciones enigmáticas, del francés Eric Emmanuel Schmitt, que para mí es el mejor autor teatral de este tiempo. Sería la cuarta obra suya que hago, después de El visitante, en la que actué con Taco Larreta, y El libertino y Pequeños crímenes conyugales, ambas con Susana Groisman. Es una obra genial, que narra el encuentro entre un premio Nobel y un periodista que le hace una entrevista. Íbamos a interpretarla con Sebastián Serantes, dirigidos por Álvaro Ahunchain. Pero vino esta cuestión y seguimos esperando. Igual la veo difícil, porque no pienso volver a actuar mientras el público tenga que estar con tapabocas. Jamás. Así como luché contra los celulares, soy enemigo de los tapabocas en las salas. Deshumanizan a la platea, es el peor de los símbolos para el arte. Es una razón de raíz psicológica mía. Desde el punto de vista del teatro, no puedo. Entiendo que sea el elemento que permite que haya funciones, pero no puedo estar actuando y ver una pared de gente sin rostro.