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    “Lo que le falta al uruguayo es la convicción de que esto que se llama República Oriental del Uruguay es realmente lo que queríamos”

    Marcia Collazo y su segunda novela histórica: “La tierra alucinada: memorias de una china cuartelera”

    Felicia sobrevivió a la vida brava de las chinas cuarteleras que pelearon con las tropas de Artigas, a la viruela negra que mató a su marido y a sus hijos y a las miserias de la campaña inhóspita. Ella es una de las tantas mujeres que trabajan como lavanderas, cocineras o curanderas para alimentar a los hijos que tuvieron con distintos hombres, y son un guerrero más cuando hay que defender la patria. Ahora con Artigas en el exilio y sin un rumbo claro sobre el destino que tendrá esa tierra a punto de transformarse en Estado, Felicia cabalga llena de rencor hacia Misiones en busca de su hijo Timoteo, quien se fue tras Fructuoso Rivera. Y en su itinerario la tierra le habla, como si fuera otro personaje, y le sigue hablando cuando se cruzan otras figuras anónimas del pueblo o del campo: algunos son viejos luchadores como El Zorrillo, otros mezquinos o desconfiados que duermen con el facón siempre preparado para la defensa. Y también la tierra comenta los enfrentamientos de Rivera y Lavalleja y los vaivenes de sus esposas, y también los cálculos políticos de los extranjeros que marcaron la historia.

    “En ese momento, los orientales son conducidos a independizarse en una empresa política que no es la de ellos y por eso no saben bien por qué pelean, y por eso Felicia está tan descreída y resentida. Igual que la tierra”, explica Marcia Collazo sobre su última novela, La tierra alucinada: memorias de una china cuartelera (Banda Oriental, 2012), que sigue los acontecimientos históricos ocurridos entre 1825 y 1828. Es la segunda novela que escribe Collazo. La primera fue “Amores cimarrones: Las mujeres de Artigas”, que obtuvo el Premio Bartolomé Hidalgo Revelación 2011 y va por su octava edición. Profesora de Historia y abogada, Collazo nació en Cerro Largo, pero se crió en el campo de Minas, y sus libros recogen mucho de sus vivencias en campaña. Sobre su última novela, mantuvo la siguiente entrevista con Búsqueda.

    —¿Por qué le interesó continuar la historia que siguió a la derrota de Artigas?

    —Empecé con la figura de Artigas y cerré un ciclo de cien años de historia regional y local con su derrota y con el supuesto exilio voluntario en Paraguay, sobre el que tanto ha abundado la historiografía y sobre el que todavía no hemos podido ponernos de acuerdo. Eso me llevó a pensar lo que sucedió después. Artigas nunca quiso volver y fue llamado varias veces. Entonces la primera pregunta que me hice fue por qué no quiso regresar. Se me ocurrió que la respuesta está vinculada a cómo se forjó la nacionalidad. Se abandonó el proyecto de la Liga Federal y de una unión americana, eso tiene que ver con el surgimiento de la República Oriental del Uruguay y de la resistencia de Artigas a volver. Entonces, ¿qué papel nos toca en esa reflexión? Tenemos que ir decodificando mensajes y levantando la alfombra para ver qué metimos debajo. En Facebook los lectores se pusieron a intercambiar opiniones sobre la novela y uno de ellos escribió: “¿Tenemos el derecho moral de ser una república independiente?”. Los latinoamericanos, quizás porque somos un pueblo joven, necesitamos trabajar en nuestras grandes preguntas. 

    —En la documentación de la época, ¿encontró anécdotas de mujeres cuarteleras? ¿Cuánto hay de ficción en las historias que narra? 

    —Hay varias anécdotas y los personajes femeninos están inspirados en multiplicidad de microrrelatos que han sido recogidos por varias fuentes. Algunas están muy identificadas en documentos históricos, como la China María que fue ascendida al grado de sargento por los blancos a fines del siglo XIX. Otras están en la literatura, como en “Grito de gloria” o “El combate de la tapera” de Acevedo Díaz, que incluye mujeres combatientes. Pero de muchas no quedaron suficientes registros. Lo que sucede es que en el Río de la Plata, sobre todo en Uruguay, no tenemos una tradición muy rica de memoria de nuestras mujeres combatientes, como sí la tienen otros países. México es uno de los casos paradigmáticos con un cancionero enorme dedicado a las chinas cuarteleras. “La Cucaracha” es una de esas canciones, pero hay muchísimas más. Para esta novela investigué un año entero los partes del ejército de Lavalleja, de diciembre de 1826 a diciembre de 1827. Día a día aparece cómo se trataba al regimiento de mujeres que se había creado y las tareas que se les encomendaban. También cómo se vigilaba a las chinas cuarteleras porque se alejaban de las tropas para saquear los alrededores. Todas, desde el lugar que tenían en la sociedad, pelearon. Incluso las mujeres de clase alta, como Josefa Oribe, que participó en el proceso de liberación de la dominación brasileña y sublevó a un batallón entero, seguramente con ayuda de sus esclavos. 

    —¿Por qué piensa que no se conservaron más documentos sobre estas mujeres?

    —Creo que nosotros no tuvimos esa memoria porque en parte no queríamos ser una república independiente, queríamos ser una liga federal, y no lo fuimos. Siempre se dice que el uruguayo no es de embanderarse con símbolos patrióticos. Y esto es verdad, pero no es porque le falte patriotismo:  ha demostrado sobradamente que es capaz de dar la vida por una causa. Lo que le falta al uruguayo es la convicción de que esto que se llama República Oriental del Uruguay es realmente lo que queríamos. Y eso sigue siendo una pregunta abierta. 

    —El término “alucinado” se asocia con la locura de Timoteo, uno de los personajes. ¿Pensó en ese significado cuando le puso el título a la novela?

    —Esa palabra ya se usaba desde el siglo XVIII y fue muy corriente en el siglo XIX. En el prólogo de la novela, Heber Raviolo incluye una cita de Nicolás de Vedia cuando vio a Artigas “circundado de muchos mozos alucinados”. En ese contexto la palabra significa “admirados” o “deslumbrados” por alguien que les causaba admiración. Pero también puede tener el sentido opuesto y negativo, alguien “encandilado” no puede ver con claridad. En la novela, la tierra también está alucinada por intereses diversos que la tironean de una manera cruel y no la dejan ver hacia dónde tiene que ir. Tampoco la dejan escuchar el silencio de José Artigas en el Paraguay. Había demasiado ruido por acá. 

    —En la novela nadie nombra a Artigas, salvo el Zorrillo. ¿Lo imaginó como el personaje que dice lo que otros no pueden o no se atreven? 

    —A Artigas no se lo podía nombrar, ya había sido objeto de la leyenda negra y era sinónimo de enemigo, tanto para brasileños como para argentinos. Nadie quería hablar de Artigas, ni siquiera los caudillos Rivera y Lavalleja porque no les convenía. Si Lavalleja hubiera hablado de Artigas cuando quiso reunir recursos y hombres para la Cruzada Libertadora, seguramente no la hubiera podido hacer. Tenía que decir otra cosa, decir que íbamos a ser argentinos, y por eso la proclama nombra “argentinos y orientales”. Por otra parte, para no ser absolutamente traidor al mensaje artiguista, vino con su bandera. Lo que todavía guía a todos es el resabio de querer ser libres, pero aún no saben qué van a hacer con esa libertad porque hay demasiados intereses encontrados. El Zorrillo es uno de los portavoces de las grandes ideas que andan por ahí. Es un personaje de una erudición muy peculiar: por un lado es casi analfabeto, pero en medio de sus carencias, se ha leído a Rousseau. Es la condensación de los caracteres principales de esa clase social que condujo la revolución. Ni siquiera Artigas era muy erudito, no podía serlo, era un hombre de provincia. No se puede comparar la erudición de Bolívar con la de Artigas que a duras penas pudo completar un ciclo básico escolar. No digo que el Zorrillo sea parangonable a Artigas, pero sí a muchos hombres de la época. 

    —Sus descripciones son muy plásticas y en ocasiones desagradables, como la que hace de un saladero. ¿Conoció alguno de esos lugares? 

    —Conocí un matadero y un saladero. Mi casa en Minas estaba en un enclave del cual salía un camino hacia Arequita y a unos dos quilómetros había un matadero. A veces pasábamos con mis hermanos por ahí y sentíamos el hedor, veíamos los canales abiertos en el cemento y cómo corría esa sangre espesa. Más cerca se instaló un saladero y también se sentía el olor acre del azufre. Son las vivencias que quise transmitir a quien nunca estuvo en esos lugares.  

    —Sus primeras publicaciones fueron de poesía. ¿Qué desafíos le implicó escribir una novela?

    —Tuve que aprender a escribirla, pero nunca pude dejar la poesía. A veces tengo que luchar contra un excesivo lirismo y tengo que podar mucho en segundas o terceras revisiones. Igual creo que es buena la combinación de narración y poesía. Me resulta difícil, pero también me da mucha satisfacción encontrar mi propia estructura literaria. En esta novela introducir elementos fantásticos, como la tierra que habla, el milagro de Felicia o la aparición de Cipriana, me produce un gran placer. A veces no sé cómo me van a salir los personajes.  El Zorrillo salió solo y se impuso. Cada noche le decía a mi marido: “Mirá este viejo cómo se me metió en la novela”.

    —¿Está preparando otra?

    —Voy a esperar un tiempo porque los propios lectores me dicen que no vaya a sacar otra ahora, que los deje leer esta. La próxima me va a requerir un gran trabajo. Será sobre la Guerra Grande, un hecho histórico complejo que determinó lo que hoy somos como país, algo que me parece hay que rastrear. Ya estoy trabajando en eso.