Nº 2084 - 13 al 19 de Agosto de 2020
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáComo de otros próceres del tango, ya he escrito de José Luis Padula.
Solo que en eso de hojear libros y diarios viejos y repasar reportajes surgen aspectos que se hacen nuevos para nuevos lectores, dibujando mejor al personaje.
La obra cumbre de Padula, el tango 9 de julio —único que recuerda en su título el día de la independencia de Argentina—, tiene una historia con tufillo a comedia de enredos y revela matices quizás ignorados por muchos de la personalidad del autor.
El padre de Padula murió cuando este tenía 12 años; como había aprendido música al modo “orejero”, salió a la calle a salvar el sustento familiar. Sin leer jamás un pentagrama, durante años tocó en las esquinas una guitarra a la que adosó un palo con una armónica, construyendo, para entonces, un llamativo instrumento. Alcanzó veloz prestigio y recorrió gran parte de su país, recalando en Rosario, donde se afincó.
Definiéndolo, hay consenso en que fue una persona de buen carácter, dicharachero, bromista y gran improvisador; lo apodaban el Tuerto, porque al tocar cerraba su ojo derecho.
Y sin embargo… ¡qué tipo complicado!
Ya adulto, en un reportaje que una biblioteca rosarina conserva, dijo que había compuesto 9 de julio a los 15 años, o sea en 1908. Sin embargo, está probado que con ese título recién se registró en 1916; hay quienes, para zanjar la confusión, afirman que Padula hizo el tango en la fecha que declaró, lo tocó por ahí sin ponerle título y ocho años después, aprovechando el centenario de la independencia argentina, documentó debidamente su creación.
¿Debidamente? Vendió la edición de la partitura a Primitivo Sosa, pero meses más tarde también aprobó por escrito que la publicara Alfredo Perrotti. Conclusión: causó un largo litigio que terminó con los derechos adjudicados a Perrotti. ¿Fin de esta peripecia? ¡Qué va! El ya popular autor, paralelamente, autorizó a la editorial Salabert de París a difundir 9 de julio en el exterior. Perrotti se enojó y, ante la indiferencia de Padula, inició otro juicio: tristemente, lo sorprendió la muerte con la Sociedad Francesa de Autores haciéndole “el pito del sereno”.
Mientras discurrían estas peripecias, Ricardo Llanes, sin pedir permiso, le puso letra al tango instrumental ya famoso. Padula no protestó: es que Llanes nunca le reclamó dinero y, años después, repudió su propia poesía, la retiró y la calificó de “detestable”:
—En un conventillo mugriento y fulero, / con un canfinflero / te espiantaste vos, / abandonando a tus pobres viejos / que siempre te daban / consejos de Dios…
¿La verdad? Un espanto. La falta de referencias a la fecha patria convence de que la letra nació cuando aún Padula no había decidido el título de su tango, o sea antes de 1916.
Paciencia, lector, porque los líos siguieron.
Con dudas del autor, que no se pronunció, Eugenio Cárdenas igual creó otra letra —la única que tiene en cuenta al día de la independencia— y 9 de julio fue grabado con un estribillo cantado por Teófilo Ibáñez, en 1931, por la Orquesta Brunswick. La primera versión en disco con la letra completa la hizo Osvaldo Tarantino, con la voz de Alberto Marino, en 1964.
—Brota, majestuoso, el Himno / de todo labio argentino. / Y las almas tremulantes de emoción, / a la patria solo saben bendecir…
Hasta que surgió Agustín Magaldi pretendiendo su grabación, aunque con versos distintos, que pidió a Lito Bayardo el mismo año, 1931. Padula no vaciló en ceder derechos que Cárdenas reclamaba, causando otra disputa jamás resuelta:
—Lejano 9 de julio / de una mañana divina, / mi corazón fiel siempre quiso cantar / y por el mundo poder peregrinar, / infatigable vagar de soñador…
Esta versión fue grabada también por Ernesto Famá y, años después, por Alberto Margal.
El alegre y complicado Padula se radicó en Buenos Aires, donde murió en 1945, luego de haber hecho Lunes, Brindemos compañero, Tucumán, Bicho feo y En tren de farra, entre otros tangos.
De todos estos enredos quedó una anécdota muy especial. Advierto al lector consecuente que tal vez la he contado antes y lo he olvidado. No importa. Vale la pena.
Cuando Magaldi ensayaba 9 de julio en casa de Bayardo, Gardel hizo una visita casual. Sorprendiendo a su colega, se colocó detrás y de pronto comenzó a hacer la segunda voz; tras la sorpresa, terminaron juntos el ensayo.
Fue la única vez que Gardel y Magaldi cantaron a dúo, aunque fuese en tales circunstancias.