343 putas

343 putas

La columna de Mercedes Rosende

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Nº 2120 - 29 de Abril al 5 de Mayo de 2021

Fue hace 50 años, fue un hito en la historia del feminismo. Francia venía de pasar su famoso mayo del 68: eran tiempos de Pompidou, de socialismo, eran tiempos de cambiar el mundo, y un viento de libertad sacudía el país. Pero el 68 fue de los hombres, la libertad y los cambios fueron exclusivamente masculinos, y las mujeres seguían sin ser dueñas ni de su propio cuerpo.

El Movimiento de Liberación de las Mujeres (MLF), que buscaba extender el mayo francés al territorio femenino, se había hecho conocer en 1970 al poner una corona de flores en la tumba del Soldado Desconocido. “Si hay alguien más desconocido que el soldado desconocido”, se leía sobre las flores, “es su mujer”.

El 5 de abril de 1971, 343 mujeres célebres y anónimas, apuntaladas por el mencionado MDF, firman un manifiesto en el que declaran haber cometido un delito, confiesan haber abortado, y reclaman la legalización de la interrupción del embarazo. Ellas son Simone de Beauvoir, Catherine Deneuve, Marguerite Duras, Françoise Fabian, Brigitte Fontaine, Gisèle Halimi, Bernadette Lafont, Jeanne Moreau, Bulle Ogier, Marie-France Pisier, Yvette Roudy, Françoise Sagan, Nadine Trintignant, Agnès Varda, entre otras. Famosas, admiradas, toman una posición política codo a codo con las otras, las desconocidas.

“Un millón de mujeres abortan cada año en Francia. Declaro ser una de ellas. Declaro haber abortado”, dicen las 343, y el manifiesto lo publica el semanario Le Nouvel Observateur. Un millón de abortos, un millón de delitos al año. Intervenciones clandestinas: en la mesa del comedor de un estudiante de medicina, en la trastienda de una farmacia, en la cocina de una casa particular, siempre entre gallos y medianoches. Todavía no son tiempos de misoprostol, y los instrumentos utilizados pueden ser agujas de tejer, sondas, perchas, tallos de perejil. “Se utiliza todo lo que pincha, perfora, escupe, golpea”, explica Xaviere Gauthier en el número especial del semanario. Una potencial carnicería que mata a 5.000 mujeres cada año. Las más afortunadas, las que tienen dinero, viajan a Inglaterra o a Suiza o a los Países Bajos. Como siempre sucede.

Aquel gesto mediático de la publicación cayó cual rayo fulminante sobre la opinión pública francesa. El texto, escrito por la escritora, filósofa y feminista Simone de Beauvoir, patrocinado por el referido Movimiento de Liberación de las Mujeres, es hoy un paradigma de la desobediencia civil: desafiaban al gobierno a inculparlas. Las firmantes arriesgaban ser juzgadas por un delito pasible de prisión y, aunque la sangre no llegó al río, aunque no sufrieron el peso de la justicia de los tribunales, sí padecieron la condena social, el juicio familiar, laboral o religioso, y muchas de ellas soportarían de por vida las consecuencias de haber dado la cara para denunciar esa realidad.

El 5 de abril de 1971 es la primera vez que se habla del aborto como una liberación, y no es difícil imaginar el cataclismo. Le Nouvel Observateur queda sepultado por las cartas de los lectores, la Radio Vaticano asegura que Francia está “en el camino del genocidio y de los hornos crematorios”, y Marguerite Duras, una de las más reconocidas firmantes, recibe un paquete lleno de mierda.

Hélène Argelliès fue una de las 343. La arquitecta recuerda muy bien la palabra salope, zorra, perra o golfa en las versiones suavizadas de la prensa en español, aunque para el diccionario Larousse la traducción es única y simplemente “puta”. El término fue reproducido una y otra y otra vez en los medios del momento, repetido y difundido con toda su carga estigmatizante. “Era la época de los dinosaurios”, dice Hélène, “y cuando busco mi nombre en Internet lo primero que veo es la palabra salope”.

Es claro que el texto original de Beauvoir jamás las menciona de esa forma. ¿Cómo es entonces que el hecho pasa a la historia como El manifiesto de las 343 putas? El semanario Charlie Hebdo las bautiza así en un titular humorístico: El manifiesto de las 343 putas. Habría que aclarar que la famosa tapa, insultante si se saca del contexto, no pretende ridiculizar a las firmantes, sino burlarse de los conservadores de la época. De todas formas, el titular levanta polvareda en todos los ámbitos. “No acepto la palabra puta”, dice hoy Claudine Monteil, una de las impulsoras del manifiesto y cercana a Simone de Beauvoir. “Obviamente, sabíamos que Charlie Hebdo hacía humor, pero en los hechos esa es la única realidad que permanece al día de hoy, y el término puta sigue siendo muy insultante”. Sin embargo, algunas confiesan que el nombre contribuyó al éxito mediático y a la difusión del contenido del manifiesto.

Más allá del nombre el movimiento buscó quebrar el silencio, terminar con el tabú en torno al tema del aborto, y en los hechos provocó una ola que ya no se detendría: hizo que la sociedad hablara, logró que los políticos (todos hombres, entonces) enfrentaran el hecho de que miles de mujeres morían en intervenciones ilegales. Finalmente, en 1975, desencadenó la promulgación de la que fue conocida como la Ley Veil de interrupción voluntaria del embarazo.

Ellas ganaron. La discusión quedó instalada, no solo en Francia, sino en el mundo: Austria y Vietnam (1975), Cabo Verde y Grecia (1986), Albania y Guyana (1995), Santo Tomé y Uruguay (2012) son ejemplos tomados al azar de países que hoy contemplan la interrupción del embarazo. Ellas ganaron, decía, pero medio siglo después la lucha sigue en pie: sobre un total de 193 países solo 60 tienen legislaciones que admiten alguna forma de aborto legal. Y 700 millones de mujeres en edad reproductiva viven bajo leyes restrictivas, aguardando aquel viento de libertad, a la espera de que les llegue también a ellas su mayo francés.