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    Actuar contra viento y marea

    Luego de protagonizar Clever y Welkom, Hugo Piccinini estrenó Socavón, su primer unipersonal teatral

    Delgado, nariz prominente, importante calvicie, barba roja tupida, mirada inquietante. Este actor montevideano de 39 años que bien podría ser alguno de los guerreros de Game of Thrones, sacó provecho de su buena condición física para entregar uno de los mejores personajes que ha dado el cine uruguayo: Clever Pacini, el padre divorciado y amante de las artes marciales que da una vuelta de tuerca a su pobre existencia tuneando su Chevette en un pueblo perdido. El protagónico de Clever, la segunda película de sus amigos Federico Borgia y Guillermo Madeiro, puso en órbita el rostro de Hugo Piccinini, un intérprete que hizo sus primeras armas en el teatro a comienzos de esta década, en tres comedias escritas y dirigidas por Leo Maslíah: El último dictador y la primera dama, Bulimia y El ratón. En la primera, Piccinini se reveló como un notable actor de comedia, y en Clever y su siguiente trabajo cinematográfico, Welkom (thriller con algo de noir de Rodrigo Spagnuolo y Lucía Fernández), demostró que además de hacer reír también sabe nadar en las aguas turbias del drama. El fin de semana pasado estrenó el primer unipersonal de su carrera, Socavón (viernes a las 23 en La Gringa), del argentino Luis Cano, sobre el asesinato de una mujer, aparentemente a manos de su marido: “Un hombre compra un cuchillo. La capacidad de concentración disminuida. La inteligencia nublada. Incoherente. No sabe si el asesinato de su esposa fue real. No sabe si está muerta. No sabe cómo llegó. No sabe si fue él”. Con voz grave y segura, este hombre que cursó varios años de Medicina, estudió guitarra, bajo y fagot y ya de grande decidió ser actor de cine y teatro, contó a Búsqueda su camino hasta aquí.

    “Domenico Carpechione, el director de la obra, incorporó muchas propuestas mías y en los ensayos se fue creando el personaje entre los dos. El juego de luces, proyecciones y elementos en escena como el agua nos ayudaron a crear un universo con muy poco”. El mismo director hizo el año pasado Niña con cara de jirafa, el monólogo de una mujer que había sido una de las niñas con quien Lewis Carroll jugaba en su juventud, antes de escribir Alicia. “Me gustó mucho ese trabajo y me empujó a aceptar la propuesta de su compañía Cronopios Teatro. El viernes pasado estuve solo en escena por primera vez y ya es una noche inolvidable en mi vida”.

    Desde 2003, Piccinini actúa frente a cámaras, la mayor parte en títulos de escasa repercusión. Fue repartidor de pizza y sanitario, entre otros roles, en decenas de cortos de estudiantes de cine, como Machine Stop (2003), El último globo (2006), Demasiada agua (2012) y La duna (2015). Hizo un papel menor en Joya (Gabriel Bossio, 2008), luego fue bicicletero en Nunchaku, ópera prima de la dupla Borgia-Madeiro, limpiavidrios en 23 segundos, de Dimitri Rudakov, hizo un rol de reparto en Mr. Kaplan, de Álvaro Brechner, hasta que le llegaron sus dos protagónicos, Clever y Welkom. El año pasado apareció en una breve escena en la argentino-brasileña Era el cielo y tuvo un rol destacado en un capítulo de la segunda temporada de la serie El hipnotizador, de HBO: un marinero experimentado, a bordo de un barco en el que también estaban Antonio Osta, el forzudo con el que hizo una dupla entrañable en Clever, Darío Grandinetti, Leonardo Sbaraglia, Alfonso Tort y Daniel Hendler. “El cine uruguayo está en pañales, estamos experimentando. Para mí, el Uruguay está en pañales en todo, sigue siendo una tierra de oportunidades. Lo que falta es público, nada más. El cine simplemente necesita continuidad para que se vayan corrigiendo los errores y puliendo las virtudes. Y cuando tenés 15 películas por año empezás a aprender de los errores de los otros”. Su visión del medio audiovisual uruguayo es moderadamente optimista: “Está buenísimo que aparezcan películas bien diferentes entre sí, como Clever y Los modernos, por ejemplo. En la variedad está el camino”.

    Creció en Pocitos en un hogar de clase media-alta, hijo de un ingeniero industrial y un ama de casa, en una familia de inmigrantes italianos por ambas vías, que se dedicaron a la yesería y son responsables de los relieves de muchas fachadas montevideanas, las clásicas casas estilo italiano. “Mi abuelo luchó en la I Guerra Mundial, llegó a ser uno de los primeros submarinistas italianos, se salvó raspando de morir. Después se hizo socialista y luego de la II Guerra se tuvo que rajar porque si no, lo mataban. Su hermano, que era fascista, le avisó que lo estaban buscando, así que mi abuelo dijo por carta que se iba a Japón y se vino para acá”, cuenta con los ojos encendidos este ex alumno de la Scuola Italiana, que habla perfecto la lengua del Dante y conoce al menos media docena de maneras de cocinar la polenta.

    “Siempre me habían dicho que tenía histrionismo, que era desenvuelto en público. Era el payaso de la fiesta y lo disfrutaba”. Después de dejar la facultad de Medicina continuó sus estudios de música, con especialización en fagot, durante cinco años, en la EUM y la Escuela Municipal de Música. “Algunos dicen que el fagot es el payaso de la orquesta. Está en todos los dibujos animados. Por eso iba bien conmigo”.

    De niño había hecho algo de teatro: “No me gustaba lo que me indicaban hacer y las obras eran muy aparatosas”. Siempre le había gustado mucho más el cine, y un buen día su amigo Fede Borgia, uno de los directores de Clever, quien había sido su compañero de clase en la Scuola (“éramos la mafia, por eso nos terminaron rajando”), lo animó a hacer un curso con Gabriel Pérez, uno de los referentes uruguayos en la docencia de actuación ante cámaras. “Veía que los vicios que tenían los actores de teatro no se los sacaban ante una cámara. Y esa sobreactuación del cine venía del teatro y de una dirección que aún estaba verde. Hoy eso ha cambiado mucho, gracias a la práctica”, entiende.

    Su rechazo por el teatro se terminó una noche de 2007 cuando vio Gatomaquia, el poema de Lope de Vega que adaptó al teatro Héctor Manuel Vidal. “Me arrancó las chapas, fue una revelación. Allí había teatro, cine, danza, títeres, ópera, animación de objetos. Un disparate, un trabajo físico de la gran puta. Ahí me dije: ‘Ah, pero esto está bueno, quiero esto’”. Luego de superar el trance de la muerte de su padre (se tuvo que encargar de su empresa), a los 31 años se inscribió en el Instituto de Actuación de Montevideo, donde se formó como actor de teatro y cine.

    En paralelo, con Borgia y Madeiro, Piccinini formó parte de un equipo de estudiantes de instituciones como la Ucudal y la ECU, que acumuló varios cientos de horas de vuelo, hasta llegar a Clever. Esta especie de “banda de cine” fue para todos ellos una escuela que les permitió aprender sobre la marcha, y luego fue la base de producción del filme, a la que se sumaron profesionales. “En Clever hubo una gran conexión entre esas dos generaciones, y creo que por eso resultó tan sólida, no hace agua por ningún lado. Fue un trabajo muy serio, escrito y concebido durante varios años, en todos los rubros”. El actor cumplió con una preparación física de ocho meses para el personaje, con varias horas de gimnasio diarias, que le hicieron ganar varios kilos de puro músculo, algo sin precedentes en el cine uruguayo. “No sé si alguien lo hizo antes: para mí fue un eslabón más de una película muy bien planificada”. 

    Una de sus metas a futuro es probar suerte en Argentina y, como en todos los caminos que ha emprendido, se tiene mucha fe. “Quiero laburar todo lo que pueda y recibir una retribución digna por eso, y estoy trabajando para lograrlo y me siento con energía para hacerlo. Este es un trabajo en el que tenés que convivir con la frustración, con el cansancio y con las opiniones de todo el mundo y aprender a vivirlo de un modo sano y a disfrutarlo. Tengo cuerda para rato”.