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    Alegoría de lo imposible

    Son tres uruguayos que vienen de diferentes momentos. Tres mundos condensados en tres actores. Jorge Esmoris es Américo, hombre de trabajo forjado en la primera mitad del siglo XX, fiel representante de esa entelequia dada en llamar Suiza de América; Jorge Temponi encarna a Ferrón, un hijo del país entrando en crisis de los años 50 y 60, ideologizado y apasionado, fiel representante de esa otra entelequia dada en llamar el hombre nuevo, y Néstor Guzzini compone a Lucien, el más contemporáneo, mezcla de los otros dos, fiel representante de esa ent… vaya uno a saber. La obra se llama Recuerdos de Niza, se estrena hoy jueves 26 y va hasta el domingo 29 a las 21 en el Auditorio Vaz Ferreira (repone del 17 al 19 de setiembre). Y es una nueva muestra de ese característico absurdo criollo que su creador cultiva desde hace más de 40 años. “Más o menos uno siempre se mueve por el mismo terreno, con variaciones”, dijo Jorge Esmoris, consultado por Búsqueda —pocas horas antes de iniciar los ensayos generales— sobre este nuevo espectáculo, escrito a cuatro manos entre el experiente hombre de tablas y Federico Silva, actor y guionista que integra el grupo de humor Pocas Nueces y anteriormente libretista de la murga La Mojigata.

    Esmoris no es un hiperactivo del escenario. Se toma su tiempo entre sus trabajos. No concibe ese frenesí en el que viven algunos actores o directores que trabajan en dos o tres puestas en simultáneo. Este título tan enigmático como sugerente es el primero que escribe, dirige y protagoniza en los últimos cinco años (en el medio solo actuó en la comedia El secuestro).

    Ya sea en el carnaval, con su Antimurga BCG, fuera del carnaval, con su sucesora Compañía Teatral BCG, en solitario o en algún bizarro tour de force como hacer actuar al principal presentador de espectáculos de la TV, Esmoris siempre se ha empeñado, como buen Quijote de las tablas, en mezclar el mundo y la aldea, el pasado y el presente, la comedia y la tragedia, el humor popular y el existencialismo de raíz intelectual, los libros y el tablado, Nietzsche y la Troupe Ateniense, la Biblia y el calefón.  “Estos tres tipos construyen un carro alegórico inspirado en los viejos carros de carnaval, en un lugar enigmático, fuera del tiempo convencional, pero que paradójicamente está encerrado en él”, contó Esmoris.

    El título Recuerdos de Niza es lo suficientemente abstracto como para generar la necesaria extrañeza que suelen tener las creaciones de Esmoris, siempre en las antípodas del naturalismo y del realismo. Uno se pregunta de qué irá esto. Y su respuesta apunta de lleno al plano filosófico y netamente simbólico, tal como lo ha plasmado en montajes como We Are Fantastic (2003), La Divina Comedia Humana (2011) y Polvo de estrellas (2013): “En el espacio donde se encuentran estos tres confluyen el adentro y el afuera, la libertad y el encierro, el pasado y el futuro. Deambulan en jornadas en las que no se sabe si el tiempo pasa, se frena o ni siquiera llega a pasar”.

    El autor define la construcción del carro como “una alegoría”, una metáfora de la vida, sueños y frustraciones de estos seres, representadas en las propias piezas de ese vehículo de gran porte. “El carro es una ilusión, algo que probablemente no existe”, explica. La inspiración concreta le llegó cuando investigó la peripecia de Alejandro Pietromarchi, un popular constructor de carros alegóricos italiano que se inició en los carnavales de Niza, ciudad francesa situada en la Costa Azul, que luego se radicó en Buenos Aires y vivió en Montevideo entre los años 20 y 50, época en la que se transformó en un reconocido diseñador y pintor carnavalero.

    Sin moralejas

    El tiempo en el que transcurre esta historia es para Jorge Temponi “de características confusas, como estos tiempos de pandemia”. El polifacético actor que se daba a conocer 20 años atrás como Javi en 25 Watts y que ha desarrollado su carrera entre la actuación (en cine y teatro) y el periodismo (en televisión, radio y la publicación del libro biográfico Cabrera según Fernando), “por más que la obra no habla de ninguna pandemia ni se regodea en ningún tipo de encierro ni los personajes usen tapaboca, habla claramente de estos tiempos, de lo que sabemos y lo que no sabemos, de cómo creemos que sabemos y la realidad nos abofetea; todo con mucho humor, de punta a punta, un absurdo de hoy, muy montevideano”.

    Así describe este tríptico de personajes que integra con Guzzini y Esmoris: “En la convivencia, los choques, los encuentros y los delirios entre los tres, entre la acción y la palabra, se va conformando la obra; Esmoris y Silva se permiten tanto hacer reír como poetizar y filosofar con mucha humanidad. Entonces podemos quedarnos solo con la risa surgida de estas situaciones o ir un poco más allá, porque esta obra dice un montón de cosas, sin tener, por supuesto, moralejas edificantes y explícitas; es arte, muy divertida y muy teatral a la vez”.

    Fuera de concurso

    Esmoris hilvana su alegoría con la de un Platón de tablado y menciona una “teoría del eterno retorno en reposera y chancletas” para terminar en su tema de todas las horas: la identidad uruguaya a través del tiempo. A lo largo de su obra, el Flaco reivindica el carnaval como un espacio de libertad, como una expresión que ensancha los límites estéticos y artísticos. En los últimos 20 años ha enfatizado en separarla del concurso y los desfiles tradicionales que se celebran cada febrero en Uruguay. Sostiene que las razones por las que la BCG se retiró de la competencia carnavalera siguen tan vigentes como 20 años atrás, cuando el conjunto por él liderado tomó esa llamativa e inusual decisión.

    Durante todo este tiempo el teatro le permitió, y le sigue permitiendo, expresarse sin apegarse a los estándares que el concurso oficial de agrupaciones carnavaleras impone a sus participantes. En esta historia mínima, “el carnaval es el contexto y el pretexto, con la dimensión satírica, grotesca y delirante bien acentuada”. Incluso se aprecia un dejo de nihilismo en este punto de vista, un aroma a Esperando a Godot o a La cantante calva, cuando habla de Recuerdos de Niza como “una historia que vuelve como un recuerdo de la nada, para reafirmar la identidad o la ausencia de ella”.