N° 2008 - 14 al 20 de Febrero de 2019
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáRecién concluida la participación de la Selección Sub-20 en el Sudamericano de Chile, procede analizar su desempeño en el torneo, a la luz de las expectativas que se habían hecho al respecto, las que ?como escribí en una columna anterior? contemplaban un abanico de posibilidades, estrechamente conectadas entre sí. Una primera era la obtención del título en disputa, revalidando el logrado en la edición anterior. Otra era ubicarse entre los tres primeros, lo que le clasificaba a los próximos Juegos Panamericanos de Lima, también en este caso defendiendo su actual título de campeón. Y la tercera era quedar entre los cuatro mejores del certamen, lo que significaba sellar el pasaporte para disputar el Mundial de esa categoría, a disputarse en Polonia en apenas unos meses. Eran pues tres las metas posibles y ?según pudo luego observarse? todas ellas perfectamente al alcance de este grupo de jóvenes promesas, conducido por el experiente Fabián Coito. Empero solo pudieron alcanzarse las dos últimas, frustrándose la concreción del ansiado bicampeonato.
A dos fechas de la culminación del torneo, Uruguay lideraba el hexagonal final y alentaba la firme posibilidad de ser campeón y de colmar, de paso, las restantes expectativas. Pero al perder ante Argentina (al igual que en la serie inicial), la obtención del título ?lo que podría considerarse el objetivo primario? se vio seriamente comprometida, pues no solo debía vencer a su futuro rival Colombia, sino que pasaba a depender de los resultados de los otros dos partidos, que se disputaban en esa última y decisiva jornada.
El rival parecía accesible y perfectamente al alcance de las posibilidades de nuestro equipo. Asimismo fue mayúsculo el empeño de la oncena celeste, desde el arranque mismo del partido, yéndose al ataque procurando lograr esa ansiada victoria, incluso con algunos pasajes de buen fútbol. Sin embargo ?tal como había venido ocurriendo en otros partidos anteriores? la falta de un hombre de área en buen nivel impidió cristalizar varias claras chances de gol, ni siquiera en el lapso de casi 20 minutos en que nuestro equipo estuvo en ventaja numérica por la expulsión de un defensa colombiano (quizás hasta pueda reprochársele a Coito no haber apelado entonces a alguna variante, para usufructuar de mejor manera esa favorable circunstancia).
Lo cierto es que, pese a que el empate final liquidó la posibilidad de retener el título, los restantes resultados de esa misma jornada dejaron a nuestra selección en el tercer puesto de la tabla, lo que conllevó la consecución de los otros dos objetivos prefijados. A nadie puede ocultársele la importancia de acceder, por séptima vez consecutiva, a un Mundial Sub-20 ?el evento de mayor jerarquía después del de mayores? un logro que muy pocas selecciones del mundo pueden ostentar (así esta vez no pudo clasificar una potencia mundial como Brasil, ni tampoco Inglaterra y Venezuela, precisamente los finalistas de la última edición de ese torneo). Asimismo ?aunque quizás un escalón más abajo en el orden de prioridades? no es poca cosa haber adquirido, paralelamente, el derecho de defender el título de actual Campeón Panamericano. Pero si esto es así, las caras de bronca y desazón de los chiquilines celestes, apenas terminado el partido ante Colombia, son muestras inequívocas de que la máxima aspiración de todos ellos era la obtención del campeonato, que finalmente se llevó Ecuador. Y es muy probable que también sea esa la sensación de buena parte de nuestra afición.
Estamos convencidos de que el equipo de Fabián Coito bien pudo conseguir este objetivo. Sin embargo, en un balance general, su actuación tuvo profundos altibajos y casi nunca logró mostrar el nivel que se esperaba. Más aún cuando en la presente oportunidad se verificó la inédita circunstancia de contar con el aporte de un núcleo grande de futbolistas que ya están militando en importantes equipos del exterior. Sin embargo, quizás porque ellos no llegaron con un rodaje suficiente en sus clubes actuales, pese al esfuerzo, su aporte no fue relevante, salvo el de Schiappacasse, y en un escalón inferior, los del golero Rodríguez, Sanabria y García. En rigor, quienes mejor rindieron fueron los provenientes de equipos del medio, con un especialísimo destaque para quien resultó la mejor figura, el volante negriazul Nicolás Acevedo, y el bohemio Maximiliano Araújo.
Llamativamente, tampoco exhibió esta selección la habitual línea de juego de los equipos dirigidos por Fabián Coito, caracterizada por el buen ensamble colectivo y un prolijo e incisivo manejo del balón. Y cuando en algunos partidos se notó una mejoría en esos rubros, apareció la ya mentada incapacidad para capitalizar muchas situaciones de gol, que hubieran bastado para llegar mejor posicionados a la definición del certamen (sin que hoy resulte válido cuestionar el criterio del técnico al optar por los delanteros que integraban el plantel). El rendimiento del equipo fue muy irregular, alternando derrotas con victorias en las dos fases del certamen y variando las integraciones de un partido a otro, a fin de poder lograr el rendimiento que se esperaba. Aun así, nos quedó la impresión de que, como expresión futbolística, nuestra selección no estuvo por debajo de aquellas que finalmente la superaron en puntaje, quizás con la única excepción de Argentina, que la venció en las dos oportunidades en que se enfrentaron. Paridad de fuerzas que salta también a la vista por el hecho singular de que, entre los vencidos por Uruguay (en la serie clasificatoria y también en la fase final) está el mismísimo campeón Ecuador.
De todos modos, si es explicable esta decepción por no haber podido retener el título en juego, bueno es recordar que durante casi una treintena de años, la posibilidad de salir campeón se nos había venido negando sistemáticamente, pese a haber montado casi siempre formaciones bien dotadas futbolísticamente. Tampoco puede menoscabarse el hecho de haber logrado clasificar a los dos eventos de mayor jerarquía del fútbol juvenil. Más aún cuando sobre esta misma base, y con las incorporaciones o ajustes que se consideren necesarios para reforzar sus puntos débiles ?y, si ello fuera posible, manteniendo el actual equipo técnico? pueden darse las condiciones para que Uruguay pueda presentar un equipo apto para lograr lo que hasta ahora no hemos podido conseguir, que es un título mundial en esta rama juvenil (como ya lo han podido hacer nuestros vecinos Argentina y Brasil).
Dicho lo que antecede, no se debe olvidar que probablemente el mayor objetivo de esta y también de las anteriores selecciones juveniles (y nuestra historia así lo demuestra) sea el de servir de inagotable semillero para la indispensable renovación de nuestra selección mayor. Tanto que, en muy buena medida, los éxitos de esta a lo largo del denominado “proceso Tabárez” están íntimamente ligados al previo pasaje de sus principales figuras por las distintas formaciones juveniles.