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“La gente no se enamoraría nunca si no hubiera oído hablar del amor”. Esta frase la escribió en el siglo XVII el aristócrata francés Françoise de la Rochefaucauld, y en el siglo XXI el escritor norteamericano Jeffrey Eugenides (Detroit, 1960) le encontró una renovada vigencia, tanto, que la usó para encabezar La trama nupcial (Anagrama, 2013), su última novela. Sobre el amor real y el literario, sobre las relaciones sentimentales y sexuales y sobre las teorías intelectuales que las rodean, trata esta historia ambientada en los primeros años de la década de los 80.
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El nombre de Eugenides comenzó a sonar en el ambiente literario cuando en 1993 publicó su primera novela “Las vírgenes suicidas”, llevada al cine por Sofía Coppola en 1999. El público que leyó aquella historia se quedó con ganas de más Eugenides, pero el escritor se tomó su tiempo. Recién en 2002 reapareció con “Middlesex” (Premio Pulitzer 2003), sobre la vida de un hermafrodita, y nuevamente demostró toda su potencia literaria. Ahora con La trama nupcial, publicada en el 2011 y recientemente traducida al español, el escritor se enfoca en la vida amorosa de tres estudiantes de la Universidad de Brown: Madeleine, Mitchell y Leonard.
La historia tiene mucho de la vida de Eugenides, quien se licenció en Brown en la misma época en la que ubica a sus protagonistas. En la actualidad, el escritor enseña en Princeton y, al parecer, el campus universitario le dio motivos de sobra para escribir su novela. De su propia experiencia surge la mirada irónica que Madeleine tiene hacia los pensadores franceses que en los 80 se habían apoderado de las cátedras con sus teorías posmodernas, entre ellos Lyotard, Foucault, Barthes y Derrida.
Lejos de estos autores, Madeleine es una joven romántica interesada en las novelas de Jane Austen y George Eliot, por eso se inscribe en el curso “La trama nupcial” y se dedica al estudio de novelas del siglo XIX. Según el profesor anticuado que lo dicta, “la novela había alcanzado su apogeo con la trama nupcial y nunca se había recuperado de su desaparición. En los días en que el éxito en la vida dependía del matrimonio, y el matrimonio dependía del dinero, los novelistas dispusieron de un tema sobre el que escribir. Las grandes epopeyas cantaban la guerra; la novela, el matrimonio”.
Eugenides intercala citas literarias que hablan sobre el amor, con las vivencias de Madeleine a partir de su relación con Leonard, un estudiante de biología que padece un trastorno bipolar, y con Mitchell, un joven atraído por la espiritualidad religiosa que terminará emprendiendo un viaje hacia la India. Si bien los estudiantes nunca constituirán un trío amoroso, Madeleine tendrá vaivenes sentimentales entre uno y otro.
“La universidad no era como el mundo real. En el mundo real la gente mencionaba nombres en razón de su celebridad. En la universidad, se mencionaban nombres en razón de su oscuridad”, piensa Madeleine cuando siente que los demás jóvenes leen a autores incomprensibles.
La protagonista decide conocer de cerca ese tipo de literatura y se matricula en Semiología 211, un curso en el que todos “tenían un aire tan espectral que el natural aspecto saludable de Madeleine resultaba sospechoso —algo así como un voto a Reagan—”, y los autores que se estudiaban usaban una terminología oscura, hablaban de “deconstrucción” con “tantas oraciones que rizaban el rizo”.
Hay que agradecer que Eugenides no se haya quedado solo en el análisis del discurso universitario y que su novela tenga una trama que incluye fiestas estudiantiles, en las que actores hacían sus performances con insultos y agresiones a los invitados, conflictos entre padres e hijos, una ciudad de Detroit en la que apenas había peatones y por eso “no era una ciudad de taxis” y mucha ironía sobre las teorías feministas vigentes en la época: “Cualquier cosa de diseño grande o grandioso, cualquier novela larga, gran escultura o edificio altísimo se convertía —en opinión de las mujeres— en manifestaciones de la inseguridad masculina generada por el tamaño del pene”, piensa Mitchell cuando se encuentra en París con una insufrible representante de ese movimiento.
Es indudable que Eugenides es un gran narrador y La trama nupcial tiene momentos de calidad literaria y profundidad en la creación de los personajes. Pero el escritor parece haber querido plantear varios temas que le quedaron en el tintero y dedica mucho espacio, en sus extensas 500 páginas, a las discusiones sobre autores y teorías. Incluso las vivencias del amor aparecen unidas a la cita de un libro o a reflexiones cerebrales: “El discurso del amante es hoy de una soledad extrema”, lee Madeleine en un libro de Barthes, y eso la hace pensar sobre la soledad física y la que está en la cabeza, “el más solitario de los lugares”.
Entonces, cuando la literatura se vuelve asunto literario, La trama nupcial gana en sabiduría, pero pierde en fuerza narrativa. Ese equilibrio lo tenían las primeras novelas del escritor. Allí hay que buscar al mejor Eugenides.