Estuvo de paso en Montevideo, con los minutos contados para reunirse con integrantes de la Cámara del Libro, con el ministro de Educación y Cultura Ricardo Ehrlich y con la intendenta de Montevideo Ana Olivera. Entre viajes de avión y siempre entre libros transcurre la vida de Marisol Schulz, quien desde el 2013 es la directora de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, la mayor exposición del libro del mundo hispano. En nueve días, pasan por la FIL cerca de 750.000 visitantes y 20.000 profesionales del libro de 23 países. Bibliotecarios, libreros, traductores, ilustradores y editores participan en los más de sesenta foros que se ofrecen, porque “todo el mundo vinculado al libro quiere estar”, dice la directora. Durante esos nueve días, Guadalajara se transforma en una verdadera fiesta y toda la ciudad celebra al libro. Egresada de Historia de la UNAM, editora de Alfaguara durante 17 años y amiga personal de escritores como Carlos Fuentes o José Saramago, Schulz es también la directora de Léala, la Feria del Libro en Español de Los Ángeles, una ciudad que tiene 12 millones de hispanos. “Es una feria de las emociones”, explica, porque en ella los hispanos tienen contacto con el libro en español que es difícil conseguir en la ciudad. “Es un evento de reivindicación de una cultura y la gente lo vive con mucha emoción porque es el momento para enseñarles a los hijos y nietos lo que es la cultura hispana”. Antes de tomarse otro avión rumbo a la Feria del Libro en Buenos Aires, Schulz mantuvo la siguiente entrevista con Búsqueda.
—Tiene un componente profesional y académico muy fuerte, pero la feria se hace en toda la ciudad. Cada año se define un país invitado de honor y la parte cultural y literaria gira en torno a ese país, que viene con una delegación amplia. No solo implica llevar autores, traductores y profesionales de la palabra, sino también a otros creadores culturales. Se hacen, por ejemplo, exposiciones de arte en la zona metropolitana. No hay una sola persona en Guadalajara que no esté esperando la llegada de la feria. La población se la ha apropiado y eso la diferencia de otras, como la de Francfort, que es más profesional. Esto ha ocurrido paulatinamente en 28 años, no fue de la noche a la mañana. Es una historia de éxito y de continuidad.
—Fui directora durante 17 años en Alfaguara de México y llevo 40 años como editora, así que toda mi vida he trabajado con libros. Desde siempre estuve en la feria de Guadalajara. Fui primero invitada como editora universitaria cuando era muy joven, y luego año tras año cuando estuve en Alfaguara. Llevé autores de mucho renombre y comenzaba a trabajar para la feria por lo menos seis meses antes. Cuando me nombraron en la terna como posible directora, ya sabía lo que era, dije que sí porque entendí que podía asumir ese compromiso.
—Le tocó asumir en un momento difícil porque en 2012 el Premio FIL de Literatura que otorga la feria fue para Alfredo Bryce Echenique, acusado de varios plagios. ¿Afectó en algo el funcionamiento de la edición 2013?
—Fue un momento de mala prensa para la feria. Pero en verdad todo funcionó como si nada hubiera ocurrido porque ese tema era uno entre las tres mil actividades que se organizan cada año. El público en general ni se enteró o no le importó. Era más bien un asunto de prensa y del mundo literario. Claro que fue fuerte e importante, porque el premio a Bryce Echenique fue la decisión de un jurado que actuó libremente. Lo que hizo el comité organizador fue respetar la decisión de un jurado, algo que yo compartí. La decisión tuvo varios bemoles y fue una situación desagradable, pero hubo 20 ediciones del premio y un bache no estropea toda una trayectoria. Algunos decían que después del premio a Echenique se debía terminar la feria. Yo del otro lado lo veía como algo exagerado, de una falta total de sentido. Ese año tuvimos otra situación para mí de mayor peso y fue la muerte de Carlos Fuentes, un escritor muy cercano a la feria, que apoyaba económicamente la cátedra Julio Cortázar de la Universidad. Fue un momento muy duro porque había que hacerle un gran homenaje. Cuando murió yo estaba en Los Ángeles y al llegar a la feria me di cuenta de cuánto se sentía su ausencia. Su muerte opacó el problema con el premio.
—Editó a Fuentes, a José Saramago, a Mario Vargas Llosa, a Mario Benedetti, a Arturo Pérez Reverte. ¿Es difícil editar a escritores consagrados?
—Sí, a todos ellos los edité, pero con algunas diferencias. Con Vargas Llosa y Pérez Reverte fui publisher, es decir, los acompañaba cuando se publicaba su obra en México. Pero con Carlos Fuentes hacía editing, me sentaba a trabajar con él durante horas. Tuve un vínculo muy cercano, te puedo decir que casi de paternalismo de él hacia mí. Con Benedetti fue todo a distancia, solo una vez tuvo una objeción porque la portada del libro llevaba los colores de su equipo contrario. No recuerdo cuál era su equipo, pero estaba indignado. Creo que la portada era amarilla (Benedetti era de Nacional). Editar a esas grandes personalidades es una enorme responsabilidad. A Fuentes al principio le decía “maestro”, luego lo empecé a tutear y le decía con gran respeto: “Esta coma no va aquí, este término no está bien usado”. El se reía mucho y me decía, “está bien Marisol, hazlo como quieras”. El gran escritor tiene mucho menos miedo del corrector o del editor. A veces es más fácil trabajar con los consagrados que con los que recién comienzan porque piensan que escribieron su obra maestra y no dejan que les toquen nada. Sienten que les estás interviniendo su obra, cuando en realidad lo que haces es cuidarles la espalda, que ese es el papel del editor.
—Para la edición literaria hay que tener un gran olfato, saber que ese manuscrito que se tiene enfrente es valioso. A García Márquez le rechazaron “La hojarasca” y le dijeron que no tenía futuro como novelista.
—El buen editor tiene una gran intuición. Se da cuenta del grado de originalidad de las obras, de cuál escritor tiene una voz propia. El error con García Márquez fue decirle que no tenía futuro como novelista. Puedes rechazar una novela, pero no puedes invalidar a un autor, mucho menos destrozarlo. El rechazo puede venir porque tienes que elegir diez libros al año y te llegan mil. No hay editor en el mundo que publique todo lo que le llega. En mi carrera publiqué a muchos escritores de culto que sabía que no iban a vender más de mil ejemplares. Sí te puedes dar ese lujo, pero no todos los libros pueden ser así. Entonces hay que rechazar, pero hay que ver qué dices cuando lo rechazas, con qué fundamentos.
—¿Piensa que el camino hacia el libro digital es inexorable?
—El libro digital ya está instalado, pero creo que habrá una convivencia con el papel. Un libro de arte no se puede ver en un libro electrónico, y yo tampoco puedo leer poesía en un e-book. He bajado libros a mi Ipod, pero los que quiero conservar los tengo en papel. Le pregunto a todo el mundo, ¿y las dedicatorias dónde las vamos a tener?, ¿quién va a firmar una dedicatoria en un libro electrónico?
—Entonces no se imagina una Feria del Libro de Guadalajara solo con iPods y tablets.
—No, no la imagino. Aunque vi en una universidad una biblioteca completamente electrónica, y es horrible. Tiene un mostrador con unos cuantos libros de referencia y lo demás son computadoras y estantes con libros electrónicos. El lugar es bonito, pero frío. Creo que tendrían que coexistir en la biblioteca libros de papel para bien de los propios estudiantes.
—Se están formando grandes conglomerados del libro, como acaba de ocurrir con Penguin Random House, que compró la editorial Alfaguara. ¿De qué manera esto afecta al mundo editorial?
—No creo que lo afecte, sino que reacomoda el juego. Obviamente Penguin va a concentrar a grandes autores en solo dos sellos. Pero al mismo tiempo, en México y en Argentina han surgido muchas editoriales independientes que le están haciendo competencia a estas grandes casas editoriales. Estamos viviendo en esa dicotomía. Por un lado hay una gran concentración y por otro surgen como nunca esas editoriales con grandes apuestas literarias y que ya han tenido buena respuesta en el mercado.
—¿Y se pueden mantener?
—Sí, en México se han mantenido. Tenemos editoriales como Almadía o como Sexto Piso que surgieron en forma muy modesta. Pero el stand de Almadía en la feria de Guadalajara ha crecido y en Los Ángeles vendieron todo lo que llevaron, y no editan libros “fáciles” ni para un público general. Eso me gusta, cuando al pequeño le va bien, porque no quiere decir que le esté robando el mercado al grande, sino que está llegando a otro segmento de lectores.
—¿Qué novedades habrá en Guadalajara 2014?
—El país invitado de honor será Argentina. Es un año muy particular de homenajes y fallecimientos. No sé qué pasó en 1914, pero hay muchos centenarios: Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar, Octavio Paz, José Revueltas. También este año han fallecido grandes escritores: García Márquez, José Emilio Pacheco, Emmanuel Carballo, un gran crítico mexicano muy cercano a la feria. Todos tendrán su homenaje y algunos me preguntan si habrá lugar para los escritores vivos. Más allá de eso tendremos un encuentro de novela gráfica y un espacio para el libro electrónico. Al mismo tiempo ocurre la feria infantil y estamos programándola alrededor del absurdo, como un guiño hacia la obra de María Elena Walsh y el mundo del revés o del “non sens” de Lewis Carroll y de otros autores.
—¿Conoció a García Márquez?
—Sí, no fui gran amiga, pero siendo tan cercana a Carlos Fuentes sí lo conocí. Fue a mi casa cuando hice un cóctel y lo recuerdo muy simpático y dicharachero. Luego coincidí con él en el cumpleaños de la escritora Luisa Valenzuela en México DF, al que habían ido Álvaro Mutis, Fuentes y otros escritores. La verdad es que nos agarramos una borrachera divina, todos terminamos cantando. El otro día comentaba con Luisa cómo no tuvimos en ese momento una cámara. Es que en esa época nadie llevaba cámara ni celulares como ahora y nadie tomó foto de nada. Esas fiestas quedan solo en la memoria. Alguien tendría que escribir sobre todo eso.
—“La mayor parte del tiempo de mi vida la he dedicado a los libros de los otros”, dijo Italo Calvino. ¿Se identifica con esa frase? ¿Ha escrito su propio libro?
—Siento que he vivido lo mismo que Italo Calvino. He escrito muchos artículos y ensayos, pero no libros. Me han dicho que tengo que escribir mis memorias, pero ahora no quiero hacerlo. Creo que mis memorias editoriales afectarían a mucha gente a la que le tengo respeto y que son mis interlocutores. Tendré que esperar. No es que vaya a decir nada escandaloso, pero sé que no va a gustar.