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    Animales sueltos

    BoJack Horseman, animación para adultos de Netflix

    Un caballo antropomórfico de 50 años que reside en Los Ángeles, en una moderna casa con piscina sobre una colina en Hollywoo (antes conocido como Hollywood, antes conocido como Hollywoodland), consume la mayor parte de sus días bebiendo, drogándose, viendo grabaciones de Retozando (Horsin’ Around), una sitcom para toda la familia que lo tuvo como protagonista absoluto en la década de 1990 luciendo melena y suéter tipo Bill Cosby.

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    Quizás consciente de que le quedan menos años de vida que los vividos, temeroso ante la perspectiva de morirse solo, ensaya estrategias para tomar las riendas. Y ahí está, haciendo prácticamente lo mismo para lograr algo distinto. Tal vez, dentro de él vive un miedo terrible a probar lo que le queda —si es que le queda algo— del talento y del brillo de aquellas épocas.

    BoJack (Will Arnett) y Diane (Alison Brie)

    Así presentada, BoJack Horseman, cuyas tres primeras temporadas completas están disponibles en Netflix, parece una broma gratuitamente maligna sobre el declive y la crisis existencial de un narcisista incurable que se cree más de lo que es, una historia mil veces vista y contada en la que se mezclan de manera tóxica los infortunios y las penurias de una carrera y una vida arruinadas. Otra ficción más sobre ciertos efectos secundarios del éxito —ese éxito entendido como la combinación de adoración popular y plata en cantidades monstruosas—, como el aislamiento y el pavor.

    No es novedad que los animales suelen ser muy efectivos para abordar asuntos peliagudos de la condición humana. BoJack, el personaje, forma parte de un surrealista universo paralelo, dibujado con trazos simples y efectivos, de colores amigablemente vivos (aunque el cuerpo del caballo está pintado de un modo acuarelado), donde los humanos y las diversas especies de animales conviven en un plano de igualdad. Capítulo a capítulo se consolida un mundo propio, con sus reglas.

    BoJack lleva la voz de Will Arnett, de 30 Rock y Arrested Development, especializado en extravagantes y canallas. Su entorno se completa con Todd (Aaron Paul, de Breaking Bad), humano aparentemente despreocupado que se instaló desde hace cinco años en la casa de BoJack y se dedica más que nada a comer, dormir, beber y fumar alguna cosita. También está Princess Carolyn, agente de talentos de la empresa Vigor, ex novia del caballo, eventualmente amiga con beneficios, una gata persa rosada, ágil y con múltiples conexiones en el mundo del espectáculo, que busca ese papel para BoJack. Está Mr. Peanutbutter, labrador amarillo, amigo/enemigo de BoJack, simpático, zalamero y no muy avispado, tuvo un show televisivo que era poco más que un burdo plagio de Retozando y que, además de probar suerte con el formato del reality y de los programas de preguntas y respuestas, es novio de Diane (Alison Brie, de Community), humana, periodista y escritora no-tan-fantasma, que lleva adelante la difícil tarea de dar forma a la autobiografía cuyo fin último es revivir públicamente al caballo. Secundarios maravillosos: Vincent Adultman, que parecen ser tres niños, uno encima del otro, escondidos debajo de una gabardina, simulando ser un adulto; Beatrice, madre de BoJack; Herb Kazzaz (Stanley Tucci), creador de Retozando, cuya historia es triste y terrible y conmovedora y cómica; y Sextina Aquafina, delfín que protagoniza un capítulo polémico en el que canta Get Dat Fetus, Kill Dat Fetus, una pegadiza canción pro aborto. Quentin Tarantulino recicla actores en decadencia, y el productor Lennie Turtletaub (J.K. Simmons) tiene una longevidad prodigiosa (durante su juventud trabajó con Buster Keaton), y así como Los Simpson tuvo a Thomas Pynchon, la serie cuenta con J.D. Salinger (Alan Arkin), que no solo fingió su muerte, también abrió una bicicletería y se metió en el entretenimiento televisivo.

    Detrás de esta retorcida y melancólica comedia está Raphael Bob-Waksberg. La idea inicial, un caballo depresivo que habla, es de 2010. Se puso en contacto con su ex novia de la secundaria, la dibujante Lisa Hanawalt. A Hanawalt, obsesionada con los caballos desde niña, le resultaba entre triste y cínica, aunque le interesaba. Su estilo de dibujo era ideal para dar vida al universo de BoJack Horseman.

    Puede que la zona oscura del argumento radique en que BoJack es el autor del empujón que lo sacó del lugar donde tan bien estaba. En algún momento lo tuvo todo y por alguna razón, una falla, lo arruinó. Pronto se verá que la tristeza lo acompaña desde la niñez. Que este personaje sea deleznablemente misántropo puede ser en buena medida consecuencia de una infancia dañada por un padre autoritario y despectivo y una madre tan fina y elegante como verbalmente abusiva. “Yo era hermosa antes de quedar embarazada”, llega a decirle Beatrice. “Más vale que cuando crezcas logres algo grande y exitoso para compensar todo el daño que hiciste”. Ante el maltrato y la indiferencia de sus padres, de niño encontró consuelo y algo parecido al cariño en la tele. Allí estaba uno de sus héroes, Secretariat, un caballo rojo, infalible, que a través de la televisión le dejó un consejo de vida que ni siquiera él supo seguir. Hay una escena en la que BoJack necesita que Diane le diga que cree que en el fondo es una buena persona. La ausencia de respuesta es una respuesta. Y un temor crudo crece en el protagonista: la responsabilidad de todo el desastre no proviene de sus padres ni de sus enemigos ni siquiera de Hollywoo. Proviene de él mismo. Se lo dijo Beatrice: “Naciste roto”.