Nº 2089 - 17 al 23 de Setiembre de 2020
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáOtra vez suenan las alarmas de crisis en Argentina, con indicadores sociales y económicos en rojo, el estancamiento como escenario y la movilización social como respuesta. Si bien, y es lógico, reverberan los ecos de la crisis de diciembre de 2001, la coyuntura presente tiene sus peculiaridades acompañadas de esas continuidades que carga la historia argentina y que parece que nada ni nadie ha podido cambiarlas.
La victoria de Alberto Fernández reinstaló al progresismo kirchnerista en el gobierno, y lo hizo de una manera inteligente. La líder, símbolo de la propuesta, pero resistida por vastos segmentos de la sociedad y del aparato peronista, optó por la vicepresidencia, dando un paso al costado, pero jamás dejando la escena. Peronista, al fin y al cabo, es desde el poder donde nace toda legitimidad y su peso incuestionable avala desde unos centímetros atrás las opciones del gobierno de Alberto Fernández.
La victoria fue consecuencia de la mala gestión de Mauricio Macri. El hombre que ganó desde la promesa de cambio, de gestionar distinto y mejor, que presentó las soluciones con un facilismo tan seductor, no pudo cumplir las claves de su programa. Envuelto en las espirales de múltiples crisis, la propuesta conservadora de PRO primero y de Cambiemos finalmente, entregó una Argentina con 33.6% de pobres y una inflación del 37.4%. La pobreza infantil afectaba al 53% de los niños, ¿otra generación perdida por la subalimentación como en 2001? La desocupación llegó al 10,1%, mientras que el dólar se disparó de 9,83 pesos en 2015 a 60 al final de su mandato. En consecuencia, el riesgo país pasó de 480 puntos a 2180. Con estos números, Mauricio Macri logró transformarse en el primer presidente que no logró su reelección consecutiva, pero tuvo el mérito de ser el primer no peronista electo democráticamente desde 1930 en terminar su mandato sin salir por la ventana.
Alberto Fernández administra desde diciembre de 2019 una cuenta regresiva hacia la incertidumbre. El regreso de este kirchnerismo, con su líder en el respaldo y no en el frente, tiene posibilidades de gestión que Cambiemos jamás pudo controlar. Mientras Macri dirigió su rumbo sintonizando con los sectores empresariales, llenando de CEO su gabinete, la opción K revive su alianza con los sectores medios y con los nuevos sectores populares. Si bien en la década 2003-2015 los piqueteros fueron el actor social que respaldó el kirchnerismo, una dinámica movilización de sectores juveniles y barriales termina por afirmar el bloque que respalda más a la vice que al presidente y que recicla sus exigencias sociales y económicas. La experiencia de la década pasada y los límites que mostraron los gobiernos del matrimonio Kirchner-Fernández potencian las demandas actuales y la presión para cumplir con el programa máximo de transformación. Pero a los tres meses de gobierno, el Covid-19 encerró a los argentinos y congeló la realidad. Tanto la situación presente como las prospectivas son desalentadoras, ante la probabilidad de que la caída de los indicadores dispare el conflicto social que puede transformarse en una crisis política. Veamos sintéticamente el proceso.
El 19 de marzo el gobierno decretó el “aislamiento social, preventivo y obligatorio”, que detuvo al país. De inmediato estableció un “ingreso familiar de emergencia”, suspendió los cortes de servicios públicos por deudas, autorizó créditos subsidiados para las pymes, decretó la suspensión de despidos por 60 días y subsidió los pagos de salarios a las empresas afectadas por la crisis. Luego de seis meses de encierro la gente reclama resultados y una oposición muy diferente a la que tomó las calles en diciembre de 2001 hoy hace oír su voz. Hace casi 20 años los sectores populares junto con las clases medias protestaban contra el corralito y la expropiación de los ahorros. Hoy, esos sectores medios y altos que fueron el pilar del macrismo salieron a las calles a exigir soluciones y el fin de la cuarentena obligatoria. ¿Pero es solamente un síntoma de un sector o refleja un malestar más hondo?
Mientras el riesgo país se dispara nuevamente, a pesar de que el gobierno logró reperfilar parte de la deuda externa, las prospectivas desalientan a los simpatizantes K y, obviamente, atiza a todo el abanico opositor. El Banco Mundial prevé una retracción de la economía del 5,2%. Si bien se espera que para el año entrante crecerá un 2,1% y para 2022 un 2,3%, el acumulado del próximo bienio regresará a los números anteriores a la pandemia. La OCDE previó en junio un derrumbe de 8,2% si la pandemia se controla y hasta un 10% en caso de que se registre un segundo brote de coronavirus. La OIT sostiene que la pobreza puede llegar a 40,2%, la indigencia subiría al 10,8% y la desigualdad pasar del 23% al 32,5%. La destrucción de empleo rondará los 800.000 puestos de trabajo. Unicef considera que la pobreza infantil llegará al 58,6%. Las cifras abruman y preocupan, y las protestas sociales se están haciendo sentir.
Mientras las calles de Buenos Aires fueron escenario de varias manifestaciones de los sectores medios, que piden soluciones y el fin del confinamiento obligatorio, la Policía Federal Argentina se hizo presente con una movilización que encendió muchas luces rojas. Unos días antes, el expresidente Eduardo Duhalde realizó declaraciones insólitas y preocupantes. Consideró que Argentina estaba al borde de un golpe de Estado, dando a entender que había vacío de poder e incapacidad de gestión desde el gobierno. Desde hacía muchos años que nadie preveía una crisis institucional de este tipo —tan habituales antes de 1983— y, por provenir de un caudillo peronista y expresidente, alertó a todo el sistema político. Si bien fueron temerarias, las palabras de Duhalde pueden ser el emergente de algunos sectores dispuestos a saltar la Constitución de alguna manera, para buscar “correctivos”. Si tendrán suerte es otra cosa.
Llamó la atención de varios analistas que pocos días después de esta advertencia golpista la Policía Federal se movilizó en una huelga tan inédita. Las exigencias se centraban en la recuperación salarial de 56% y todos los uniformados acataron las medidas. Un grupo importante de efectivos rodeó la residencia presidencial de Olivos, en un acto al borde del desacato. Si bien lograron un aumento del 36%, algo lejano de la exigencia inicial, presionar al poder político en la residencia presidencial, con el personal armado y con movilizaciones en todo el país, luego de la advertencia de golpe de Estado en la voz de Duhalde, generó recuerdos ingratos.
Alberto y Cristina tienen la fortaleza del respaldo social de amplios sectores, muchos de ellos organizados. Pero esa alianza social perdurará en la medida que la distribución sea real, el crecimiento sostenido y la construcción de logros sociales no sean solo puntos programáticos. Los intelectuales que apoyaron a Cristina Fernández en sus gobiernos, convocados en la ONG Carta Abierta, hoy disolvieron su centro de debates y elaboración y muchos se sumaron al Instituto Patria, más encuadrado dentro del universo K y más radical en análisis y propuestas. ¿Cumplirán sus tesis en la salida de la cuarentena? De ser así, el futuro inmediato es de difícil pronóstico acerca de las reacciones y los conflictos.
A este escenario hay que sumar los largos problemas estructurales, históricos, de la Argentina. La debilidad de mando del Estado central, la centrifugación de los poderes hacia las provincias y hacia las corporaciones y el jaqueo permanente de factores de poder económicos y políticos obligan a los presidentes a “acumular poder”. La pandemia evitó esa etapa en este nuevo gobierno. ¿Tendrá poder Alberto Fernández para manejar un país en una situación crítica? ¿Cuánto tolerará el movimiento social el esfuerzo de la caída económica? Las clases medias y altas ya salieron a las calles. Es obvio que, además de las causas económicas, esas protestas tienen un sentido político diferente al de 2001. El PRO y el gobierno de Macri promovieron el activismo militante de esos sectores y, empoderados, operan como nunca antes en clave opositora. No son capaces de hacer alianzas más allá de sí mismos, jamás coordinarán con las clases populares pilares, por ahora, del kirchnerismo.
Cuando se abran las puertas y regrese algo similar a la normalidad, Argentina estará en una nueva crisis, donde todos tendrán reclamos y reivindicaciones. ¿Podrá el gobierno bicéfalo pilotear la nave en la tormenta?