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A toda madre, en Jámer, Chevrolet, Cheroqui o una Lobo; en todo caso esos camionetones 4 x 4 oscuros, con vidrios polarizados, que dejan marcados los arrancones en la tierra. Sin despegarse mucho rato de los cuernos de chivo (AK-47), las Uzi, la a-errequince y las escuadras cuarentaicinco y trescientosochenta cromada. Los dedos siempre prontos para jalar el gatillo y darle pa delante al chingado que cuadre. Calzando camisas Versace y Pavi, botas de piel de avestruz y escuchando narcadas. Quebrando cartucho y dando piso o arremangando gente —los términos coloquiales para matar— en busca de salir de pobre con buena lana o apenas sentir la adrenalina y la aventura.
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Hay pistoleros-pistoleros, hay aprendices, hay retirados, hay federales que se pasan de bando y hay jefes de Policía. Incluso hay hasta tipos comunes que se hacen pasar por narcos, para aparentar, aprovechar una situación o incluso por placer.
Ese submundo, que toca a los narcos pero también a los que no lo son y que solo quieren vivir su vida en paz, fue descrito con detalle por el periodista mexicano Javier Valdez Cárdenas, colaborador de la agencia de noticias francesa AFP en el estado de Sinaloa (noroeste de México), reportero del diario nacional La Jornada y del periódico local Ríodoce, que además de la sección policial tiene una exclusiva dedicada al narcotráfico. Valdez Cárdenas, también fundador de Ríodoce, fue asesinado a balazos el 15 de mayo pasado en Culiacán, la capital de Sinaloa.
La muerte de Valdez, de 50 años, elevó entonces a cinco el número de periodistas asesinados en los primeros cinco meses del año en México, uno de los países más peligrosos para ejercer esa profesión.
En 2016, este país que el expresidente José Mujica llamó “Estado fallido”, batió el récord con 11 homicidios de periodistas. Para la ONG Reporteros Sin Fronteras, se trata del tercer país más peligroso para ser periodista, después de Siria y Afganistán.
A lo largo de sus casi tres décadas de carrera, Valdez informó activamente sobre el cártel de Sinaloa y las actividades delictivas de su fundador, Joaquín El Chapo Guzmán, actualmente encarcelado en Estados Unidos.
El ahora homenajeado y reivindicado no se llamó a engaño: “Ser periodista en México, es como formar parte de una lista negra. Ellos van a decidir, aunque tú tengas blindaje y escoltas, el día en que te van a matar. Si lo deciden lo van a hacer, no importa si tienes o no protección. No hay condiciones para hacer periodismo en México, las balas pasan demasiado cerca” había advertido.
A pesar de todo no tenía escoltas, ni mucho menos blindaje. Fue asesinado al mediodía, cuando salía del periódico que había cofundado hacía 14 años, y a través del cual se convirtió en una voz crítica del narcotráfico y la corrupción en Sinaloa, un estado famoso por su producción agrícola y la pesca, pero sobre todo por el cártel que compite con Los Zetas.
En la escena del crimen, su cuerpo estaba boca abajo sobre la calle, poco después de que sujetos armados lo interceptaran cuando conducía y le dispararan hasta darle muerte. En el lugar se encontraron al menos 12 casquillos percutidos.
Valdez, que estudió sociología pero se dedicó al periodismo, primero en televisión y luego en prensa, se especializó en coberturas de asuntos relacionados con el narcotráfico. Por su trabajo había recibido el Premio Internacional Libertad de Prensa 2011.
El Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés), una institución con sede en Nueva York, denunció a principios de mayo la impunidad que existe en México ante los homicidios de comunicadores.
Además de esta selección de relatos, el autor acallado por disparos de desconocidos en la puerta de la redacción de Ríodoce, había publicado los libros Miss Narco (2009), Los morros del narco (2011) y Con la granada en la boca: heridas de guerra del narcotráfico en México(2014).
La muerte del periodista, ocurrida en una zona del planeta donde la violencia es algo cotidiano y a menudo sin sentido, quizás hubiera quedado como un hecho criminal más si no fuera por la publicación póstuma del libro Malayerba. La vida bajo el narco, una selección de las crónicas escritas por Valdez en las que se relatan diversas situaciones de la vida cotidiana de los sinaloenses.
Las situaciones parecen extrañas: un maestro recibe de regalo un fusil a-errequince. Una mesera que consume y trafica cocaína termina muerta junto con tres personas a las que saluda en el camino. Un joven que termina muerto porque no entiende que a los culichis no se les hacen bromas algunos días. Un policía de tránsito, hasta ahora orgulloso de su trabajo, que detiene a la persona equivocada y apenas reacciona salvando su vida pero no el amor propio.
En unos textos cortos hechos con precisión magistral, el autor puso en juego su profesión y su vida. Los pequeños artículos, escritos en un lenguaje crudo pero casi siempre con gracia, pintan la estremecedora realidad que se vive en un país acostumbrado desde siempre a coquetear con la muerte.
En Culiacán, la capital de Sinaloa, los jóvenes son tentados a entrar en el crimen organizado; algunas mujeres sueñan con recibir el favor de un narco, aunque no sea en exclusividad, y cada tanto están los padres que venden a sus hijas, mientras muchos policías y militares ceden ante el poder de los cárteles.
El registro verbal de Valdez se basó en el lenguaje de la calle, que ha sido ganado por el argot narco de un chingado modo que pasó a ser algo cotidiano y normal.
Malayerba. La vida bajo el narco, de Javier Valdez Cárdenas. Editorial Jus, Barcelona, 2017, 196 páginas.