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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn 1900, el aparato estatal ocupaba a 14.500 personas. A partir de entonces el aumento ha sido constante. En 1930 ya eran 30.000. En 1932, 52.000. En 1941, 57.200. Unos pocos años más tarde, en 1955, 166.000. En 1969 la cifra trepaba hasta 230.000. (Fuente: Historia Reciente, fascículo 18, pag. 15). En la actualidad, de acuerdo a la última Rendición de Cuentas, el número supera las 260.000 personas ocupadas.
Por supuesto, los escasos empleados públicos de principios del siglo pasado no contaban con computadoras para realizar su trabajo. No obstante, a papel y lápiz, el país funcionaba. Más aún, Uruguay figuraba entre los países con mejor ingreso per cápita del mundo y se destacaba en el concierto latinoamericano por su alto nivel educacional.
Obviamente, el país tenía también sus problemas. Algunos de ellos se pretendieron resolver pasando sectores de actividad a manos del Estado, pero ello trajo también, como consecuencia, un aumento progresivo de trabas y reglamentaciones.
Un ejemplo puede ayudar a comprender la magnitud de cómo influye el aumento de la burocracia sobre la eficiencia de la sociedad. En 1930 Uruguay fue el organizador de la primera Copa del Mundo. Para ello, construyó el Estadio Centenario, una joya arquitectónica que hoy permanece vigente a pesar de los años. A pico y pala, el Estadio fue construido en el lapso de nueve meses.
¿Cuánto se demoraría hoy en una obra de ese porte? Seguramente varios años. Probablemente en nueve meses ni siquiera se llegarían a obtener los permisos para iniciar los trabajos.
Y ello teniendo en cuenta que los operarios actuales contarían con máquinas infinitamente más eficientes que las de aquella época y que toda la operativa podría comandarse a través de computadoras.
En definitiva, el poder de trabar del Estado supera con creces todo el avance tecnológico de la industria de la construcción de casi un siglo.
Como el monstruo ponzoñoso de “El almohadón de plumas”, de Quiroga, la burocracia chupa la sangre de nuestra sociedad, debilitándola en proporción inversa a su crecimiento.
Por supuesto que el reloj de la historia no puede retroceder en el tiempo, ni es sensato volver a los 14.500 empleados públicos de 1900. No es ese el espíritu de este mensaje. La idea es otra: imaginar cómo sería nuestro futuro con un Estado más pequeño y la sociedad creciendo en toda su vitalidad.
Un ciudadano