Para el director nacional de Empleo del Ministerio de Trabajo, ex dirigente sindical e integrante de la lista 5005 del Frente Amplio, Eduardo “Lechuga” Pereyra, la situación es distinta. Como es parte del partido de gobierno tanto nacional como departamental, recibe de forma constante reclamos de mucha gente para resolver situaciones. Pereyra escucha y ve en cada caso cómo se puede canalizar el planteo.
En campaña electoral, un rasgo común de los principales dirigentes es que al llegar a un barrio puedan llamar por su nombre a las personas. Eso se construye con el tiempo, señalan los dirigentes que fueron acompañados por Búsqueda en esas recorridas de fin de semana.
El contacto personal es algo reclamado por los líderes partidarios. Hace menos de un mes, en una reunión de la bancada de Vamos Uruguay, el senador Pedro Bordaberry les planteó a los diputados de Montevideo que organicen reuniones y recorridas para poder participar.
A fines de julio, el ex presidente Luis Alberto Lacalle apeló a su experiencia política para movilizar a los dirigentes de su sector. “No alcanza con que reconozcan sus caras. Tienen que tocar manos y abrazar compatriotas. Y hacerlo hasta Bella Unión, pero también aquí, en la esquina de Parque Posadas. Siempre es más romántico tomar la camioneta, cargar la mochila para ir al fondo del país a ver a 33 compañeros. Pero en Montevideo, Canelones, San José, Maldonado y Colonia está la respuesta y les queda más cerca. ¡Así que no digan que no tienen tiempo!”, dijo durante el congreso de Unidad Nacional (Búsqueda Nº 1.672).
Buseca.
En el caso de Pereyra, la organización de una buseca es la excusa para visitar a dirigentes en varios barrios. Su primera parada es en avenida General Flores frente al Hipódromo de Maroñas. La conversación es con un panchero. El hombre está contento porque el día anterior vendió 250 panchos y trabajó desde las 10 de la mañana hasta la noche. Además le cuenta cómo creció su pequeña empresa. Ahora tiene otros cuatro carros para vender panchos y los distribuye por la zona. Todos esos carros están atendidos por jóvenes. A uno de ellos le paga mejor que cuando trabajaba en el hipódromo. La idea es que no caigan en la droga, explica.
Un rato más tarde, Pereyra va hasta un barrio cercano a Casavalle. Allí se reúne con Pablo, un chapista que deja de arreglar una vieja camioneta.
“Mirá esto, Lechuga: hace seis años que están estas columnas para la luz. Menos mal que todavía no le salieron ramas”, le comenta. En el barrio, por la noche no hay alumbrado público, y para Pablo, luego de conseguir junto a 600 vecinos que se asfaltara la calle, ahora el objetivo es instalar de una vez el alumbrado público.
Se queja porque fue a hablar con la alcaldesa y esta lo derivó al Centro Comunal y no encuentra solución. También está preocupado porque cerca de una escuela las motos andan a gran velocidad. “Quería poner un semáforo pero me dijeron que como es zona roja no se puede, pero que por lo menos pongan despertadores”, propone.
Más tarde, luego de visitar un club deportivo y una policlínica en Casavalle, donde dos médicos cuentan las carencias de los vecinos y cómo trabajan para ligarlos con instituciones como el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) o el Ministerio de Salud Pública, Pereyra se va hasta una casa en pleno Marconi, conocido como una zona roja en materia de inseguridad.
En la casa fría y húmeda, la madre y jefa de hogar cuenta sus problemas de salud. Apartada está su hija, que mira una novela junto a una estufa halógena. Noemí Apostoloff, dirigente de la lista que acompaña a Pereyra, se le acerca y le pregunta por las clases en el liceo. “Dejé de ir”, contesta, y no le da mayores explicaciones. Noemí le insiste con que debe retomar los estudios.
En Nuevo París, Pereyra charla con un grupo de personas que fueron convocadas por un almacenero. Son pocas. El planteo de la falta de seguridad es el tema excluyente. “Acá el que sale de la cárcel es casi que un héroe para los chiquilines, que se juntan y escuchan cómo le cuentan la película de cómo es vivir allá adentro”, se queja uno.
Otro comenta que a un “malandro” le pidió que no se robe más cable de la luz. “Yo le dije: si tenés alumbrado el barrio la Policía viene menos, así que no robes la luz”, comenta riendo.
“Estas recorridas sirven para estar en contacto con la gente, y para que después no te digan que solo vas en períodos electorales y no tenés un contacto regular con ellos”, dice Pereyra después de la gira.
El dirigente explica que estos encuentros sirven para “orientar” a la “militancia”. “Yo voy a reuniones con quienes tengo mayor referencia. Pero también me invitan organizaciones que no son necesariamente de mi partido, pero si es gente que necesita ser escuchada yo voy”, añade.
En cuanto a los planteos que recibe, Pereyra señala que el Estado “tiene un tratamiento muy claro de las situaciones”.
“Cuando vienen y te plantean una expectativa por un empleo público —remarca— les podés decir que existen procedimientos claros y transparentes como la ventanilla única”.
“Todo esto es un cable a tierra, uno ve la realidad en la que vive la gente. Ha mejorado mucho, pero tienen otros problemas. El problema no es que se mueran de hambre, sino que hay problemas como el de la inseguridad o en algún caso la falta de cobertura social. Son problemas diversos y cuando vas a una reunión a veces la gente se enoja porque no tuvo una respuesta”, relata Pereyra.
La basura.
En la recorrida de los dirigentes de la oposición los problemas son similares. Una casa de clase media ubicada frente a la rambla del Cerro es el centro de una reunión organizada por la edila de la Lista 71 Adriana Barcárcel. El invitado principal es el senador Penadés. Mientras la dueña de casa aprovecha a desayunar, los vecinos plantean sus principales problemas que giran en torno a la falta de servicios de la Intendencia, en especial la limpieza.
La siguiente parada de Penadés es en el barrio Maracaná para visitar un centro para la atención de niños menores de tres años, y luego una recorrida por el Paso Molino, donde los comerciantes se quejan por la lentitud de las obras en avenida Agraciada.
Después del mediodía, la visita es a un salón comunal en el barrio Lavalleja, cercano al Cuarenta Semanas, otra zona compleja. Las viviendas en el lugar hacen recordar a los viejos complejos que se construyeron en la Europa del Este, señala Penadés.
En el salón, el senador nacionalista improvisa un discurso de unos 20 minutos que es cortado por la gente para hacer comentarios. “En todos lados a donde uno va, ya se sabe lo que la gente nos va a plantear: el desastre de la Intendencia, la falta de alumbrado, de pavimento, la falta de poda. El problema no es solo del Frente Amplio, es de los montevideanos que nos hemos ido resignando a tener una ciudad sucia, mal iluminada, sin perspectiva de mejorar la calidad de vida. Y cuando saltamos a los temas nacionales, hablamos de seguridad. Hoy se puede ver igual de inseguro al que vive acá como al que vive en avenida Brasil y la Rambla”. Como otros problemas señaló la crisis en la educación y en la salud.
Penadés plantea que se debe trabajar para “proponer un modelo alternativo”. “Es un gusto estar con gente conocida, pero es importante hablar con los vecinos, que los abuelos hablen con la gente joven y cuenten la historia verdadera”, arenga.
Barro.
A las últimas recorridas Fernando Amado va acompañado por un grupo de dirigentes más jóvenes que él, que tiene 29. En noviembre competirán en las elecciones juveniles del Partido Colorado y quiere que hablen con la gente y se fogueen.
Su recorrida comienza en el asentamiento Los Reyes. Se encuentra con un referente del barrio, Ari Martínez. Él destaca la presencia de Amado. “De prometer y no cumplir estamos cansados”, dice. “Yo no prometo nada”, responde Amado.
Un rato después aparece Lorena, una morena baja de estatura, enfundada en una campera roja y que habla con volumen alto. ”En este barrio la mayoría son militares”, cuenta Lorena, que reivindica su condición de “colorada”. Lorena propone meterse en el medio del barrio. Le quiere mostrar al diputado las bocas de pasta base del lugar. Para llegar hasta ahí hay que pasar una pequeña cañada. Unos escombros improvisados que sirven para pasar no cumplen su función y Amado queda metido en el medio del agua sucia. “Hay que embarrarse, diputado”, le dicen varios. “No tengo ningún problema”, contesta.
En un espacio “público” que según la gente del barrio debería servir para el esparcimiento hay varios ranchos, en uno de los cuales se trafica droga —dicen— y la basura se acumula por todos lados. Lorena llama a una joven pareja de una casa muy precaria. Se construyó hace pocos días y tienen orden de desalojo. Mientras dos niños están en la puerta de la casa descalzos y llorando, la madre explica que la noche anterior la llevaron a la comisaría por la denuncia. Cuenta que fue al Mides y no tuvo respuesta para su situación. El padre dice que trabaja en la construcción pero que ahora está desempleado y que vive del “requeche”.
Amado sigue la caminata y se encuentra con un grupo de hombres que están tomando cerveza. Cuando lo presentan, uno de ellos se apura a aclararle que es “comunista” y tienen una larga charla sobre la situación del país.
El legislador seguirá la recorrida por la zona de Puntas de Macadam para terminar luego, entrada la noche, en La Teja, junto con un dirigente barrial conocido en la interna colorada como el “Mandela”. El moreno y su amigo explican la situación de inseguridad, en especial los robos de autos y motos.
Para Amado estas recorridas son un “ejercicio muy sano” para la “interacción” con las personas y evitar quedarse “encerrado en el Palacio”. “Es ver el Montevideo real”, dice. “Yo disfruto esto pero no creo que sea una usina de votos; hoy día puede ayudar a un político para tener estructura, pero no es aquello del dirigente barrial que junta los votos y que gracias a eso uno obtiene una banca. Eso ha cambiado mucho —acota— los dirigentes barriales no tienen la misma ascendencia sobre los demás porque la política se ha horizontalizado”.