Entre los gigantes humanos que ha parido el mundo latinoamericano se encuentra Domingo Faustino Sarmiento, hombre de ideas y de actos, impulsor de una reforma educativa que hizo de Argentina un firme candidato a ser miembro del mundo desarrollado.
Entre los gigantes humanos que ha parido el mundo latinoamericano se encuentra Domingo Faustino Sarmiento, hombre de ideas y de actos, impulsor de una reforma educativa que hizo de Argentina un firme candidato a ser miembro del mundo desarrollado.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáTuvo Sarmiento influencias decisivas en José Pedro Varela a través de la letra escrita y —más que nada— a través de las palabras intercambiadas personalmente.
Sin embargo, Sarmiento es un nombre que despierta rencor entre el grueso de los uruguayos. Este resentimiento hacia el gran líder de la educación se basa fundamentalmente en su lucha contra el caudillismo y contra el atraso que estos representaban, pues en la bolsa de los caudillos criticados se encontraba Artigas, el héroe más inventado que uno pueda imaginar.
(Repito, a propósito, lo que ya he dicho muchas veces en este espacio: nuestro patrocinado “prócer nacional” dedicó su vida, justamente, a intentar impedir que Uruguay fuese un país independiente).
La obra capital de Sarmiento —Facundo— narra las andanzas del líder sanjuanino Facundo Quiroga, prototipo del caudillo latinoamericano, y establece una contradicción estratégica para el futuro del continente: ¿civilización o barbarie?
Pero el uruguayo actual, tan embriagado con el romanticismo indigenista y el folclore gauchista (y la mentalidad murguista), ataca también a Sarmiento por la postura del prócer argentino durante las guerras civiles de ese país, cuando abogaba por terminar con todos los elementos humanos “incapaces de progreso”, es decir los indios, los gauchos y los caudillos bárbaros.
Para Sarmiento, el futuro del continente tenía un final abierto. Podía ser civilizado o bárbaro. Esa era la gran lucha que se desarrollaba en su época y de esa contienda a vida o muerte saldría un modelo de sociedad definitivo.
En la segunda mitad del siglo XIX, con los dolores de parto de las nuevas repúblicas poniéndoles un marco a la vida social, la alternativa que planteaba Sarmiento era clara: América Latina podría llegar a ser una sociedad formada sobre las bases de la educación universal, el respeto a las leyes, la paz interna y la búsqueda de un estado de constante aumento de la prosperidad o, por el contrario, podría convertirse en una sociedad caracterizada por el poder del caudillo y un estado crónico de atraso.
Facundo se erigió en una obra maestra que trascendió los límites de Argentina y de Sudamérica, pues en ella se plasmaron e identificaron, desde muy temprano, los dos modelos que decidirían el futuro de esta parte del mundo y de otras regiones con similares características.
El Sarmiento que nos interesa en este momento es el prohombre de la sociedad civilizada. Y aquí debemos recordar un dato: fue ungido presidente de Argentina en 1868, el mismo año que Lorenzo Batlle ocupó la Presidencia de Uruguay.
Eran, Sarmiento y Batlle, defensores del orden constitucional, de la honradez administrativa y del progreso social. Ambos fueron resistidos y debieron enfrentar levantamientos armados.
Contra Batlle se levantaron dos caudillos colorados (Máximo Pérez en 1868 y Francisco Caraballo en 1869) y uno blanco: Timoteo Aparicio, líder de la Revolución de las Lanzas (1870-1872).
Preocupado por esta ebullición de la barbarie, el 17 de marzo de 1871 Sarmiento le escribió una carta a su colega uruguayo. En ella destacaba el fin de los desórdenes en Entre Ríos y sostenía que “es del mayor interés para estos países el que la guerra civil desaparezca (definitivamente)”.
¿Cómo lograr tal cosa? ¿Cuáles son las medidas que los jefes de gobierno legales pueden tomar para terminar con la pérdida de sangre humana y asegurarles a las respectivas poblaciones una vida en paz? ¿Cómo ponerle punto final a la barbarie?
El problema es mayúsculo, constató Sarmiento en su carta, pues “el mal de nuestra América está en que ella misma no sabe de qué padece y el Uruguay y la República Argentina son la triste muestra de aquella verdad”.
Hoy, 144 años más tarde, sabemos qué pasó. Hoy sabemos que quienes perdieron la gran pulseada histórica fueron los Sarmiento, los Varela, los Alberdi, los Borges y los Favaloro, y que los ganadores fueron los Rosas, los Perón y los Maradona.
Sarmiento estableció la disyuntiva central para el futuro del continente. Hoy sabemos que la civilización perdió y la barbarie ganó. Perdió el futuro y ganó el pasado.
No llama pues la atención cuando Juan Cabandié, un político kirchnerista con el pedigrí de “hijo de desaparecidos” (un mérito inmenso en estas sociedades), escribe en su cuenta de Twitter: “Soy peronista, maradoniano, populista, negrero, etc. Ante la disyuntiva planteada por Sarmiento, yo estoy con la barbarie”.
Cabandié no está solo. Por el contrario, se encuentra en el medio de una marea humana que desprecia la civilización en cuanto sinónimo de legalidad, de progreso material y de armonía social.
Más apocados, más (falsamente) modestos, más grises, más benedettianos, menos contundentes, los uruguayos han hecho la misma elección.