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El balneario imaginario Puerto Vírgenes se parece mucho a Piriápolis, la patria chica de Claudio Invernizzi, autor de tres novelas ambientadas en esa localidad bañada por “el único río salado del mundo” donde se mueven personajes con brillo propio. La más reciente de ellas, Algo tan luminoso como una derrota, publicada, como las otras, por Estuario Editora, tiene la particularidad de que transcurre en un futuro en el cual las ideas artiguistas, aggiornadas por unos viejos locales, vuelven a tener sentido y también vuelven a perder.
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En la primera novela de la trilogía, La memoria obstinada de Puerto Vírgenes (2019), el protagonista central, Sergio Arrantes, es presentado como un experiodista al que acaban de despedir de su trabajo en la capital y encuentra refugio en la casa familiar del balneario. Al poco tiempo lo contratan para investigar un crimen que lleva años en las tinieblas.
En la segunda, El pasado es un montón de cosas inconclusas (2021), el mismo Arrantes, que ahora tiene un programa de radio, se involucra en investigar el destino de un sable histórico y de 5 millones de dólares robados en la década de 1970, develando misterios, noblezas y bajezas locales y de las otras.
En esta tercera obra, aparecida en mayo, Invernizzi abandona las secuelas del espionaje inglés de la II Guerra Mundial y las épocas de la guerrilla, presentes en las dos primeras, y proyecta al futuro la historia de Artigas y sus derrotadas ideas de confederación.
La trilogía de Sergio Arrantes, un personaje que por momentos hace pensar en un alter ego del narrador, está precedida por otros dos libros: Esta empecinada flor (1985), en el que Invernizzi narra sus experiencias como preso político de la pasada dictadura, y la premiada La pulseada, novela editada en 1989 por Arca y luego por Ediciones de la Banda Oriental en la que la derrota en una competencia entre forzudos, un marine y un criollo de pasado oscuro, sirve al autor para plantear, con vuelo poético, problemas profundos, los mismos a los que regresa al cabo de 30 años con similar sensibilidad, más oficio y más experiencia vivida.
Entre La pulseada y La memoria obstinada de Puerto Vírgenes, dos títulos que recibieron el Premio Bartolomé Hidalgo, Invernizzi se ocupó profesionalmente de otros asuntos: fue periodista, creativo publicitario de éxito, empresario y docente. También fue asesor de campaña de Tabaré Vázquez y de Daniel Martínez y director de Canal 5 en 2009.
Viejos peleadores
Lejos de esperar pasivamente la llegada de la muerte, los protagonistas de la última novela son veteranos con proyectos de largo alcance, aun si están al pie de una máquina de radioterapia con un cáncer terminal. Así ocurre con el arquitecto Arturo Amaral, socio de Arrantes y emprendedor en el proyecto de neofederalismo y artiguismo para 2050, por el cual transcurre la trama. Todos los lunes ambos mantienen largas discusiones de café.
Entre las enormes virtudes de Invernizzi está la buena poesía con que presenta a estos entrañables personajes, de los cuales el lector se queda prendido, así como la descripción de los ambientes de Puerto Vírgenes, incluyendo los lugares inventados y los que casi todos conocen, y una especial atención a los aromas, tanto los muy agradables como los que provocan rechazo.
Además de Sergio Arrantes, tiene un papel central el policía Elso García, que ha hecho carrera, pero al que se recuerda por ser un excelso y respetado asador de corvinas y al mismo tiempo, para redondear el sueldo, un perturbador de las siestas de sus vecinos, en las épocas en las que recorría el balneario con publicidad parlante para el supermercado local, a bordo de una casi desfalleciente Honda 50.
En la pícara, aguda y chovinista imaginación del autor, Puerto Vírgenes sustituye a Punta del Este, al menos como sede de encuentros internacionales. En el futuro en el que se ubica la historia, los cambios por causas ambientales, en especial en 2029, y los avances de la tecnología de la información han hecho a los ciudadanos más dependientes de sus dispositivos y están más espiados que nunca, de tal forma que solo quedan pocos lugares sin conectividad. Uno de ellos es, precisamente, la casa de Arrantes, en la ladera de uno de los cerros, donde la silenciosa Doña Adela sigue preparando el mate para el dueño de casa y elaborando pascualinas.
No podrá decirse que Invernizzi presenta un futuro distópico. Eso sí, en muchos planos las cosas no cambian demasiado: el capitalismo sigue reproduciendo la riqueza y distribuyendo mal, Buenos Aires sigue siendo un puerto centralista y corrupto que marea y divide a las provincias con el apoyo sibilino del poder brasileño, Paraguay pesa poco y los orientales, aunque presentan batalla, al final no hacen más que adaptarse a un sistema en el que las multinacionales mantienen poder para extraer las riquezas naturales a buen precio, en este caso el agua. El asunto del agua está presente y tiene ecos en la brutal crisis hídrica de hoy.
Además de los legendarios viejos y viejas que defienden su derecho al pataleo, hay una mujer joven, que aporta energía, sensualidad e ideas modernas. También se incorporan nuevos personajes, algunos de los cuales no sobreviven más que unas pocas páginas, aunque dejan una marca fuerte, como el Pulpo Rubio, un arquero del fútbol local que no quiso irse al exterior, por más que tuvo ofertas documentadas, y cuyo perro lleva el nombre de Manga, para él el mejor de los guardametas que tuvo Nacional.
Otro de los personajes “buenos” es el mozo de la confitería del Gran América Hotel, un lugar donde pasan cosas. Este camarero con nombre y pistola italianos y un pasado como espía y vínculos con el fundador del balneario reivindica el factor humano frente a la inteligencia todopoderosa de las máquinas que todo lo saben.
A lo largo del texto, cada tanto el autor se ríe de sí mismo y se muestra como un narrador “excedido en adjetivos”. Al mismo tiempo arroja reflexiones filosóficas sobre la vida, el fracaso de las causas nobles, una y otra vez la derrota y la traición.
El aspecto menos sólido del trabajo de Invernizzi, sin embargo, podría situarse en la historia. El balneario y los personajes enamoran, pero la trama no tanto. Se disfrutan las muchas metáforas y otras figuras retóricas, como cuando dice que un secretario se sentía incómodo “con los nervios sigilosos de un paciente sentado en la sala del odontólogo”, “los párpados pesaban como el portón de una cárcel” u otro de los delegados de provincia “seguía deteriorándose como una manzana que después de empezar su oxidación no hay forma de detenerla y ya nunca vuelve a ser lo que fue, ya no despierta ningún apetito, ya dejó de ser fruta y solo es un trozo de materia en descomposición”.
Los fanáticos de Puerto Vírgenes no echarán en falta la poca solidez de la trama, para los otros, el desafío será quedar atrapados por la excelente pascualina, el aroma a mejillones, a victorias pírricas y a derrotas luminosas.