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    Crímenes.uy

    El género policial en dos nuevos títulos de la serie uruguaya Cosecha Roja

    La narrativa policial no es la preferida de los escritores nacionales, tal vez porque sobre ella pesa un ridículo estigma de “género menor” dentro de la “alta literatura” o quizás porque sea difícil de abordar con éxito sin seguir fielmente el modelo de los maestros anglosajones de la novela negra al estilo de Raymond Chandler, o de la más deductiva de Arthur Conan Doyle. Sin embargo, desde Juan Carlos Onetti, cuya obra está permeada de las novelas policiales que siempre leyó con avidez, hasta los autores más recientes de la serie Cosecha Roja, se le ha dado al género una impronta propia que se nutre de variadas referencias y que se mueve con personajes y ambientes reconocibles de Montevideo y del interior del país. Entre los que abrieron el camino, habría que mencionar a Juan Grompone (“Asesinato en el Hotel de Baños”, “Operación MAM”), Omar Prego Gadea (“Último domicilio conocido”) y Milton Fornaro (“Cadáver se necesita”).

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    La colección Cosecha Roja, de Estuario Editora, comenzó en 2010 a publicar narrativa policial de escritores argentinos y uruguayos. Los títulos más recientes son Tampoco es el fin del mundo, de Pedro Peña (San José de Mayo, 1975), tercera novela del escritor en esta serie, y En negro y negro, un conjunto de relatos de Fernández de Palleja (Treinta y Tres, 1978), quien firma sus novelas así, solo con su apellido. En ellos no hay detectives astutos que resuelven a pura sagacidad sus casos, ni tampoco investigadores privados alcohólicos y decadentes, pero sus protagonistas siempre terminan involucrados con la historia que está detrás de un cadáver.

    En Tampoco es el fin del mundo, Peña retoma el personaje de Agustín Flores que ya había aparecido en sus anteriores obras (“Ya nadie vive en ciertos lugares” y “No siempre las carga el diablo”). Periodista de un diario montevideano, Flores no es ni muy valiente ni muy audaz, aunque posee un cinismo que lo hace especialmente apto para moverse en el mundo del crimen. En esta novela, el personaje comienza una travesía oscura cuando se contacta con presos del Penal de Libertad. Hacia allí se dirige en busca de historias para escribir un libro sobre la vida carcelaria.

    La propuesta le había llegado directamente del director del diario, quien le ofreció una suma nada despreciable de dinero. Aunque Flores escribe novelas de ficción, el dinero, de dudoso origen, y la temática “vendedora” lo alientan, por lo que decide aceptar. Muy pronto Flores se dará cuenta de que su labor periodística no solo genera historias sino también algunos asesinatos que lo tendrán a él como sospechoso. Para sacarse esos muertos de encima, el personaje emprende una investigación por las calles de Montevideo y también por la cárcel.

    Peña describe con crudeza ese ambiente sórdido por el que atraviesa su personaje: “Entradas larguísimas, corredores quilométricos, hileras interminables de ventanas de las que penden sábanas roídas por asquerosas manchas marrones, toallas de Peñarol y trapos viejos de todo tipo. Un olor pestilente desde que uno entra a la revisación hasta que sale por la misma puerta. Y ese olor, aunque parezca mentira, también es largo, pues se adhiere a las fosas nasales con una tenacidad inconcebible y perdura en la memoria como un mal recuerdo”.

    Lo que le cuesta descifrar a Flores, y en eso consiste la anécdota de la novela, es qué tiene que ver él con los asesinatos que se cruzan en su camino. Todo se va aclarando en dos relatos que terminan siendo uno solo, porque esta es una novela dentro de otra: la que escribe el periodista y la que cuenta su propia aventura.

    Tampoco es el fin del mundo tiene varias características de la novela negra, con un ritmo ágil, una buena dosis de acción y crímenes que se suceden y que derivan en otros crímenes. Y tiene personajes y situaciones creíbles: por allí anda un matón a sueldo que mete miedo, un periodista al borde del despido, informantes que tienen sus códigos para comunicarse con la prensa, una pareja de predicadores atraídos por algo más que la palabra de Dios y víctimas que se convierten en victimarios. Claro que también hay policías, pese a que su papel en esta historia no es destacado, y tampoco quedan muy bien parados. Un libro que tiene fragmentos de vida y habla montevideana porque “quien maneje más lenguaje se conocerá mejor. Punto. El lenguaje: raíz de toda injusticia”.

    En otros escenarios transcurren los ocho cuentos de En negro y negro, de Fernández de Palleja. Los suyos son relatos breves y punzantes en los que prima más la intriga que la acción, y en los que no importa tanto la resolución del crimen sino los entretelones y la peripecia, muchas veces interior, de los personajes.

    En “El intendente”, el muerto es un famoso periodista del agro del interior llamado Walter Darío Rodríguez, “que hablaba a los gritos haciéndose el canario”, del que corren varias habladurías sobre su sexualidad. Y por allí anda el intendente departamental que observa con cierta distancia la investigación del asesinato, aunque muy pronto ese muerto le pegará muy de cerca.

    En Treinta y Tres transcurre “Matar la muerte”, donde el suicidio de Mario Balbi coincide con el regreso de un muchacho a la casa paterna. Él se encargará de matar al muerto, aunque sabe que la tarea es difícil, y por eso piensa: “Yo sé que a la muerte no la mato, pero la dejo toda arañada”. Un monólogo inquietante desarrolla el personaje de “Pedagogía”, un hombre que le enseña la sabiduría de la literatura a otro que entró a su casa a robarle. Y su lección es escalofriante. En “Asesinato en el Pueblo Oriental”, el relato se ubica en el Uruguay profundo, adonde llega una calígrafa que se enfrenta con un muerto y con una leyenda que tal vez descifre con una novela de Agatha Christie.

    Uno de los cuentos más logrados es “La carta de Ystad”, que transcurre en Suecia. El protagonista es un exiliado político solitario que deja al morir una carta con un dolor conservado “de ese modo en que se lo hace adentro de las cámaras frigoríficas, cuando la puerta se cerró con uno adentro para siempre, con el agravante de que el frío de su vida no era mortal”.

    Fenández de Palleja tiene una escritura precisa y un muy buen manejo del misterio, sería auspicioso que a En negro y negro lo siguieran otros títulos de intriga policial. Porque todo indica que los libros de esta serie siguen dando buena cosecha.

    “Tampoco es el fin del mundo”, de Pedro Peña, $ 290, 154 páginas, y “En negro y negro”, de Fernández de Palleja, $ 250, 117 páginas. Estuario 2012.