Cada rincón de la ciudad tiene su televisor. Se suele emitir fútbol en espacios públicos. Cuando Uruguay juega no existe la posibilidad de escapar al bullicio, a la gente apiñada y temblorosa con los ojos fijos en la pantalla.
Cada rincón de la ciudad tiene su televisor. Se suele emitir fútbol en espacios públicos. Cuando Uruguay juega no existe la posibilidad de escapar al bullicio, a la gente apiñada y temblorosa con los ojos fijos en la pantalla.
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn la última Copa América se observaron, en cámara lenta, abundantes vejámenes. Me tocó ver las imágenes cuidando a un ser querido internado. No había doliente en aquel nosocomio, pleno de televisores, que se perdiera los partidos: un devenir de patadas, codazos, empujones, zancadillas y hasta escarceos pseudohomoeróticos.
Las imágenes que involucraron a Cavani se repitieron al infinito: la Copa se convirtió en un catálogo de imágenes violentas, muchas en rallenty. Y hubo sonoros discursos —públicos y privados— discutiendo este aspecto sombrío del popular deporte.
Ahora, en cambio, acodados en los bares, los uruguayos miraron encandilados las imágenes de un grupo de adolescentes enjaulados en estado de trance violento, y una legión espartana de cuidadores, (luego supe que entrenados en karate), en acción, trabajando unidos y sincrónicamente en la represión de la violencia con violencia.
Nuevamente los canales parecieron delectarse en la repetición de las imágenes.
Las leyes y convenios internacionales exigen respetar los derechos de los niños y adolescentes que están recluidos por realizar actos violentos. Y una gran cantidad de voces nos lo recordaron. Así no se recupera a esos chicos. Hay que educarlos.
Simultáneamente, una maestra es golpeada por la madre de un nene. Las filmadoras no estaban: la televisión solo muestra a posteriori la fachada de la escuela, con su escudo bajo la lluvia.
No hay cámaras registradoras en los locales educativos que graben lo que todo el mundo sabe, pero que al parecer no se le da importancia. Madres desaforadas que gritan, insultan y llegan al golpe discutiendo la nota del nene.
La mamá violenta es procesada sin prisión, algo muy parecido a la impunidad. La víctima obtiene la solidaridad de sus colegas… pero la medida es hacer paro, con lo que paradójicamente las fieras comen pasto: ¿otra vez dejan a nuestros niños sin clase? ¡Qué barbaridad!
Cuando comento a mis amigos que muchos docentes han sufrido la presencia amenazante de padres exigiendo aumentos de nota, o han recibido insultos, palabrotas, portazos por parte de estudiantes, agresión en redes sociales, y hasta promesas de asesinato o golpizas en la esquina, me miran con ojos incrédulos.
¿Por qué resulta tan inverosímil? ¿Porque la televisión no lo muestra? ¿Acaso en el fondo al uruguayo le gusta que los docentes reciban palos?
En la última década los educadores han sido hostigados por un vocerío: políticos de todos los colores, periodistas, autoridades, legos y la voz de la calle… Los culpan, sencillamente, del naufragio educativo.
Pero tal vez los golpes a las maestras sean la semilla de donde salen todos los demás golpes. El desmantelamiento civilizatorio.
¿Qué haremos cuando en Uruguay no queden maestros?