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La relativa soledad en que se encuentra la Ruta 1 a las 9 de la mañana del domingo es lamentablemente compensada por una niebla espesa y por un piso empapado que fuerzan al conductor a una velocidad más que moderada. Cuando llego a la rotonda que indica el viraje a la izquierda, cruzo la ruta y tomo el camino vecinal, el ex Penal de Libertad sigue sin divisarse. La evidencia de haber acertado el camino es el primer portón de acceso al predio, donde guardias de ambos sexos requieren mi identificación, revisan la valija del auto y me permiten seguir adelante. Luego de estacionar y de pasar otro control de identificación y de metales, se accede a una carpa instalada para la ocasión, donde Miguel Ángel Estrella dará un recital para una centena de reclusos.
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Estrella nació en 1940 en Tucumán, Argentina, e inició su carrera a los 12 años de edad. Perfeccionó sus estudios musicales y de piano en París con Marguerite Long y con Nadia Boulanger. Ya era un pianista de renombre cuando en 1977 tuvo que huir de su país y refugiarse en Montevideo junto a sus hijos. Aquí lo detuvieron y lo recluyeron en Libertad, donde estuvo preso y fue sometido a torturas durante dos años y medio.
Su liberación fue fruto de las presiones que a nivel internacional ejercieron varias personalidades del mundo artístico y musical, entre ellas el dramaturgo Eugène Ionesco y el violinista Yehudi Menuhin. Y, desde que ocurrió, Estrella desechó un enfoque comercial y prefirió hacer de su arte una herramienta de acción social hacia los más desposeídos.
Con ese fin, fundó en 1984 la ONG “Música Esperanza”, a través de la cual organiza sus presentaciones en hospitales, escuelas rurales, asilos de ancianos y cárceles. Fue designado Embajador de Argentina ante la Unesco en 2003. Así que esta no es la primera vez desde su liberación que el artista retorna a Montevideo, una ciudad de la que es Visitante Ilustre, pero sí es la primera vez que vuelve al lugar donde estuvo detenido.
Dentro de la carpa, hay muchos periodistas, una consola de sonido a un costado y personal del establecimiento que atiende a todo el que llega. En el escenario, un afinador da los últimos toques al Bösendorfer de media cola, y allí está Estrella mezclado entre los asistentes y los sonidistas, saludando a amigos y atendiendo a la prensa.
Hombre cálido, espiritual, sonriente y de conversación plácida, es, pese a su apellido, una antiestrella. Comienzan a subir a la tarima los demás músicos del cuarteto Dos Mundos: Raúl Mercado (quena y flautas), Omar Espinosa (guitarra) y Javier Estrella (percusión), hijo del pianista. Un importante despliegue de seguridad con personal armado a guerra se ve llegar a ambos costados de la carpa, y los presos comienzan a ingresar por tandas y a ocupar las últimas filas de los asientos. Los demás asistentes, entre quienes figura el ministro Bonomi, siguen conversando de pie.
Con esa algarabía de fondo, Estrella prueba el piano recién afinado. Suena primero Bach y luego una zamba. Ambos fragmentos son una delicia, pero dejan gusto a poco. Creo que somos también muy pocos los que ponemos atención a esa prueba. Llegan dos integrantes de la Línea Fundadora de Madres de Plaza de Mayo y ocupan asientos en la primera fila. Se anuncia el comienzo, todos se sientan, los reclusos obedecen una orden y se adelantan algunas filas para no dejar un espacio libre en el medio de la platea.
Estrella toma el micrófono, relata su prisión, las torturas sufridas y su liberación, y explica lo que intenta hacer con sus presentaciones: “Queremos que ustedes, muchachos, puedan explotar la creatividad que tienen dentro de sus tripas”, dice.
Empieza la función: zambas, chacareras, malambos, bailecitos, música brasileña. Todo hecho con corrección y bajo aplausos. Cada tres o cuatro piezas, Estrella, rabiosamente peronista, hace política: confiesa su alegría de que finalmente Bolivia esté presidida por uno de su raza. O comenta que lo ocurrido hace 48 horas con el Mercosur en la cumbre de Mendoza es histórico. O vitorea al pueblo paraguayo y sentencia: “Que se vayan al carajo estos golpistas que inventaron estos golpes de Estado parlamentarios”.
En lo musical, Estrella es uno más del cuarteto, aunque llega a despegarse y a brillar haciendo “El Choclo” y acompañando al flautista que entona el “Ave María” de Gounod mientras él ejecuta el fondo de piano con el Preludio de Bach.
Cierra el espectáculo aconsejando con ternura a los presos: “Muchachos, bánquensela como puedan. Lean mucho, escriban, dibujen, hagan deporte, jueguen al fútbol, ¿juegan al fútbol?” Lo inevitable ocurre: uno de ellos, desde el fondo, contesta: “Sí, pero cuando hay pelota”.
La experiencia vivida puede haber sido interesante para los convictos. No obstante, este cronista piensa que Estrella, un auténtico maestro, comunicaría mejor su mensaje con menos arenga y más música. Y no con cualquier música. Su probada calidad de intérprete, superior en el área de la música clásica, es el vehículo ideal para llegarles “a las tripas” a quienes él quiere.
Es esa sensibilidad suya, sutil y distinta, la única que puede despertar emociones y talentos ocultos en sus oyentes sin importar el grado de ilustración que estos tengan. Ese es el contacto que importa entre el artista y su público. Lo demás puede escucharse en la radio.