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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl 23 de agosto de 1984 cayó la intervención de la Universidad de la República que la dictadura militar había decretado el 28 de octubre de 1973. En la nochecita de ese día, Danilo Astori ingresó por primera vez a la Facultad de Ciencias Económicas y Administración (SU Facultad) luego de casi once años de no poder hacerlo. Lo hizo en una asamblea en la que los estudiantes resolvimos ocupar la Facultad junto a los docentes reclamando democracia para el país y el cese de la intervención en la Universidad.
Danilo, así lo llamó todo el país siempre, era el Decano de la Facultad cuando los militares suprimieron la autonomía universitaria y encarcelaron, él incluido, a sus autoridades legítimas. Por eso ese 23 agosto su presencia, junto al profesor Daniel Bouquet, en la Facultad fue un acto de desagravio a los demócratas y de desafío a los gobernantes ilegítimos. Jamás olvidaré su discurso de esa noche. Sereno, irónico, punzante, valiente, desafiante. Como lo fue toda su vida en todo lo que le tocó hacer. Sus palabras, como las de muchos demócratas por esos días, le permitió a mi generación empezar a ver la luz en el medio del largo apagón institucional en el que habíamos nacido como ciudadanos.
Danilo asumió en 1985 nuevamente como Decano de la Facultad y permaneció a su frente hasta 1989 cuando renunció para ingresar a la vida política a la que estuvo integrado hasta el viernes pasado. Su decanato debió enfrentar los innumerables y complejos problemas que la transición democrática en la Universidad planteaba. Entre muchos otros, la derogación de ordenanzas autoritarias y represivas, la restitución de los docentes que habían sido ilegítimamente destituidos (u obligados a renunciar) respetando los derechos de quienes habían ocupado lugares durante esos once años, el restablecimiento de derechos para estudiantes que habían perdido su condición de tales debido a decisiones arbitrarias e ilegítimas de la intervención.
Danilo enfrentó y resolvió todos esos desafíos con su estilo inconfundible: firmeza en el rumbo, flexibilidad, sentido común para contemplar circunstancias complejas y, sobre todo, maneras exquisitas. Viví muy de cerca la gestión universitaria de ese período y puedo asegurar que aprendí más de él, en particular de lo que Danilo hacía, que de muchos cursos universitarios que realicé y experiencias laborales de las que participé en Uruguay y en el exterior.
Danilo, ingresó a la vida política y nunca pasó desapercibido. Debutó ocupando el primer lugar en todas las listas de candidatos al Senado del Frente Amplio en las elecciones de 1989. Es que era unánime: era alguien que representaba como muy pocos a todo el arco de ideas diversas que se arropaban en una fuerza política que, por aquel entonces todavía tenía más épica que solidez y experiencia.
Con un nacimiento político tan confortable como ese, haber permanecido cultivando el aplauso fácil y el cariño de la hinchada era muy tentador. Habría sido la opción de muchos si hubieran estado en su lugar. Pero adivinen qué, hizo exactamente lo contrario. Jamás dejó de expresar lo que pensaba, de defender sus convicciones, de ser auténtico incluso con su estilo de vida. En contra de lo que la mayoría de los frenteamplistas pensaban, Danilo estuvo a favor de la reforma constitucional de 1996. Durante la crisis de 2002 se manifestó en contra del default de la deuda pública que el FMI equivocadamente exigía y se opuso a promover un juicio político al presidente Jorge Batlle. Más cerca en el tiempo, durante la pandemia en 2020 sostuvo que “el Gobierno tiene que sentirse, en una situación tan complicada, acompañado por toda la sociedad y en particular por todo el sistema político”. Gracias a posiciones y actitudes como esas Uruguay fortaleció sus instituciones y su reputación.
Como responsable político de la gestión económica de los gobiernos del Frente Amplio, Danilo lideró transformaciones sustanciales que promovieron la justicia social y consolidaron la estabilidad macroeconómica. Debido a ello, la imagen de Uruguay en el mundo se fortaleció de forma sustancial. En algún sentido, la gestión económica del Frente Amplio bajo la conducción de Danilo demostró, por un lado, que era posible compatibilizar políticas progresistas con solidez y rigurosidad, algo clave para un clima económico consistente con el crecimiento y la prosperidad. Por el otro, despejó cualquier duda sobre aventuras en la conducción económica del país, algo muy importante en una región tan afecta a adherir a ideas perimidas o basadas en creencias antes que en la teoría y la evidencia económica. Debido a ello, propios extraños saben que Uruguay es un país en el que las sorpresas económicas negativas son algo infrecuente.
Como si todo lo anterior fuera poco, Danilo fue un ser humano excepcional. Íntegro, honesto, generoso, riguroso, leal. Danilo era uno de los nuestros. Danilo era un imprescindible.
* El autor es economista y doctor en Historia Económica.