El caso no convence a los ministros Jorge Ruibal y Jorge Larrieux. Susurran entre ellos. Miran el legajo. “No se hace lugar al pedido de excarcelación”, dice Ruibal.
Pasa el siguiente. Procesado por transporte y tenencia de drogas. La defensa se esmera: “Siempre colaboró con la Justicia. Tiene trabajo cuando salga. Está arrepentido”. Tampoco convence. Sigue en prisión.
Una vez al año, cientos de procesados sin condena tienen la oportunidad de pedir la libertad por gracia a los ministros de la SCJ. Las chances de conseguirla son pocas. Uno de cada cuatro reclusos consigue la libertad, según los datos de la última “visita de cárceles”, realizada en mayo.
De 473 reclusos, 123 (26%) obtuvieron la excarcelación. Las visitas se realizaron a las cárceles del interior del país (las de Montevideo se visitarán en octubre). El país se divide en dos mitades y los ministros de la SCJ se dividen en dos equipos para recorrerlas. La rutina se repite todos los años.
En las cárceles uruguayas hay unos 10.000 presos y el 60% no tiene condena.
“Juega al fútbol”.
Cárcel de Salto. El recluso lleva tres años, tres meses y 25 días en prisión. Si tuviera sentencia, la pena sería de cuatro años, explica la abogada. O sea que ya cumplió buena parte de su condena. “¿Cómo ha sido su conducta?”, pregunta el ministro Ricardo Pérez Manrique. “Buena”. Conversa al oído con el ministro Felipe Hounie. “Atento a la pena cumplida se concede libertad con la obligación de comparecer cada 15 días en la comisaría”, resuelve. Y mira al prisionero. “Piense lo que va a hacer en el futuro porque la próxima vez se va a tener que comer la pena entera”, le advierte.
La preventiva cumplida es uno de los factores que los ministros más toman en cuenta. También si se trata de alguien que no tiene antecedentes, si tiene buena conducta en la prisión, si trabaja o estudia, y el tipo de delito que cometió. “Es lo que más pesa”, dijo Larrieux a Búsqueda. Otros aspectos, como si tiene trabajo o una familia para recibirlo, “se valoran” pero en menor medida, afirmó. “Más allá de que un rapiñero me diga que tiene trabajo a la salida, si tiene menos de un año de preventiva no le voy a dar la libertad”, explicó.
Pasa el próximo. Llaman a su abogado. No está. Acude a su rescate una defensora de oficio. “Terminó la escuela dentro de la prisión. Hace deportes, juega al fútbol. Tiene una esposa y un hijo de un año que lo esperan. Tiene posibilidades de conseguir trabajo cuando salga”. Negativo.
Cárcel de Maldonado. Pasa una señora mayor. Tiene un hija, con un niño ciego, que la necesita. La reclusa interviene. “Mi hija me necesita”, insiste. “No se hace lugar”, resuelven los ministros. “¿Qué quiere decir eso? ¿Que no?”, pregunta angustiada.
No es la única que no entiende el fallo. Muchos miran desconcertados a sus abogados, en busca de respuesta, de palabras claras. Otros se enojan. “¿No me voy entonces? ¿Me quedo acá adentro? ¡Al pedo me llamaron!”, se quejó un joven. Su defensa había sido frugal. “Está dispuesto a rehacer su vida”, dijo poco convencida la abogada. El fallo no demoró ni un minuto. “No se hace lugar. Puede retirarse”.
“Los defensores no son tontos. Más o menos saben qué chance tiene el defendido. Si ven que tienen chance de pelearla, se extenderán un poco más en las explicaciones. Pero si, por ejemplo, es un rapiñero con menos de un año en prisión y una estimativa mínima de cuatro años y tiene antecedentes, es muy difícil que se le otorgue la libertad”, explicó Larrieux.
“Los tatuajes”.
También hay llantos. Rostros esperanzados. Expresiones de confusión, de resignación, o de indiferencia absoluta. Algunos entran y salen de la sala sin haber comprendido lo que ocurrió. En la cárcel de Salto, una mujer joven pasó con su pareja y su hijo pequeño en brazos. Están procesados por venta de drogas. No consiguieron la libertad. Ella sí entendió lo que pasó, porque lloró desconsolada.
“El tema de los niños en las cárceles es dramático”, dijo apesadumbrado Pérez Manrique a Búsqueda al terminar la visita. “Pero los dos padres tenían antecedentes por drogas. Y ese niño vivía en un lugar donde se comercializaba droga”.
La actitud de los reclusos no pasa desapercibida para los ministros. “Por supuesto que incide verlos en persona. El estar en posición correcta, el haberse preparado, bañado y vestido con ropa limpia es un signo de esfuerzo por conseguir la libertad”, valoró Ruibal.
“Al mío le juegan en contra los tatuajes”, comentó una abogada sanducera cuando a su defendido se le negó la excarcelación.
Para Pérez Manrique, la instancia “tiene el gran valor de toda comunicación personal”. “Ver a la persona, su aspecto físico, la actitud que toma cuando se le habla. Cuando quiere explicar su conducta. Hay momentos en que eso cobra importancia”, afirmó. “Es un trabajo muy especial de la Corte. Requiere un manejo del relacionamiento humano muy importante. Y uno va a agudizando la percepción”.
“Cansados”.
Pasa un recluso procesado por homicidio. “Fue un hecho aislado en su vida”, argumenta la defensa. El recluso retorna a su celda. Pasan dos muchachos procesados por un delito de receptación. “Los vemos cansados de esta situación, con ganas de empezar una nueva vida”. No ha lugar. Siguen pasando. “Ha comprendido cabalmente el daño provocado”. Tampoco. Otro más. “Es muy tranquilo. Sucumbió en la tentación de querer hacer algún dinero pero ese no es su estilo de vida. Tiene trabajo. En la cárcel hablan maravillas de él. Fue un error, el único que cometió en su vida”. Concedida. Deberá presentarse cada 15 días en la seccional.
“Son las reglas del juego”, explicó Pérez Manrique. “Cada uno trata de apelar a lo que sea más motivador. Hay casos en que eso puede ser tomado en cuenta, cuando hay otros elementos. Pero un simple arrepentimiento cuando la gente recién entra a la cárcel, no tiene peso ninguno. En casos dudosos, cuando la persona argumenta que fue un error, que fue la primera vez, la cosa puede tener otro peso”, razonó.
Sin embargo, hay otros aspectos mucho más relevantes. En una de las paredes de la cárcel de Maldonado se lee: “La conducta carcelaria es el camino a la libertad”. Y es cierto. Si el recluso trabaja o estudia, demuestra un “índice de rehabilitación” que se toma en cuenta. También si tiene salidas transitorias, o si trabaja fuera de la cárcel. “Son signos evidentes de rehabilitación que inciden en nuestro pronóstico”, explicó a Búsqueda Ruibal. La mala conducta, en cambio, “es un signo de no haberse adaptado a las normas de disciplina de la cárcel”.
Cárcel de Paysandú. Pasa un joven. La defensa no necesita esforzarse. Robó un celular y $50. Se recuperaron a las pocas horas. Pero lleva más de cuatro años preso. Se le concede la libertad. Así, las libertades por gracia sirven para corregir injusticias provocadas por el propio proceso penal.
“Muchas veces se utiliza como corrección cuando el sistema no ha podido dictar una sentencia en tiempo y la preventiva es notoriamente desproporcionada”, explicó Pérez Manrique.
Salto. Pasan tres jóvenes. Expone la defensa. Los ministros dudan. Interviene el director de la cárcel. “Son excelentes. Uno se pregunta por qué con tanto don eligen la fácil. No precisan necesariamente rehabilitación”. El testimonio es contundente. Son liberados. Lloran abrazados: “Nunca más bo, nunca más”.