—¡Quilombo! ¡Cómo me gusta esa palabra, huevón! ¡Me encanta porque quiere decir muchas cosas! —y entra en la camioneta a las risas repitiendo “¡quilombo, quilombo!”. Viajamos 14 personas. No hay señal de wifi y muchos se descompensan por el espantoso, insufrible momento de desconexión de sus celulares. La radio de la camioneta sintoniza un programa cuyo conductor, cuando tiene que hacer algún comentario, suelta irónicamente en falsete: “Sí, pero el niño que hay en mi interior me dice que...”.
Los Premios Platino del Cine Iberoamericano son promovidos por Egeda (Entidad de Gestión de Derechos de los Productores Audiovisuales) y Fipca (Federación Iberoamericana de Productores Cinematográficos y Audiovisuales). Su interés es destacar la enorme cantidad de producciones (más de 800 estrenadas en 2017) que hay en los países de Iberoamérica, donde además del idioma español se habla portugués, catalán, vasco y otras lenguas regionales. Panamá, Marbella, Punta del Este y Madrid fueron los destinos anteriores. Ahora le tocó a México, que puso a disposición de los premios las paradisíacas playas del Caribe en la Riviera Maya y sus imponentes hoteles, como el Xcaret, inaugurado en diciembre del año pasado.
Debe haber más de 200 periodistas acreditados. Para ellos se ha diseñado en el Hotel Hard Rock un junket de prensa. Ya no se dice “rueda de prensa”, es más copado decir junket. El partido se juega en un amplio salón con boxes numerados donde hay dos sillas y focos de luz sobre ellas. Tenés un máximo de diez minutos para las “entrevistas”. Llega la celebridad, la saludás, se sientan, le hacés un par de preguntas y al toque un encargado de la organización te dice que se acabó. Es como una gran feria de degustación de famosos: te sirven un poquito y te piden que circules. Me ha tocado entrevistar al actor portugués Joaquim de Almeida y a la actriz argentina Martina Gusman. Ah, y con la española Emma Suárez tengo una mesa compartida —también de diez minutos— con otros periodistas.
Joaquim de Almeida tiene 61 años (Sostiene Pereira, Good Morning Babilonia, Desperado, Peligro inminente, Rápido y furioso 5) y habla cinco idiomas: portugés, inglés, español, italiano y francés. “Gran parte de los guiones que me ofrecen son una porquería”, dice. “Hago cine de autor y del otro porque me pagan bien”, agrega. No le gusta el teatro (“hay que levantarse por la mañana, pensar y estudiar el papel demasiado”) y prefiere el cine y la televisión, ya que son “más sencillos”. Con las caracterizaciones de malo se divierte mucho más (“puedes hacer cosas que no harías en la vida real”), dice que Sandra Bullock es bárbara, que Harrison Ford es simpático “ahora que está viejo” y de Punta del Este recuerda una naturaleza similar a ciertas zonas de Portugal, con “esas playas y esos pinos”. Para él, estas ruedas de prensa no son gratas pero también debe hacerlas en Estados Unidos. Le gusta cómo trabaja Phillip Noyce, es un ávido lector de un libro semanal (“ahora estoy con al noruego Jo Nesbo”) y tiene una lista de directores con los que no volvería a rodar nunca más (“no te voy a dar los nombres”). Fin de la entrevista. Joaquim ahora debe ir al box 37.
Martina Gusman no llega a la cita. Se debe haber atascado en alguna parte de esta transitada feria de degustación de personalidades. La encuentro por el camino y muy dispuesta me concede los diez minutos de gracia. Acá va el concentrado de la actriz de Carancho y Elefante blanco: le falta un año para recibirse de psicóloga y siente la necesidad de hacer algo relacionado con lo social, por lo que está involucrada con una fundación que trabaja con gente en situación de calle. Piensa que está bueno que el cine argentino sea ecléctico y es “absolutamente pesimista con la política en general, en el mundo y en Argentina en particular”. No ve noticieros, está harta de la corrupción y vota a los partidos de izquierda para “ejercitar la democracia”. Disfruta las películas en Blu-ray, los clásicos, John Cassavetes. De los Oscar vio “la del agua con el monstruo”, pero no le interesó demasiado. Si le dieran a elegir, antes que en Estados Unidos, le gustaría tener una chance en Europa.
Llego tarde a la mesa con Emma Suárez por el atraso con Martina Gusman. Suárez está hablando de su experiencia con Amodóvar y con Medem. El niño que hay en mi interior me dice que le pregunte si le gusta la langosta o si toma pastillas para dormir, pero me comporto con seriedad y le digo si coincide en que el cambio mayor en materia audiovisual en los últimos años ha sido el celular y la gente consultándolo en el cine y en todos lados. Emma responde que la gente que enciende los celulares en el cine o en el teatro o en un concierto, tiene un grave problema de educación que habría que atender.
El Hotel Xcaret ha sido calificado con cuatro diamantes (“mucho más que cinco estrellas”, me dice un barman) y es lo más parecido a una lujosa ciudad “ecointegrada”. Con un celoso sistema de seguridad que tiene más de un cordón (si vas en taxi, el taxista debe dar todos sus datos y el pasajero el número de habitación), sintetiza la piedra natural y la vegetación con la arquitectura moderna. Puentes colgantes comunican un edificio con el otro. Las piscinas pululan en varios niveles y se confunden con las aguas prístinas del Caribe, que serpentean por todas las instalaciones. Cuando el fin del mundo sea inminente o el estallido social esté en su máxima expresión, el Hotel Xcaret será lo más parecido al resguardo de los poderosos. Grandes suites con enormes camas, plasmas, jacuzzis y ventanales (todo es a lo grande), restaurantes con cascadas, barras dentro de las piscinas para que tomes tu margarita o tu mojito sin salir del agua, un concepto singular de iluminación y también cierto aire al último shopping center de moda, con música permanente. Ponen todo el lujo a tu disposición. En los ascensores, un video habla de la experiencia Xcaret y de las vacaciones de tu vida. El hotel también tiene su iglesia en la cima de una torre de babel, desde donde se contempla una vista al Caribe y a la isla de Gozumel, uno de los sitios preferidos por Jacques Cousteau para hacer buceo.
Prefiero la playa, que también está celosamente custodiada y resguardada. Una red en el Caribe —a unos 30 metros de la costa— indica que si la pasás, es a tu propio riesgo. Converso con las empleadas que atienden una de las tantas barras en la playa y les pregunto cuál es el huésped más complicado. Luego de un instante, una de ellas responde: “Los argentinos, y en segundo lugar algunos mexicanos, y eso que mi escritor favorito es Roberto Arlt”.
Xcaret, el hotel de las mil habitaciones (“900 en realidad”, me corrige la empleada que lee a Roberto Arlt), es vecino del parque del mismo nombre diseñado por el arquitecto Miguel Quintana (“no se recibió nunca de arquitecto”, agrega la fanática de Arlt). Con o sin título por parte de su mentor, el Parque Xcaret es un reservorio sorprendente de la fauna y flora del Caribe, además de tener ruinas mayas, aunque no tan importantes como las de Tulum (qué lovecraftiano), a una hora del hotel y del parque. Cuenta con un apiario, un acuario y un mariposario. La gente se detiene ante una caja de cristal que es una incubadora de huevos de codorniz. Pero el niño que hay en mi interior me dice que son de dinosaurio, y que si el ecosistema se altera…
En un espacio de unas 80 hectáreas, el público puede ver desde leopardos, tortugas y monos araña hasta tucanes, zopilotes rey y águilas reales. Lo que tiene más rating: los tiburones. Y cómo los molestan los instructores, para delicia de los niños y los no tan niños, porque los que más se sorprenden con las cosas que hacen estos escualos son un par de turistas norteamericanos que han sido invitados a ingresar al estanque junto al entrenador.
Los Platino dan la bienvenida a la prensa en un monumental salón rodeado por dos medialunas donde pululan todos los pescados del Caribe (menos langosta). El momento también es propicio para que las autoridades, comandadas por Enrique Cerezo, empresario de medios audiovisuales y presidente del Atlético de Madrid, le rindan un homenaje al actor mexicano Eugenio Derbez —que condujo la ceremonia de los Platino— y a Daniela Vega. El mexicano exaltó las playas de la Riviera Maya (“las mejores del mundo”), mientras que la actriz chilena prefirió hablar del amor, del arte y de la integración. Para el público, Una mujer fantástica fue le mejor película iberoamericana del año.
Vuelvo a cruzarme con Igor, el papá de Daniela. “Hay que mantener las patitas en la tierra y de eso me encargo yo”, dice al mismo tiempo que intenta no perder el equilibrio con las estatuillas y distinciones que le han llovido a su hija.
El cine no solo tiene la complejidad de su factura, con un equipo que incluye productores, un director, un guionista, actores y diversos técnicos. También hay reglas para la distribución y exhibición de cada contenido audiovisual.
En el marco de los Premios Platino y en una charla informal sobre los derechos audiovisuales llevada a cabo la mañana del domingo 29, las autoridades de Egeda Uruguay presentaron a PJ Kuyper, presidente y CEO de Motion Picture Licensing Corporation (MPLC). El jerarca explicó sencillamente que para “cada lugar debe existir una licencia”. Esto es, por cada contenido audiovisual, detrás existe un titular con derechos.
Una de las noches, los periodistas fueron invitados al espectáculo Joyà del Cirque du Soleil, el primero montado de forma permanente en México. Un abuelo alquimista y su nieta son la excusa para que la compañía realice su habitual y vertiginoso despliegue malabarístico y acrobático. Y en otra oportunidad la invitación fue al parque Xoximilco, donde hubo exceso de mariachis y tequila.
Almuerzo en un restaurante en la playa. Pido calamares a la romana y el camarero me pregunta:
—¿El caballero tiene alguna alergia?
—No.
Me hago el guapo y le reclamo salsa picante. El camarero deposita un pote en la mesa y me recomienda tener cuidado. Además deja tres frascos: Cholula Salsa Picante Original, Cholula Salsa Picante Limón y Cholula Salsa Picante Chipotle. Les doy a las tres. Qué blanditos son los que no comen picante. Al regresar al hotel leo en el pasillo “Ruta de evacuación”. Siento un leve movimiento de tierra, un incipiente terremoto que pasa a convertirse en un tsunami incontenible, todos los animales del Parque Xcaret desatados y me voy corriendo a la habitación.
El público está acostumbrado a ver en televisión a las celebridades desfilar en primer plano por la alfombra roja. Desde el lado de los periodistas esa óptica cambia: es como una góndola en movimiento donde pasan Maribel Verdú, Rob Schneider y su mujer Patricia Maya, Sofía Gala con notoria cara de culo, Emma Suárez, Edward James Olmos y muchas otras figuras del mundo del espectáculo iberoamericano que uno no tiene ni idea de quiénes son. Podés colocar el micrófono o la cámara, las estrellas “pican” como peces un instante, dicen alguna cosa y siguen su curso giratorio.
A la ceremonia en el Teatro Gran Tlachco no estaba invitada la prensa. Espero en la entrada, sobre una de las puertas laterales. Cuando pasa Edward James Olmos me mando tras él como su sombra y accedo al interior. Me mantengo un tiempo prudencial detrás de unos indios maquillados para salir al ruedo y dar comienzo al espectáculo; miro dónde hay lugar en las gradas y para allí me dirijo.
La gente aplaude a Maná, festeja los chistes de Eugenio Derbez (y en especial los que dispara contra los hermanos argentinos) pero antes que nada no quita la vista de su celular: para filmar, para chequear, para boludear. Es increíble: están frente a un espectáculo en vivo y necesitan poner la mediación de su propia pantallita personal. Dentro de muy poco, el celular estará implantado en la retina y el cerebro.
Zama, de Lucrecia Martel, una película morosa, intelectual, refinada, tuvo tres reconocimientos: mejor fotografía, sonido y dirección de arte. En esta última categoría subió al escenario Renata Pinheiro a recibir su Platino e invitó al público a gritar “¡Lula libre!”, pero pese a lo que digan algunos medios brasileños, la respuesta fue tenue y desabrida. El niño que hay en mi interior me dice que la gente está podrida de las consignas políticas y de la corrupción.
A la salida de la ceremonia sigo a los famosos para desembocar en la fiesta. Vuelvo a ver a E.J. Olmos. Sé que a los actores no les gusta que los aborden en estos acontecimientos, por eso la prensa no está invitada. Pero en honor a Blade Runner, al teniente Castillo y a American Me, voy a darle la mano y a felicitarlo.
—Gracias, amigo —responde al mismo tiempo que se escabulle.
Salgo a fumar a un apartado del salón colonial donde se desarrolla la fiesta. Sobre una mesa alguien dejó un par de zapatos plateados de mujer. Llega el grupo de chilenos con Daniela Vega y todas las estatuillas Platino que han ganado. Están exultantes y festejan con porros. Una señora del grupo se acerca y me pregunta:
—Oye, ¿estos zapatos son tuyos?
—No.
—Pues me los voy a llevar pa’ la Daniela.
—Pero no son tuyos…
—Ahora sí.