N° 1889 - 20 al 26 de Octubre de 2016
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn la columna anterior asumimos el compromiso de analizar el desempeño de la ganadería uruguaya, en distintos capítulos, motivados por erróneas afirmaciones de Inac, que en el caso de la faena por edad, como en otros, inducen a apoyar una visión errónea de un triste proceso que vive la ganadería hace más de una década. El gobierno bate ese parche con fuerza desde sus instituciones, pero también mucha de la prensa especializada y por lo tanto y seguramente, gran parte de la opinión pública tienen una visión equivocada de la realidad.
La realidad de la ganadería hay que mirarla a la luz de los cambios realizados a comienzos de los noventa. ¿Por qué? Porque en esa ocasión se establecieron las bases para romper el estancamiento de más de seis décadas que atormentó a la ganadería y al país, sumiéndolo en un crisis que condujo a los peores momentos de la historia. A partir del 90, en la ganadería todo cambió, hasta 2006.
Son muchos los aspectos que analizaremos en estas columnas, que muestran el deterioro, el retroceso, la reversión, de ese virtuoso ciclo iniciado a comienzos de los noventa y finalizado en forma abrupta en 2006. En estos días, el MGAP dio a conocer las cifras preliminares de la Declaración Jurada de Existencias de la Dicose. Estas cifras no hacen más que confirmar, ratificar, que nuestra ganadería ha sido magistralmente reconducida al estancamiento y en algún aspecto al retroceso.
El total de existencias es un indicador que generalmente se asocia con el progreso o la mejora: a más ganado, mejor. No necesariamente es así. La ganadería uruguaya tiene mucho para avanzar en productividad, tanto, que relativiza la importancia de eventuales aumentos o descensos del stock. Pero de todas formas es bueno ver que ese indicador mostró desde comienzos de los noventa a 2004, un sostenido crecimiento. El dato de 1990 no es un buen referente, en la medida en que se trataba de un stock diezmado por la sequía de 1988-1989, pero tomando como referencia el promedio del quinquenio anterior, la tasa anual de crecimiento en ese período fue de 1,6%. En el período 2004-2016, esa misma tasa se hizo negativa (-0.1% anual). Es decir, pasamos de una ganadería que alcanzó su récord de existencias en una fase de crecimiento sin precedentes, a un estancamiento-retroceso, que obviamente invoca o recuerda la triste historia del secular estancamiento de la ganadería en el siglo XX. De esto no se habla; nadie da cuenta de que hubo un negativo cambio de tendencia.
Quienes pertinazmente han ignorado el virtuoso proceso de los noventa, argumentaron que este crecimiento se dio en sustitución de la majada; es como si la expansión del arroz en su momento, o de la soja en años recientes, tan sorprendentes y elogiadas, se hubieran hecho sobre terreno ganado al mar. Esa sustitución no es mencionada, pero sí lo es cuando se refiere a la ganadería de los noventa. Pero lo interesante es que esta nueva etapa de retracción de las existencias se da en un escenario de continuación en la caída del stock ovino, y además, en este caso se suman dos años de retracción de la agricultura.
Pero hay otros indicadores que surgen de esa información, que muestran la profundidad de este negro período. Un stock vacuno eficiente es el que tiene una mayor proporción de vacas de cría; ello es consecuencia de una reducción de la edad faena de los novillos y de la edad del primer entore de las vaquillonas. Durante doce años se asistió a un incremento permanente del número de vacas entoradas, que de los 3 millones de fines de los ochenta, pasaron a 4,2 en 2002, un crecimiento de 1,2 millones de cabezas, un 40%. Del 2002 en adelante, esa etapa de progreso se ha apagado; la tasa de crecimiento es 0% (véase gráfica).
La otra faceta de ese proceso es la mencionada reducción de la edad al primer entore, que a su vez explica el aumento en las vacas entoradas. Una forma de medirlo es cuantificar las vaquillonas mayores de dos años sin entorar. Esa categoría se venía reduciendo desde unas 700.000 de fines de los ochenta, hasta aproximadamente 400.000 en 2002. Es decir, esto indica que cada vez se entoraban —en ese período— más vaquillonas a los dos años de edad. Luego de ese año, hay una notoria estabilización en este indicador; se acaba el progreso, e incluso puede pensarse que hay un retroceso, porque ya son 13 años.
Por último, la edad de faena, que ya fue abordada en la columna anterior ante las equivocadas afirmaciones de Inac, también tiene expresión en las existencias. Para no abusar del espacio no se presenta la gráfica, pero cabe señalar que a finales de los ochenta y comienzos de los noventa, las existencias de novillos mayores de tres años eran de 900.000 groseramente; cifra que se fue reduciendo en forma lineal —a consecuencia de la disminución de la edad de faena— hasta 500.000 en el 2008; luego, este indicador muestra un comportamiento más variable pero en los últimos tres años describe un sostenido aumento hasta ubicarse en 2016 en 570.000.
Esta es otra evidencia del proceso de reversión de la ganadería vacuna desde 2005-2006 hasta la actualidad; reversión que se hizo en un escenario de los precios más altos de la historia, tanto para el ganado como para la tierra. El empresariado ganadero no encontró atractiva la inversión en el sector. En futuras columnas abundaremos en facetas de este nocivo proceso.
(*) El autor es ingeniero agrónomo y consultor privado