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    Dilma Rousseff y el PT de Brasil caen del poder de la peor forma

    Río de Janeiro (Gerardo Lissardy, corresponsal para América Latina). La brasileña Dilma Rousseff vivió el martes 3 uno de esos momentos que en circunstancias normales llenarían de orgullo a ella o a cualquier otro jefe de Estado: ese día encendió la antorcha olímpica, gran símbolo de los Juegos que su país recibirá en agosto. Pero Rousseff está a punto de ser apartada de la Presidencia y sometida a un juicio político por el Congreso, algo que se espera que ocurra la semana próxima. Y si en el futuro recuerda ese martes, quizá sea como el día que se supo que la Fiscalía General pidió investigarla por presunta obstrucción de la Justicia. Los Juegos de Río 2016 deben ser hoy la última de las preocupaciones de Rousseff, y todo indica que en la ceremonia de apertura del evento habrá alguien más ocupando la silla del presidente anfitrión.

    Enviado por el procurador general, Rodrigo Janot, al Supremo Tribunal Federal, la máxima corte brasileña de justicia, el pedido para abrir una investigación a Rousseff y a su antecesor, Luiz Inácio Lula da Silva, se basa en sospechas de que la mandataria intentó nombrar a su correligionario ministro de gobierno para protegerlo de un eventual arresto por el escándalo de sobornos en Petrobras, según medios locales. Janot también cita una delación del senador Delcídio do Amaral, que fue líder del gobierno en la Cámara Alta hasta ser detenido en noviembre. Amaral acusó a Rousseff de nominar a un alto magistrado para liberar a ejecutivos de constructoras presos por corrupción y a Lula de intentar comprar el silencio de un exdirector de la petrolera.

    Corresponde ahora al Supremo decidir si acepta la solicitud de la Fiscalía, que involucra también a otros políticos importantes del gobierno y la oposición. Rousseff y Lula han rechazado las acusaciones. “Las denuncias hechas por el senador Delcídio son absolutamente livianas y, sobre todo, mentirosas”, declaró la presidenta a la prensa ayer miércoles. “Tengo la certeza de que la apertura de la averiguación judicial va a demostrar apenas que el senador, otra vez, faltó a la verdad”.

    Sin embargo, el pedido del procurador puede ser el golpe que le faltaba recibir a Rousseff. La mandataria de 68 años solía repetir que, a diferencia de lo que hicieron gobiernos anteriores, ella dejó avanzar las investigaciones de corrupción sin interferencias o presiones del Ejecutivo. También destacaba que muchos de los congresistas que quieren juzgarla, por presunto uso ilegal de dinero de bancos públicos para maquillar el presupuesto federal, enfrentan cargos mucho más graves en los tribunales. Aunque Janot no cita sospechas de corrupción contra Rousseff, parece improbable que la presidenta pueda argumentar ahora que está libre de cualquier señalamiento en la Justicia penal o que siempre apoyó el destape de la gigantesca red de sobornos en el Estado.

    En Brasil ya nadie parece poner en duda que, tras el amplio respaldo que el juicio político a Rousseff obtuvo el mes pasado en Diputados, una mayoría de senadores decidirá sobre el fin de la semana que viene suspenderla por hasta 180 días para juzgarla. El vicepresidente Michel Temer asumiría entonces interinamente las riendas del gobierno y los analistas coinciden en que sería prácticamente imposible que Rousseff pueda ser declarada inocente y volver al gobierno después de ser apartada del mismo.

    “Si ya era casi imposible que (la presidenta) evite la votación del impeachment, el pedido del procurador general alejó hasta la más remota posibilidad de que ella y su mandato sobrevivan a la votación en el plenario del Senado”, dijo Antonio Lavareda, profesor de Ciencia Política en la Universidad Federal de Pernambuco, en declaraciones a Búsqueda

    “Organización criminal”.

    Para el Partido de los Trabajadores (PT) que gobierna Brasil desde hace 13 años, el panorama difícilmente podría ser peor. Con importantes dirigentes procesados y condenados por el caso Petrobras o el escándalo previo de compra de votos en el Congreso conocido como mensalão, esa fuerza política que hasta hace poco tenía aura de invencible puede caer del poder del modo más doloroso: desprestigiada, acorralada y en medio de la peor recesión económica que el país haya tenido en décadas.

    Rousseff insiste en que el juicio político en su contra es un “golpe” porque carece de sustento legal. Pero esa tesis ha sido refutada públicamente por tres ministros del Supremo, incluido José Antonio Dias Toffoli, que fue nominado por Lula luego de trabajar como abogado del PT. Aunque la izquierda y los sindicatos intentan movilizarse en las calles para impedir el juicio político, hasta ahora sus manifestaciones están lejos de paralizar el país. De hecho, son bastante menores que los actos a favor del impeachment. Según encuestas divulgadas en abril, tres de cada cinco brasileños apoya la salida de la presidenta, a quien aún le quedan tres años y medio de su segundo mandato.

    Lula, un ex obrero que dejó la Presidencia al final de 2010 con una amplia popularidad tras gobernar ocho años en medio de un boom económico y promover programas sociales que sacaron a millones de la pobreza, era la mayor esperanza de resurrección del PT en las próximas elecciones presidenciales. Pero su futuro político y personal aparece seriamente comprometido por la denuncia que el procurador general presentó al Supremo: refiriéndose al esquema de corrupción en Petrobras, sostiene que “esa organización criminal jamás podría haber funcionado por tantos años y de una forma tan amplia y agresiva en el ámbito del gobierno federal sin que el ex presidente Lula participase de ella”. 

    Pero las acusaciones de corrupción y abuso de poder salpican en general a toda la clase política brasileña. La lista de nombres remitida por Janot al Supremo incluye una treintena de políticos sospechosos de participar de los fraudes de Petrobras, que se sumarían a otros 39 que ya estaban siendo investigados. Entre ellos figuran el senador opositor y ex candidato presidencial socialdemócrata Aécio Neves, así como el líder de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, que ya enfrentaba cargos de corrupción y lavado de dinero. 

    Cunha pertenece al Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) del vicepresidente Temer, a quien sigue en la línea sucesoria de la Presidencia debido al cargo que tiene en Diputados. Pero el Supremo decidió juzgar este jueves un pedido para apartarlo de ese liderazgo en el Congreso, bajo el argumento de que alguien que es reo en la Justicia está impedido de figurar en la línea de sucesión presidencial.

    El propio Temer había sido citado por el senador Amaral como alguien que fue determinante para la designación de dos directores de Petrobras que acabaron presos por corrupción.

    Pero el procurador general evitó hasta ahora pedir que el vicepresidente también sea investigado, por entender que las acusaciones en su contra carecen de peso suficiente. Algunos analistas creen que esto podría fortalecer a Temer ante la perspectiva de que asuma la Presidencia enfrentando una devastadora crisis político-económica. No obstante, las encuestas muestran que el vicepresidente carece de respaldo popular: apenas 2% de los brasileños decían en abril que votarían por él en una elección presidencial y 58% se manifestaban a favor de someterlo también a juicio político.

    Temer, un experto en derecho constitucional de 75 años, ha indicado que apuesta a formar un gobierno de “unidad” con varios partidos. Pero esa tarea resulta compleja ante las acusaciones que recaen sobre algunos de sus principales aliados y candidatos a ocupar ministerios. Las exigencias de los grupos invitados a participar del probable gobierno también están cambiando los planes de Temer. Por ejemplo, su intención era reducir la cantidad actual de ministerios de 31 a cerca de 20, pero esta semana admitió que a lo sumo logrará eliminar tres. Esto plantea desde ya dudas sobre la fuerza política que tendría para promover un ajuste fiscal doloroso y reformas impopulares que apuntalen la economía. 

    Otra condición que pusieron algunos partidos para apoyar al vicepresidente es que desista de ser candidato presidencial en 2018, algo que él mismo ya ha descartado públicamente. Pero esto también podría jugar en su contra. “El hecho de que Temer ya haya declarado que no será candidato, por un lado es positivo para su gobierno (porque) permite que se junten aliados a él”, señaló Lavareda. “Pero por otro lado es negativo para su gobierno, porque la reelección siempre es un factor que fortalece al presidente”.