N° 2047 - 21 al 27 de Noviembre de 2019
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEs cuestión vieja dividir al arte, a corte grueso, entre “de calidad” y “popular”.
Por supuesto, no es lo mismo el Requiem de Mozart que The Wall de Pink Floyd.
Pero el arte en general —aunque ahora nos ocupemos del musical— no apunta al intelecto sino a la emoción, y por eso su historia de siglos, a través de los gustos, integra lo clásico y lo popular. No es matemática, sino cómo conmueve una obra más allá de diferencias reales de nivel estético.
Todo esto se convierte en absurdo cuando la grieta se abre incluso en la llamada “música popular”, caso del tango. Y se abre por la grosería de ciertos puristas, aun asistidos técnicamente de razón, al calificar de mal modo y pasar por encima de virtudes, quizás menores, que exhiben los marginados por su —real o supuesta— carencia de calidad.
Alfredo de Angelis, pianista, director y compositor nacido en Buenos Aires en 1910 y muerto en la misma ciudad en 1992, fue desacreditado en reiteración real por algunos críticos con el apodo de “calesitero”, en alusión a que tocaba música de calesitas. Hasta hubo quienes lo llamaron “básico”, “comerciante vulgar y demagogo” e “inescrupuloso que produce basura para el consumo de ignorantes”.
Una barbaridad.
La verdad —sustentada en un extendido consenso de historiadores menos enfáticos y más estudiosos— dice que el autor de El taladro o Pregonera construyó, en la época dorada del tango, a mediados de la década de 1940 y parte de la siguiente, una orquesta que retornó, junto a Biaggi, a D’Arienzo y a Héctor Varela, a tocar en compases de 2 x 4, a poner su acento en el baile y a “sonar armoniosa y sincronizada, prolija y sencilla, respetando la melodía con un eficaz manejo del ritmo y el lucimiento de los cantantes”, pese a que jamás quiso innovar, y sin alcanzar, está claro, las mayores y disfrutables complejidades y las búsquedas de nuevos horizontes de Pugliese, Di Sarli, Troilo o Salgán y, ni que hablar, de Rovira o Piazzolla.
De Angelis aprendió solfeo y armonía en la niñez y tocando el bandoneón, que pronto cambió, para siempre, por el piano. Comenzó adolescente acompañando al cantor Juan Giliberti, quien, ¡vaya imaginación!, anunciaba sus presentaciones con carteles que decían que “Gardel lo había reconocido como su sucesor”. Al poco tiempo tocó con Anselmo Aieta, en una agrupación donde el primer violín era D’Arienzo. Más tarde estuvo en el sexteto de Graciano De Leone, armó un dúo con el bandoneonista Daniel Álvarez y, a inicios de 1940, formó su propia orquesta, debutando en el café Marzotto de la calle Corrientes con el cantor Héctor Morea, con el que no llegó a grabar discos.
A partir de ahí, más precisamente el 23 de julio de 1943, se le abrieron las puertas del éxito.
Con la voz de Floreal Ruiz, la prestigiosa Radio El Mundo lo contrató como estrella del Glostora Tango Club, legendario programa que se realizaba con público para que se bailase en la pista de la fonoplatea, durante alrededor de media hora todos los días hábiles. Aunque suene increíble, adorado por multitud de bailarines, de Angelis —“el calesitero”, “el burdo”, “el que producía basura para los ignorantes”— se mantuvo ahí durante 34 años, cerrando el ciclo el 21 de enero de 1977. Eligió siempre voces de calidad —Ruiz, Carlos Dante, Roberto Florio, Julio Martel, Juan Carlos Godoy y Oscar Larroca, entre otras—, grabó 500 temas, la mayoría para la sello Odeón, el mismo que tenía la exclusividad de Francisco Canaro, Miguel Caló y Osvaldo Pugliese, impuso el canto a dúo, poco usual en la época, actuó en las películas Al compás de tu mentira y El cantor del pueblo y compuso varios tangos recordables como Pastora, Qué lento corre el tren, Remolino, Alelí y Lo había visto a Gardel, este con glosas del humorista Pepe Biondi.
Admito que nunca gusté del estilo de Alfredo de Angelis. Pero, como ya fue escrito, eso es asunto de cada uno y su sensibilidad y conocimientos.
Además, ignorar lo que representó, en una etapa esencial de la historia de la música popular ciudadana del Río de la Plata, parece excesivo.
Y no solo eso. Hasta los más refinados, en tono confidencial, han aceptado que, en particular para los bailarines que gozan con el tango danzado, hay versiones del “calesitero” que son difíciles de empardar: Pavadita, El entrerriano, Mi dolor, 9 de Julio, Cuando llora la milonga, El choclo, El once y La cumparsita.
No es un legado escaso.