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    Distribución, educación y otra matriz productiva

    Sr. Director:

    A pesar que se pretenda decir lo contrario, en el Uruguay la distribución del ingreso sigue con la misma o mayor desigualdad. Es que el alza enorme de los precios y rendimientos de los campos —cuya distribución es la más concentrada entre todos los recursos— benefició principalmente a sus dueños. Algunos los vendieron para comprar otros en Paraguay o para enviar los fondos a refugios fiscales en el mundo desarrollado o para pagar deudas con el BROU. Otros los explotaron para aprovechar la rentabilidad acrecida. Otros los arrendaron a precios varias veces superiores a lo usual. Pero el grupo de los terratenientes ganó como nunca. (*)

    Los análisis que dicen que la distribución del ingreso se mantuvo o mejoró marginalmente en los últimos años no captan este fenómeno porque usan las encuestas de hogares que, no solo no preguntan sobre riqueza, sino que, en la inmensa mayoría de los casos, no visitan a los verdaderos ricos (que son pocos y por tanto difícilmente sean seleccionados en la muestra); o, cuando lo hacen, ni siquiera se les contesta la encuesta o se confiesa el ingreso del propietario de, digamos, unas seis u ocho mil hectáreas de tierras de buena calidad.

    Así, en el mejor de los casos se logra mantener constante la distribución de los ingresos. En el peor, no solo se deteriora brutalmente la distribución del ingreso y la riqueza sino que ni siquiera se percibe lo que está pasando.

    Eso pasa porque la distribución del ingreso depende estrictamente de la distribución de los activos productivos.

    Esta verdad la conocíamos desde hace décadas y aun siglos, pero la hemos ido olvidando mientras discutimos cómo mejorar la distribución del ingreso sin tocar la de los activos de producción, porque intentar redistribuir los activos físicos, especialmente tierra que tiene una suerte de “aura” especial, lleva a enfrentamientos sociales inmanejables y a caídas verticales en la productividad.

    El único camino viable es adoptar un modelo de crecimiento basado en un recurso productivo que esté mejor distribuido que los recursos naturales.

    Esto es lo que hizo, mejor que nadie, Finlandia, al adoptar un patrón de crecimiento basado en la inteligencia y el conocimiento. En el caso finlandés esas virtudes se aplican principalmente a la producción industrial, igual que a mediados del siglo XX lo hicieron países como Japón y Corea y hoy lo hace China.

    Lo está haciendo ahora la India con énfasis en la exportación de servicios de alta tecnología, especialmente computación, mientras otros países y territorios asiáticos apuntan a servicios de tipo financiero y logístico, como en los casos de Hong Kong o Singapur.

    No lo hicieron los países árabes dotados de grandes riquezas naturales.

    Deberíamos hacerlo nosotros, combinando las exportaciones primarias actuales con varios de los caminos mencionados para crecer mejorando la distribución del ingreso y la riqueza, al dotar del máximo valor económico a recursos como la inteligencia, la capacidad de trabajo o la creatividad de nuestros ciudadanos.

    Estos recursos productivos están mucho mejor distribuidos que la tierra y, además, son renovables, expandibles y mejorables, nada de lo cual puede hacerse con la tierra.

    Las dos trabas principales que enfrenta el Uruguay para la adopción de un modelo de crecimiento distributivo basado en el conocimiento son las políticas cambiaria y de inserción internacional, sobre las cuales se ha dicho mucho y se seguirá diciendo, y la progresiva destrucción del aparato educativo que durante décadas ha hecho el FA ideologizando los sindicatos de profesores, proceso que ha acelerado notablemente con iniciativas tan malhadadas como la ley de educación y la absoluta tolerancia ante las medidas sindicales que tanto dañan a los estudiantes.

    Cuanto más se deteriore la educación en general, tanto más lejos estará el objetivo de crear un modelo de desarrollo basado en el conocimiento.

    Y cuanto más “éxito” sigan teniendo los sindicatos frentistas en deteriorar la educación pública, tanto más se hará desigual la distribución futura de los ingresos, la riqueza y el bienestar porque los niños ricos —cuyos papás son dueños de recursos naturales de producción— irán a colegios privados donde se enseña bien con programas apuntados a las realidades del siglo XXI, mientras los hijos de los pobres seguirán yendo a escuelas públicas donde cada vez se enseña peor y el sindicato propone dejar de enseñar nada menos que inglés y computación.

    Jaime Mezzera

    (*) Nótese que uso este término en el sentido estricto de la Real Academia Española: “terrateniente: del latín terra, tierra y tenens, que tiene. Persona que posee tierras, especialmente la que es dueña de grandes extensiones agrícolas”. No hay, por tanto, ninguna adjetivación positiva ni negativa.