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Digamos que usted viaja seguido, tiene dinero y está harto de los convencionales hoteles tipo… no digamos los nombres, son cadenas internacionales, ya se sabe: por más que tengan cinco estrellas, siempre la misma habitación, el baño en suite, la heladerita, el aire acondicionado, la tarjeta para encender las luces, el teléfono en la mesa de luz, el plasma, los cuadros con paisajes y colores inocuos, casi camuflados en la pared. Usted desea salir de ese anonimato, de esas noches todas iguales fuera de su hogar. Y decide alojarse en lo que podríamos llamar un sitio alternativo, algo diferente, con comodidades, claro, porque a su edad no está para levantarse al día siguiente con dolor de espaldas, pero desea sentirse más ligero, mejor, que la luz sea distinta, que el paisaje que entra por la ventana sea distinto. Entonces, usted echa mano al libro Hoteles insólitos (Jonglez, 2008, 221 páginas) y comienza la sorpresa. Primero que nada: 50 hoteles en 23 países diferentes, desde Alemania, Canadá, Eslovenia, Finlandia, Francia, Italia, Japón, Suecia y Estados Unidos, hasta Brasil, Chile, China y Kenia. Segundo: las tarifas, que van aproximadamente desde 20 euros hasta más de mil por noche. Tercero: la dirección y la forma de llegar a esos hoteles. Por ejemplo: el Kolarbyn, en Suecia, es un hotel con doce pequeñas cabañas sin electricidad en el bosque. Está a dos horas en coche de Estocolmo. Si usted viaja en tren o en autobús, el personal del hotel irá a buscarlo. Se reserva por Internet y está abierto desde el 1º de mayo hasta el 30 de setiembre. Los adultos pagan 27 euros diarios y los niños 13, que incluyen una manta de piel de oveja, velas, cerillas, madera para el fuego, agua de pozo y barbacoas para cocinar.
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No quiero cocinar ni escuchar sonidos del bosque, dice usted. Bien, más opciones.
Un iglú, por ejemplo. En Suiza, el hotel Iglú-Dorf (un poco más caro: entre 100 y 400 euros por persona, con comida, bebidas sin alcohol y acceso al sauna y a la piscina), instalado en plena montaña y con artistas canadienses que decoran los interiores de cada iglú. Bueno, dice usted, pero si me tengo que levantar de noche para ir al baño y no encuentro las zapatillas… No se preocupe, hay muchas más opciones.
La Grúa de Harlingen, en Países Bajos. Sí, leyó bien: usted dormirá en una grúa industrial por 320 euros la noche, con desayuno incluido. Impecablemente decorada y con todas las comodidades, la grúa le ofrece la mejor vista portuaria: amaneceres y atardeceres soñados, la actividad de los muelles, los barcos que entran y salen. Olor a pescado y la posibilidad de toparse con algún estibador violento, dirá usted. No hay problema, seguimos.
El Magic Mountain Hotel, en la apacible reserva de Hulio Hulio en Chile, una especie de montaña de piedra a lo Gaudí. Son trece habitaciones con baño privado y una cascada que cae permanentemente. Soledad, animales autóctonos, la cascada, pero si nada de eso lo conmueve, también está el bar con lo de siempre. ¿Dice que está cansado de las humedades en el techo y la cascada se lo recuerda? Pasemos a otra opción.
Baumhaus Hotel, en Alemania, el primero construido sobre los árboles. Casas de dos pisos colgadas a unos ocho o diez metros del suelo con muebles rústicos. Tienen balcón y radiadores eléctricos. Uno se despierta con los pájaros taladrándole el oído, literalmente. Y ese es el problema, dirá usted.
Por allí cerca, en Austria, se encuentra el Das Park Hotel, donde se puede dormir en un… tubo de hormigón. Ya sé: por más onda que tengan las camas, la decoración, etc., etc., el tubo de hormigón es el lugar donde duermen los indigentes, y usted no está dispuesto a pagar por eso.
Entonces, el Old Railway Station, en el Reino Unido, donde reposará en un antiguo vagón del famoso Orient Express que tiene todo lo que se necesita y además la historia, las aventuras que allí ocurrieron, la onda Agatha Christie. Hay que reservar porque siempre está completo. ¿Aunque no se mueva le da vértigo?
Volvamos a la habitación iglú con el Hotel Kakslauttanen, unas cómodas y calefaccionadas cúpulas de vidrio que permiten contemplar en todo su esplendor la aurora boreal en Finlandia. Adentro, calorcito; afuera, 30 grados bajo cero. Y sobre su cabeza, el firmamento.
Otras opciones de aislamiento total: el Utter Inn, en Suecia, donde se duerme en pequeñas casas flotantes, en el medio de un lago, o en una cápsula submarina en los Estados Unidos (450 dólares por persona, desayuno incluido). Usted observa a los peces y los peces lo observan a usted.
Y si tampoco le va todo esto, todavía hay más: el interior de un helicóptero guardacostas norteamericano, una vieja plaza de toros mexicana, lo que fue un observatorio en el medio de la selva en Panamá, habitáculos del tamaño de ataúdes en Japón, hoteles entre esculturas y obras de arte en China, en un parque de caravanas en Francia, en un avión que combatió en Vietnam (y no es en Estados Unidos, es en Nueva Zelanda), en un monasterio o en un faro en los Países Bajos...
Si vuelve a elegir los clásicos edificios cuadriculados, grises, de varios pisos y varias estrellas en el centro de la ciudad, con el minibar, el teléfono en la mesa de luz y el conserje siempre correcto y dispuesto a brindarle información, no es por falta de opciones.