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En 1989 ganó el Frente Amplio las elecciones municipales por primera vez. Fui con mis amigos a festejar a 18 y Ejido. La multitud derrochaba felicidad, mi amigo Carlitos se puso a llorar (de emoción) y cantamos y vociferamos hasta quedarnos afónicos. En eso sonó la sirena del diario “El Día” —que agonizaba. Pero con su ulular aún señalaba un acontecimiento importante.
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Para todos, aquello era un antes y un después. Primero Montevideo, luego el gobierno. El Frente iba a desbancar a los partidos tradicionales inexorablemente, algún día. Fuimos felices.
Mientras tanto, las Intendencias del Frente Amplio en la capital se han sucedido. Una tras otra. Yo creo que van a seguir unos cuantos años más.
Montevideo sigue muy, pero muy sucia. Sus ómnibus y taxis siguen siendo muy, muy deprimentes. Y lentos hasta la exasperación. Sus veredas parecen haber sufrido un continuo sismo de desidia y abandono. Muchas de sus calles tienen vendedores ambulantes que ofrecen artículos de contrabando. La mayoría de sus parques y plazas constituyen una mezcla de pasto ralo, muritos grises pintarrajeados, bolsas voladoras y seres humanos muy desgraciados que a menudo usan de hogar y cama esos lugares públicos.
Y Montevideo sigue rodeada de un cordón de asentamientos, de viviendas precarias y paupérrimas donde se viola una larga lista de derechos humanos.
Pero escucho a Daniel Martínez y su voz suena a líder, a hombre nuevo lleno de ideas, a intendente vocacional, de alma, que poco tiene de heladera y sí de adulto juvenil ciclista y atlético.
Habla como si fuera de otro partido, como si lo suyo no tuviera nada que ver con las gestiones anteriores —aunque hay unas caritas en su plantel que me suenan de otrora.
Sus promesas se han cebado en mi barrio. Quiere convertirlo en algo así como el Gótico de Barcelona. Tiene grandes proyectos, planes, sueños. Ya empezó con algo: ¡¡las veredas!! Les puso un título casi nobiliario: “Veredas de accesibilidad universal”. Oh. Un día me desperté y encontré mi cuadra levantada, otro día apareció empastada para siempre de un gris mugroso, mal hecho, desprolijo.
Los bloques de granito rojo que parecían un campo minado, están siendo quitados uno a uno —también a una lentitud exasperante— en teoría para homogeneizarlos. Imaginé: “¡Qué bonito, va a quedar todo como frente al Centro Cultural de España!”.
No fue así. Los cachos de granito no parecen recortados ni pulidos y siguen mostrando grotescas formas adoptadas por el tiempo. Una mezcla berreta las une: me juego a que se deteriorará pronto. Todo amenaza tener fecha de vencimiento.
Los espacios públicos inaugurados, hace tiempo, con gran alharaca, como la plaza de la Diversidad, seguirán siendo fumaderos de pasta base.
¿Y la gran fantasía de Martínez? ¿Vaciar de buses torpes y ruidosos el bello casco antiguo? ¿Acaso quiere crear un confortable tranvía eléctrico, a lo Lisboa, a lo Berlín? Oh…