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    Dulce melancolía

    —Nadie sabe de esta pena/ que va desgarrando mi alma,/ ya mi vida es vida muerta/ porque murió mi esperanza./ Fue la última canción/ que en la noche se escuchó,/ de aquel cantor de mi pueblo,/ romántico y soñador.

    Última estrofa —premonitoria— del tango Aquel cantor de mi pueblo, cuya letra escribió Ignacio Corsini, con música de Enrique Maciel.

    Corsini, en su plenitud llamado “El Caballero Cantor”, nació en Troina, provincia de Enna, Sicilia, el 13 de febrero de 1891. No conoció al padre, y su madre, Socorro Salomone, viajó con el niño a Buenos Aires en 1896 buscando huir de la miseria que los acosaba. Se afincaron en Almagro, donde ella instaló una modesta fonda. Sin embargo, cuando Ignacio cumplió 12 años, se trasladaron a Carlos Tejedor, ya en la provincia, y aquel jovencito rubio y de ojos celestes debió trabajar como boyero y resero:

    —Los pájaros me enseñaron la espontaneidad de su canto —diría, ya mayor—, sin testigos, en el gran escenario de la naturaleza. Aprendí a cantar como ellos, con naturalidad, sin esfuerzo, sin conocer música.

    ¡Cómo aprender entonces! Solo logró que un paisano le enseñara, al modo “orejero”, lo elemental de la guitarra en aislados descansos en la cocina de los peones.

    Diez años más tarde madre e hijo volvieron a Almagro, donde Corsini, devenido albañil, conoció a José Betinotti, famoso payador y cantor al que admiraba, cuyo estilo y repertorio lo influyeron grandemente y que fue su primer maestro: en esa época, con unos amigos, formó el conjunto Los Nobles Serranos, de raíz folclórica, y debutó en el modesto tablado El progreso de Almagro con El trovador nacional.

    Brotó esa noche el cantor campero, con estilos, valses, vidalitas y milongas, convocado al principio a reuniones familiares, asados de hinchas de clubes de fútbol y serenatas “a la gorra” a chiquilinas de los alrededores. El escritor Héctor Zinni lo reflejó así:

    —Tenía un definido timbre de tenor, con una impostación de la voz muy peculiar, desmayada, melancólica como la luz de los atardeceres campesinos pero con un claro dejo nasal, propio de los habitantes del sur de Italia.

    Pero la vida reserva sorpresas. Se relacionó casualmente con un actor circense, José Pacheco, quien lo introdujo en los espectáculos teatrales y terminó siendo su suegro, ya que Corsini se casó en 1911 con la hija, Victoria Emilia, nada menos que una menuda equilibrista, única mujer de su vida, con la que tuvo un hijo también llamado Ignacio, que alguna vez quiso cantar y terminó siendo médico:

    —En ella tuve a la gran compañera, la que me alentó en mis horas inciertas y a la que debo gran parte de lo que he conseguido.

    En 1912 alcanzó notoriedad como cantor y actor en los circos Colombo y las compañías de José Podestá y José Arraigada, y los sellos Víctor y Odeón abrieron camino a sus primeras grabaciones: la canción Las violetas y el vals de su autoría Tristeza criolla, que en la década de 1940 fue remozado por Ángel Vargas. Conoció a Gardel en 1913, en Bahía Blanca, y fueron amigos y respetuosos competidores; Gardel inventó el tango canción en 1917 —gracias a Mi noche triste— y Corsini no se animó a incorporar el género hasta 1920, con Un lamento; Gardel nunca cantó obras de Blomberg y Maciel, autores preferidos de Ignacio, y este jamás abordó las de Carlos con letras de Alfredo Lepera.

    Del repertorio del alto y elegante “caballero cantor” destacan Caminito, La pulpera de Santa Lucía, Patotero sentimental, La canción de Amalia, La que murió en París, El adiós de Gabino Ezeiza, La viajera perdida, China de la mazorca, Barrio viejo del ochenta, Sombras, Amigazo y Los jazmines de San Ignacio, entre muchísimos temas más.

    En teatro, una incompleta reseña resalta su actuación en La estrella del infierno, Conventillo nacional, Un escándalo social, En el barrio de los tachos, Sunchales y La vida comienza mañana. En cine intervino en Federación o muerte, Milonguita, Santos Vega y Fortín alto, donde, en breve escena, aparece junto a un joven e ignorado Edmundo Rivero.

    Pronto, el adiós: su esposa murió en 1948 y un año después, el 28 de mayo, hizo su despedida por radio Belgrano, junto a la orquesta de Juan de Dios Filiberto. La audición fue conmovedora. Reapareció públicamente, ya en decadencia, en Canal 7 en 1961, y murió el 26 de julio de 1967.

    Dejó escrito:

    —Vivo para mis recuerdos. El presente es solo para mí un punto para mirar atrás sin tristeza, pero con una dulce y profunda melancolía.