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    Eh… eh… eh…

    Emir Kusturica estuvo en Uruguay

    Es alto, fuerte, de pelo largo, despeinado. Ni miró a los periodistas que lo detectaron un rato antes de la conferencia de prensa en la planta baja del hotel. Ni siquiera miró cuando uno de sus acompañantes largó un tajante “ahora no, muchachos, fotos después”, en tono porteño, bien porteño. Descansaba en un sillón con la mirada perdida en los grandes ventanales. Parecía cansado. Al rato, cuando entró en la sala del cuarto piso para la conferencia de prensa que dio el jueves 5 antes de despedirse de Uruguay, el cineasta serbio Emir Kusturica (1954) mantuvo esa cara de pocos amigos o de agotamiento permanente, ojos hundidos, párpados caídos, mirada triste. Dicen las malas lenguas que también es consecuencia de su vida un poco desenfrenada, de sus malas ingestas, de su actitud siempre festiva. “El lunes casi lo internan de todo lo que comió”, comentó alguien de los “allegados” que nunca faltan y que ahora son muchos en este rincón del mundo donde el director hizo nuevos amigos y fans, cercanos y no tanto, al ex presidente Mujica, a quien Kusturica vino a filmar.

    La idea fue documentar el último tramo del ex presidente y desde allí perfilar una mirada personal sobre este personaje que seduce aquí y en todo el mundo. En especial, el último día, donde la estrella de la política yorugua brilló más que nunca. En la edición de Búsqueda del jueves 5 (Nº 1.806) una crónica narra el minuto a minuto del realizador junto al presidente saliente, en su chacra, por la mañana, en su despedida en la plaza rodeado de sus seguidores, y de vuelta en Rincón del Cerro, donde recibió al rey Juan Carlos en su modesto jardín.

    El director quedó fascinado con su protagonista y el multitudinario grupo de extras, entusiastas, eufóricos, que le costó un tropezón y caída en medio de la Plaza Independencia. Fascinado se despidió Kusturica. Tanto, que alguien comentó que estaba tan contento de su estadía en Uruguay que “pensaba en comprar algo aquí y venir a instalarse”. Rumores, rápidamente desmentidos en la puerta del ascensor del Hotel Radisson apenas terminó la conferencia, el único momento donde algún periodista cholulo se sacó una foto y cruzó dos palabras con él.

    Lo que no desmintió en ningún momento fue su admiración por este hombre “que vive como le dictan sus convicciones, como no vive ningún presidente en el mundo”. Un presidente que se va ovacionado, un presidente que no se enriqueció con el poder (“lo habitual es que los presidentes en el mundo se vayan más ricos de lo que llegan y vivan en lugares costosos”), un presidente que “se sube a un tractor para cortar el pasto”. En ese tenor fue toda la conferencia, aunque los periodistas intentaron extraer un poco más, tocar otras fibras de este genial cineasta que gusta pasar el tiempo arriba de un escenario con su banda gitana The No Smoking Orchestra. Allí muestra ese lado entre festivo y denso de la cultura balcánica, esa especie de banda alocada que transita por el amor a la vida entre muertos ancestrales y actuales, en medio de pobreza y tragedias étnicas y religiosas y políticas incomprensibles.

    Desde esta mirada también seductora del gran Kusturica, confieso que me desanimó profundamente conocerlo, sobre todo, escucharlo repetir todos los lugares comunes con los que a esta altura uno puede referirse a Mujica. Un fenómeno también, un hombre digno de múltiples acercamientos artísticos o documentales seguramente, pero un hombre más complejo, mucho más complejo que el que pinta Kusturica entre sonrisas y halagos permanentes. No escuché nada medianamente interesante sobre el documental, a pesar del esfuerzo de los periodistas uruguayos, que a pesar de la evidente admiración por la personalidad que enfrentaban, marcaron la cancha y preguntaron, como debe ser. Respuestas previsibles, frases enfáticas y construcciones ideológicas de factura muy esquemática. Se escuchó hablar de imperio, de ricos y pobres, de poderosos y débiles, de malos y buenos. Sobre este esquema se monta la visión que le imprimirá a su trabajo, al que anunció que le queda un 20 por ciento, sobre todo la parte de la guerrilla. “No será un documental típico”, dijo, refiriéndose a la acumulación de entrevistas a las que acostumbra abordar cualquier documentalista típico.

    El director lo visualiza como El último héroe, título que por ahora marca la postura y el enfoque del documental. Así, sin pelos en la lengua, sin medias tintas, sin sutilezas. Se fue Kusturica entre frases de admiración al Pepe que largó en todas las respuestas de la conferencia y malabares para explicar quién es Mujica a los que ya sabíamos quién era. Sobre todo, a los que compartimos su historia, su contemporaneidad, su contexto, sus conflictos, sus errores, ese conocimiento que nos da la cultura, la territorialidad, la comunidad, la inefable identidad que compartimos o con la que disentimos. Entre comilonas y abrazos de compinches y fotos, se fue uno de los más interesantes directores europeos de cine.

    Es una estrella, un rockstar como se dice ahora, término que también se oye de su boca para referirse al ex presidente José Mujica y Diego Maradona, su otro gran amigo rioplatense, a quien ya le dedicó un documental de una hora —Maradona by Kusturica—, estrenado en Cannes en el 2008 y antecedente ineludible para entender la cabeza, el enfoque, el inexplicable interés de este sujeto por estas tierras y cultura tan lejanas a las suyas, por este mundo tan diferente, al que mira con cierta actitud condescendiente. Allí fue el amor al fútbol y al desenfreno y a una imagen idealizada de un hombre que Kusturica considera “líder social” con su lucidez y sus conflictos con las drogas. El documental es clave para prevenir sobre este deslumbramiento por Mujica que mostró en cada frase, en cada palabra, en cada gesto, que iluminaba sus ojos apenas mencionaba el nombre. Deslumbramiento que es potencial enemigo de la calidad, del valor espiritual, de la complejidad del alma humana, cuando intentamos un acercamiento a una personalidad tan seductora y cautivante. Maradona por Kusturica peca de genuflexo, de alcahuete de un discurso endeble, mediocre, pobretón, que todos los que admiramos al Diego del fútbol, sabemos que tiene cuando se mete en otras tiendas, sobre todo políticas. Peor: el documental parece un encargo, un largo y muy bien realizado aviso sobre los geniales líderes populares latinoamericanos, de Fidel a Chávez, de Evo Morales a Diego Maradona. Un desatino. Claro que mecha a Claudia, Fiorito, su padre, las hijas, la Iglesia Maradoniana y Manu Chao, lo que le da un toque culturoso y divertido, el color de la cultura latinoamericana, incluida la pobreza. Tiene todos los lugares comunes, como las respuestas sobre Mujica en la conferencia. Una pena. Como da pena ver al ídolo futbolístico de mi generación en un programa de televisión, supuestamente futbolero, expuesto como un patético títere de quién sabe quién, a decir “eh... eh... eh...” porque ya no puede expresarse con fluidez. Y el coro de rapiñeros alrededor, festejando. Por la plata baila el mono, Emir. Eso tampoco lo enfocaría nunca en su documental: por qué el Diego llegó a donde llegó. Para no decir que el director aparece más que Maradona. Siempre festejándolo, como cualquiera de sus perros falderos.

    Si fuera otro, uno ni se molestaría en escribir dos líneas. Pero Kusturica es un tipo admirable, de quien corresponde esperar más y mejor, siempre. Desde sus convicciones, claro. Una cosa no quita la otra. Respeto sus convicciones. Pero la seducción acrítica, la mirada genuflexa y superficial no conducen nunca a buen puerto. Decir que Mujica le recuerda a un “patriarca de la Iglesia ortodoxa” de su país, parece un poco demasiado. Tiene derecho a pensar y decir lo que quiera. Pero por favor, que no lo venda en un documental como si fuera un comercial de un santo. No hay que olvidar, además, que Mujica es un político. Como Maradona un futbolista.

    Kusturica es un gran profesional, un tipo que se ganó el respeto del mundo entero con una obra cinematográfica de primera línea, con un estilo desencajado, potente, excesivo. Es evidente también que trabaja mucho y en serio. Es posible que ese exceso vital sea parte de la mitología construida alrededor de su persona, ese mundo de gitanos desorbitados, esa música permanente de fiesta continua, la violencia y la celebración de la vida siempre de la mano. Pero el exceso de halagos no es lo que uno espera de un realizador de su talla. Exceso que lo llevó además a explicarnos a los uruguayos a quién votamos y tuvimos de presidente. Ojalá me equivoque y haga un documental maravilloso. Y que su tropezón en la plaza no haya sido una metáfora de su inmersión uruguaya. Por el bien de todos.