Recorría los valles y las colinas, oraba seguido por sus acólitos, oraba en soledad y profunda meditación.
Recorría los valles y las colinas, oraba seguido por sus acólitos, oraba en soledad y profunda meditación.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáSe alimentaba de hierbas y frutos, y su austera figura, apenas cubierta por unos raídos lienzos, se desdibujaba en los atardeceres cuando, tras la puesta del sol, se reclinaba bajo un frondoso árbol y junto a unos tupidos arbustos para pasar la noche al abrigo de la naturaleza.
Hacía días que sus fieles seguidores le insistían en tener un encuentro espiritual, para escuchar sus prédicas, reflexionar en grupo, recordar viejos tiempos y mirar juntos hacia un promisorio futuro.
Besozio, uno de ellos, le había advertido que incluso podría tratarse del último almuerzo.
—Nunca se sabe, señor, si no nos acercamos al apocalipsis, a la noche eterna, o a tu sacrificio por la humanidad sufriente y descarriada —le dijo Besozio al Maestro—; juntémonos en mi modesto jardín y comamos y bebamos en comunión espiritual —agregó—. Yo ya hice carnear un ternero pa que no falte nada, y Laflufo prometió traer un buen vino —concluyó, mencionando a otro de los discípulos que seguían a Pepús, el profeta.
Este dato terminó por convencerlo.
Uno a uno fueron llegando al jardín de Besozio, quien los iba recibiendo con un cálido abrazo, ubicándolos bajo la enramada en la cual tendría lugar el encuentro.
Tras Laflufo, quien portaba sobre el lomo de su asno varios odres de vino fresco, llegaron casi al unísono Ezquerro, Bentosio, Zimmerio, Bascucio y Botanio. Un poco más tarde aparecieron en el lugar Barrosio y Carambulán.
Sus rostros reflejaban la ilusión y la alegría de reencontrarse con el Maestro.
Uno de ellos preguntó por Osorios y por Coutinios, pero otro le respondió que no vendrían, porque estaban ofuscados por las ambiguas actitudes del Maestro hacia ellos.
—Colorados de bronca están, y por ello lo más seguro es que no vengan —afirmó Ezquerro, quien parecía conocer los detalles.
—Tampoco veo en este lugar ni atisbo en la lontananza a cuatro hermanos queridos y fieles a la causa, como Encisio, Falerio, Irazábalo y Castaingdebato, ¿qué ha pasado con ellos? —dijo Laflufo, quien quería mucho a estos discípulos.
—Este caso es distinto —comentó Botanio. He sabido que estos cuatro hermanos consultaron al supremo sacerdote Luisitio, quien les aconsejó no venir, porque dijo que Pepús transforma estos encuentros espirituales en actos políticos, y eso los aleja del ámbito de reflexión necesario en estos casos —afirmó.
En eso, en medio de una inesperada polvareda levantada por un súbito viento del sur, con los rayos del sol refulgiendo tras su inconfundible figura, llegó el Maestro Pepús al encuentro con sus discípulos.
—¿Quiay pa comé, bo, Besozio, que me chamuyaste quiabías carneao un ternero? ¿Era verdá o pura buya, bo, canario bandido? —dijo el Maestro, anteponiendo por una vez su apetito acumulado tras los sufridos ayunos de las vísperas.
—Maestro, el asado está en marcha, como le prometí. Y además hay mollejas y choricitos antes, pa picotear —lo tranquilizó el anfitrión, aunque el Maestro no había concluido aún su interrogatorio.
—¿Y pa chupá qué trajiste, bo? —inquirió a continuación.
Laflufo lo tranquilizó explicándole que había traído tres odres de tannat y uno de cabernet sauvignon, tras lo cual le sirvió la primera copa a Pepús.
—Ta bien —dijo el Maestro suspirando—, pero que no haiga confushione, porque ejta copa e de vino y sheguirá shiendo de vino, y la única shangre que va corré acá e shi alguno deujtede me shaca la copa —enfatizó, llevando su mano al mango del facón que llevaba en la cintura.
Durante la comida hubo ejercicios espirituales y mucha masticación y beberaje.
Se habló de temas de tierras lejanas, y se criticó al emperador romano Trumpus Torpius y a sus contradictorias medidas, se especuló con las candidaturas al Sanedrín, de la carestía de la vida, y se criticó también, y mucho, al gobernador del territorio Tabarius Vazquius, por su poco tino y abundante displicencia.
—Eshun pecho frío, e, no she le mueve un pelo, pareshe un faraón, anda por aí repartiendo favore, el gobierno anda como el orto, ¡no shé qué le ve la gente, papá! —comentó el Maestro, y todos asintieron entrecerrando sus ojos con nostalgia.
—¿Podrás volver tú un día a mandar en esta tierra que tanto te necesita? —le dijo al Maestro el corpulento Carambulán, alzando los brazos al cielo.
—Yo tajtoy má pa la cru que pal gobierno —dijo Pepús, y extendió su copa vacía en procura de otra vuelta, obteniendo un generoso relleno.
—Y que she jodan lojque tengan quelejí al shushesó de Tabarius, porque no ai deande shacá algo que valga la pena, ¡dejpué que el Shendí she crushificó sholito, de pelotudo que e, papá!, me pareshe que laj vaca quiay aí enfrente son de color roshao, son rara esha vaca, bo, y lojavejtrushe eso tienen cuatro pata, bo, canario, ¿diande shacajte avejtrushe de cuatro pata? Y ademá lej digo que toy empeshando a ver nublao, me pareshe que she viene una tormenta, queloparió, mirá esho relámpago y esho rayo, en cualquier momento empiesayové —dijo el Maestro, a pesar de que el cielo estaba azul y sin nubes, y el sol brillaba con intensidad.
Los discípulos entendieron que el Maestro había caído en una reflexión mística, y decidieron dejarlo dormir la siesta tranquilo.