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    El acompañante

    Nº 2181 - 7 al 13 de Julio de 2022

    Suena raro que a una persona como uno, que la pasa leyendo y releyendo libros y documentos sobre tango y escarbando aquí y allá a la búsqueda de alguna anécdota que el lector disfrute, se le haya escapado un personaje esencial en la historia de una música que, al menos desde su origen clásico, definido, con la Guardia Vieja y hasta hoy, vaya camino a cumplir dos siglos. Pero ha sido así y recién hoy lo rescato: el acompañante.

    Y no me refiero a orquestas o agrupaciones menores que respaldaron el éxito de cantantes cuando estos, compitiendo con el baile como emoción principal, se instalaron definitivamente ante la gran platea popular con aceptación de todos. No. Pienso en aquellos músicos que solos, tocando una guitarra o un bandoneón, a la sombra del artista principal, sostuvieron a hombres y mujeres que, con sus voces, despertaban emoción y admiración en el público.

    Curioso, además, porque esa hermandad comenzó en los lejanos tiempos de los payadores, de los cantores criollos y de aquellos que, con el tango metido en su sentimiento y cuando los grupos musicales apenas los agregaban para breves estribillos, abrieron su propia senda de solistas. Son multitud los nombres, pero solo a título de ejemplo vale recordar al mismísimo Carlos Gardel, a Charlo, a Edmundo Rivero y a Ruben Juárez —que llegaron a cantar y grabar discos acompañándose uno con su guitarra y el otro con su blanco bandoneón— y al inolvidable Luis Cardei.

    María Maratea, que escribió la biografía de Luisito, dijo que le parecía haber compuesto la letra de un tango porque Cardei nunca llegaba solo. Venía con Antonio Pisano, como si fueran un solo cuerpo, ya que, en la unión de música y canto, se contorsionaban al mismo tiempo. “Era como una película de Fellini”, dijo María.

    Pisano, que nació en Calabria, Italia, en 1940, y murió en Buenos Aires en 2013, llegó con su familia a Argentina con apenas ocho años de edad. Su padre tocaba el acordeón y él aprendió música para poder ser bandoneonista, enamorado del tango y de ese instrumento seductor. Soñaba con el éxito, claro, y desde los 16 años organizó un trío con guitarra y piano y llegó a integrar fugazmente varias orquestas de esa época. Se dio cuenta rápido —aunque admitió más de una vez desconocer la razón— que no era lo suyo.

    Si extraños milagros existen, halló el camino cuando conoció a Cardei, ese cantor de voz chiquita pero conmovedora que cargaba con una hemofilia endémica, había sufrido poliomielitis y tenía un pequeño cuerpo encorvado, de piernas muy finas y temblorosas, pero contagiaba a cualquiera con un repertorio de tangos viejos y un sentido del humor indomable.

    A un costado en los escenarios, entregó su amistad y su creatividad musical a quien convirtió en su amigo inseparable. Lo acompañó casi 20 años, hasta la muerte de Cardei, pocos años antes que la propia. Los artistas de patio y parral, de bodegones y boliches, como los llamaron —“Hoy se presentan Luisito y Antonito”, se anunciaba en la puerta de tantas cantinas de barrio, escrito en pizarrones— actuaron 12 años en Lo de Arturito, un comedero en Pavón y Chiclana y lograron su mayor resonancia, después, en el ya famoso Club del Vino. Hacían un repertorio en el que repetían una frase que no era suya: “Seamos modernos, volvamos al pasado”. El repertorio se separó de “los grandes éxitos”, de los temas “demasiado abundantes de metáforas”, de tangos que “eran de otros”: pero hicieron regresar del olvido y alcanzar picos increíbles de repercusión, aunque grabaron muy poco, a El carrerito, Temblando, El último guapo, Ivette, Ventarrón, Mano cruel, Como dos extraños y Será una noche y así crearon una nueva escuela de intérpretes que integran, aún hoy, entre otros, Lidia Borda, Cardenal Domínguez, Ariel Ardit y Dolores Solá.

    Luisito contaba cosas entre tango y tango.

    “Mirá, Antonito… Nos están pidiendo El último guapo… Nos piden… ¿Te acordás cuando en la radio hacían pedidos? ‘De María, de Rosario, para Walter, de capital…’. Bueno, dale, tocalo despacito…”.

    Pisano, el acompañante que junto con uno de los hijos de Cardei lo ayudó tantas veces, hasta alzándolo, a subir a los escenarios, donde su amigo cantaba sentado, sonreía e iniciaba la melodía. Alguna vez confesó, con sonrisa tierna:

    “A Luisito lo dejo para que frasee, que haga las pausas. Lo espero y relleno con armonías… Así somos felices…”.