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    El aguacero

    Cuánta historia hay que recobrar para entender nuestra identidad cultural; para eso, nada mejor que la información en un teatro de anécdotas.

    —Casi, casi, lo grabó Gardel —confesó en sus memorias Cátulo Castillo—; fue cuestión de tiempo, una tarde de otoño. Yo andaba con la partitura de un tema que habíamos hecho con mi viejo y quería que lo cantara él. Me recibió vistiéndose, apurado, en su casa de la calle Jean Jaurés, por el Abasto: “Mirá pibe, te doy diez minutos. Y… tengo un apuntamento que salió recién. Si me soplás la letra, te escucho. ¡Ahí está el nopia!”. Se puso los lentes y empezó a leer mientras yo temblaba al teclado con la melodía. Me largué a entonar… Entonces, de golpe, se paró, me agarró del brazo y cuando reaccioné estábamos en la vereda y él por subir a un taxi: “Parecía buena la canción, pero ¿sabés? me falló el aviador… el chofer… ¡y un caballero nunca hace esperar a una mujer!”. Y se fue. Después solo lo vi en películas. ¡Qué cerca estuve!

    Así contó quien por ese tiempo era un modesto pianista con ínfulas de poeta y apenas 24 años, su frustrado intento de que Gardel aceptara grabar El aguacero, que ha soportado hasta hoy la inapropiada denominación de tango, cuando es una “canción criolla” o “canción de la Pampa”, como está registrada.

    La obra fue compuesta con su padre, el dramaturgo José González Castillo, un anarquista de ley, que en la época usaba también el apodo Juan de León. Cátulo Ovidio González —a quien su progenitor quiso registrar, y no se lo permitieron, como Descanso Dominical González—, ha sido siempre para el mundo de la canción popular, por decisión propia que explicó de diversos modos para confusión general, solo Cátulo Castillo. Ambos regresaban de Europa a bordo de un barco cargado de inmigrantes.

    Acerca del título sobrevive otra anécdota: lo decidió Cátulo, recordando la traumática experiencia de su nacimiento contada por su madre. Como era costumbre, la parturienta estaba en la casa, asistida por una partera. El hombre —tiempos machistas, cómo negarlo—, esperaba en el boliche de la esquina a que le avisaran. Cuando recibió la novedad, ya con algunas copas encima, corrió al hogar, arrancó al recién nacido de brazos de la madre y salió con él al patio.

    Llovía torrencialmente. Lo alzó cuanto pudo y dijo: “Que esta agua del cielo te bendiga y te haga un hombre de bien”.

    La madre, cuando su hijo pudo comprender semejante peripecia, le confesó una poco agradable consecuencia de aquel exceso: “Fue la primera congestión pulmonar que te agarraste en tu vida”.

    Aguacero, que significa lluvia repentina, abundante, impetuosa y de escasa duración, deriva de aguaza, vocablo que provine del latín aquacea; es decir que ninguna vinculación tiene con términos camperos o lunfardismos imperantes en aquellos años.

    El aguacero fue estrenada en noviembre de 1931 por Abelardo Farías en la revista De la tapera al rascacielos, en el Teatro Cómico de Buenos Aires.

    De inmediato, el éxito. Y con él una cantidad de grabaciones a lo largo de los años, de las cuales vale la pena destacar algunas: el dúo Alberto Gómez-Augusto Tito Vila, Francisco Canaro con la voz de Charlo, Francisco Lomuto con la voz de Fernando Díaz y Juan D’Arienzo con las voces de Amando Laborde y Osvaldo Ramos, todas para el sello Víctor; Lucio Demare con la voz de Horacio Quintana, Charlo, ya solista, con acompañamiento de guitarras y Ruben Juárez con la orquesta de Raúl Garello, los tres para el sello Odeón; Mercedes Simone junto al grupo de Emilio Braneri para el sello TK, y Susana Rinaldi con la agrupación de Juan Carlos Cuacci para el sello Trova.

    Hay también una poco difundida placa del trío Irusta-Fugazot-Demare, sobre la que escasean datos certeros; Alberto Vila la cantó en la película Retazo, dirigida por Elías Alippi; y la inolvidable Nelly Omar lo hizo en el filme Melodías de América (en esta interpretación se la puede ver hoy en Youtube, en un registro de gran fidelidad).

    El aguacero, un éxito anudado fuertemente al mundo del tango, aunque sea una “canción campera”, además puede llamar la atención ya que, desde siempre, se consideró su lenguaje como nativista y teatral, vinculado al que usaban autores como Alberto Vacarezza, el rey del sainete y el grotesco, y Mario Coria Peñaloza.

    Como si fuera renegando del destino / de trenzas largas y leguas sobre la triste extensión, / va la carreta rechinando en el camino / que parece abrirse al paso de su blanco cascarón