Nº 2104 - 30 de Diciembre de 2020 al 6 de Enero de 2021
Nº 2104 - 30 de Diciembre de 2020 al 6 de Enero de 2021
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEse es el título de una muy buena película australiana del año 1982, dirigida por Peter Weir y protagonizada por dos jóvenes Mel Gibson y Sigourney Weaver. Y aunque el filme no tiene nada que ver con la clase de peligros que estamos atravesando —narra el año de la caída del régimen de Sukarno en Indonesia allá por 1967—, su título se puede usar sin problemas para describir este 2020 que está terminando.
Lo cierto es que el año no arrancó así de peligroso. Por lo menos no en cuanto a las noticias que circulaban globalmente entonces. Apenas aparecían algunos informes aislados que hablaban de un nuevo virus que afectaba a las personas, aunque parecía un asunto lejano. Recurrente, es verdad: en Asia se habían vivido situaciones parecidas antes, pero parecía ser siempre un problema de los asiáticos, no uno nuestro. Por eso, allá lejos, en la prehistoria de este año largo y complicado, uno se podía dar el lujo de escribir sobre la pérdida de la capacidad de abstracción en la charla colectiva a partir de una patada de Federico Valverde en un partido de fútbol. O, aprovechando que se estaba en el calor de Montevideo en febrero, hacer una columna sobre las ferias barriales. Ojo, el afán polemizador y virulento de las redes morales estaba como siempre allí, listo para arrojar insultos sobre un texto que hablaba de frutas y verduras.
Es verdad que algunos de los temas que se discutían entonces, ganaron vigencia cuando comenzó la pandemia: el sectarismo de lo partidario se volvió aún más feroz. Quizá por falta de reflejos políticos, quizá por colocar la ideología por encima de cualquier otra consideración, incluidas las sanitarias, asistimos a un vodeville patético en donde, en esa suerte de zoco infernal que son las redes, se podía leer a líderes políticos diciendo lo uno y su contrario en menos de tres días. O en donde prestigiosos médicos usaban su prestigio para mentir sin despeinarse, anunciando salas de urgencia saturadas en donde en realidad había apenas gente. Un sainete triste que uno, queriendo creer en la versión mas piadosa, asume que fue (¿es?) fruto del desconcierto y no de la miseria ideológica mas abyecta. Esa que cree que todo vale con tal de conquistar una poltrona.
Pasaron las semanas y en muchos creció la idea de que todo era una farsa: si lograron engañarnos con lo del hombre en la Luna, ¿qué no harán los poderes globales con la coartada de una pandemia inexistente? Es verdad, cuando el asunto fue siendo más evidente, negarse a la realidad requirió un poco más de sofisticación: allí donde dije digo, digo Diego. Donde dije que no había virus, digo que no se informa de manera correcta y que en eso consiste el plan. Pasaron las semanas y la tensión agobiante y seria de los primeros tiempos se fue matizando con la proverbial viveza criolla: ¿a mí me quieren poner el bozal? ¿A mí, que las veo venir antes que nadie?
La idea de la conspiración global orquestada por los poderes en las sombras, es también un resumen elocuente de la debilidad que ha demostrado tener nuestra formación científica básica, esa que los ciudadanos aprenden en el liceo y que muchísimos parecen haber olvidado con el paso de los años. Y entonces volvimos a debatir sobre cuestiones metodológicas básicas, aprendiendo a sumar y restar otra vez. Solo que ahora en un marco de profunda incertidumbre. De hecho, no recuerdo un año más incierto que este, incluso si pongo en la cuenta 1976, el año en que con mi familia nos tuvimos que escapar de la dictadura uruguaya.
A medida que pasaba el tiempo, se fueron armando bandos, como ocurre en las elecciones, como ocurre en los partidos de fútbol, como ocurre en las guerras. Como no debería ocurrir en una pandemia. Ojo, tan volátil es todo que podés tener a un dirigente político pidiendo a los gritos cuarentena total, esto es, que el Estado haga uso de su monopolio de la violencia para que esa regla sea compulsiva, y dos semanas después gritar que es casi un golpe de Estado usar la Constitución y el Parlamento para reglar algunos aspectos del “derecho de reunión pacífica y sin armas” garantizado por el artículo 38 de nuestra máxima ley. Eliminada la idea de contradicción, cualquier político populista encuentra un campo de oportunidades que se traduce en soltar cualquier cosa, sin la menor responsabilidad, y luego decir lo contrario. Sabiendo que sus huestes van a aplaudir cualquier cosa que diga porque ya no perciben la contradicción.
Esa es una de las cosas que la pandemia ha profundizado: la extensión del populismo y la cada vez más amplia derrota de la racionalidad. Justo en un instante en que lo único que nos viene salvando es, precisamente, nuestra capacidad de manejarnos de manera racional. Pero, se sabe, una cosa es como funciona la ciencia y otra como la política intenta modelar nuestras vidas. Por eso es un regalo para el populista que la ciudadanía ya no perciba las contradicciones o que las justifique si se trata de “los suyos”. Por eso cada vez más gente se pliega a la irracionalidad conspirativa, porque hemos construido la idea de que estudiar una vida entera los virus es lo mismo que leer tres artículos de discutible calidad sobre los mismos. Lo mismo un burro.
Y sin embargo, aun en este año horrible en donde nos viene salvando la racionalidad y al mismo tiempo crecen sus enterradores, es posible decir que como especie seguimos avanzando y mejorando. Sí, la pandemia va a matizar alguno de los crecimientos previos, especialmente la economía global, que se va a contraer cerca de 4% en 2020. Pero no va a afectar la tendencia en el largo plazo de la mayor parte de los indicadores con los que medimos el bienestar humano.
Como apunta el politólogo español Kiko Llaneras, esto no quiere decir que nuestro mundo “sea un lugar perfecto. Ni siquiera un buen lugar. Padecemos injusticias, guerras, hambre y violencia. Una minoría de la población posee la mayor parte de la riqueza, mientras el 9% sobrevive con menos de dos dólares (1,6 euros) al día. La pobreza es cotidiana. Pero de todos los escenarios globales que hemos conocido (no imaginado o deseado, sino conocido) este es el mejor”. Llaneras recuerda que “en 1960 uno de cada cinco menores se moría antes de cumplir cinco años; ahora sobreviven 24 de 25”. También que “la esperanza de vida pasó de 48 a 73 años entre 1950 y 2019. ¿Desde 2000? Aumentó siete años en todo el mundo y 10 años en África”.
Llaneras marca también tres datos esenciales para este momento: primero, “las vacunas funcionan. Desde 2000, se han reducido a la mitad las muertes de niños por enfermedades prevenibles con vacunas. Los que tienen hepatitis, por ejemplo, son cinco veces menos”. Segundo, “las vacunas son cada vez más baratas. El coste de inmunizar a un niño en un país pobre ha bajado de 25 a 18 dólares”. Y tercero, la que le parece la mejor noticia de todas las de este año: creamos “la vacuna más rápida de la historia”.
Si logramos dejar de correr como pollos sin cabeza en este fin de año, si logramos parar la catarata de paranoia y de miedo ante la incertidumbre, quizá podamos ver que, pese a todo, estamos saliendo adelante.